Kant, lo bello y lo sublime, pt. 2/6

La crítica del juicio tuvo un enorme impacto en el romanticismo y en la estética en general. Aquí se revisan las ideas básicas de su planteamiento. En este segunda parte hablaremos del carácter universal de los juicio de gusto.

Guión

En el primer vídeo sobre Kant y la belleza vimos el primer momento de su análisis que sostiene que los juicios de gusto son desinteresados.  Pasemos ahora al segundo momento donde analiza el carácter universal de tales juicios.

Cuando Kant dice que un juicio es universal, ¿qué quiere decir?  Simplemente, que es válido para todos.  El juicio de que 7 + 5 son 12 es válido no sólo para algunos cuantos sino para todos.  Esta universalidad caracteriza no solamente los juicios científicos sino los estéticos también.  Es algo que se puede inferir, dice Kant, a partir del carácter desinteresado de los juicios de gusto que analizamos en el primer momento.  Cuando un juicio de gusto es desinteresado, significa que no tiene ninguna condición privada que individualice el juicio.  Dado que su gusto en un objeto no se basa en alguna inclinación que tiene hacia él, entonces hay razón para creer que gustará a todos, universalmente.  Veremos más adelante las razones para creer eso, pero de momento es importante entender que la universalidad del juicio no es posibilitado por conceptos, como en el caso de la ecuación aritmética que vimos.  La universalidad de los juicios de gusto no es objetiva sino puramente subjetiva.  La idea de una universalidad subjetiva parece ser un oxímoron, una contradicción de términos.  Pues lo es si se trata de un gusto por algo que me agrada, como los tacos por ejemplo.  Como hizo en el primer momento, Kant nuevamente contrasta lo bello y lo agradable.  Un gusto por algo que me agrada es sin duda subjetivo y no puede universalizarse (aunque personalmente veo difícil que a cualquiera no le gustaran los tacos).  El gusto por lo agradable Kant lo llama “gusto de los sentidos”.  El gusto por lo bello en cambio lo llama “gusto de reflexión”.  Los tacos dan gusto, al menos para mí, pero el Taj Mahal da gusto para todos.  Los dos juicios son estéticos (porque refieren la presentación del objeto al sentimiento de placer o dolor del sujeto) y son por tanto subjetivos pero sólo el segundo puede exigir una validez universal y lo hace sin concepto, o sea, sin conectar el predicado “bello” al concepto del objeto.

¿Cómo lo hace?  Una posibilidad es la siguiente.  Supongamos que veo una rosa y juzgo que es bella.  Lo hago por supuesto sin concepto y el juicio es por tanto subjetivo y singular.  ¿Cómo pasar de lo singular a lo universal?  Podría juzgar varias rosas de esta manera y, comparándolas entre sí, llegar al juicio “Las rosas en general son bellas”.  En este caso, dice Kant, mi juicio ya no es meramente estético sino lógico.  Básicamente he hecho una inducción, basando el juicio lógico en uno estético, y pues, esto no se vale.  Al juzgar un objeto en términos de un concepto se pierde toda presentación de belleza.  Es por eso, dice Kant, que no puede haber regla alguna por la que uno podría ser obligado a reconocer algo como bello.  No es cuestión de convencimiento sino de sentimiento.

Pasemos ahora a ver cómo un juicio subjetivo puede universalizarse.  El título de la sección 9 es: “Investigación de la cuestión de si, en el juicio de gusto, el sentimiento de placer precede al juicio del objeto o éste precede a aquél”.  Como buen filósofo alemán, Kant plantea la pregunta de forma un tanto abstrusa, pero es muy importante.  De hecho, la primer línea de la sección dice, “La solución de este problema es la clave para la crítica del gusto y, por tanto, digna de toda atención.”

Primero, ¿qué es lo que está preguntando Kant?  ¿Qué quiere saber?  Pues, cualquier experiencia estética tiene dos componentes: el placer que sentimos ante el objeto y el juicio que emitimos de que es bello.  Lo que quiere saber es si el placer viene primero y luego un pronunciamiento de belleza o al revés, el juicio y luego el placer.  Kant opta por este último: juicio → placer en vez de placer → juicio.  ¿Por qué es tan importante este orden?  Pues, lo que vemos aquí no es solamente una sucesión temporal sino una relación causal.  De hecho, sostiene Kant que el placer estético que sentimos es producto de algo que hacemos con nuestras facultades mentales.  Es sumamente importante que sea así por razones que podemos ver si volvemos a la primera crítica y su célebre Revolución Copernicana.

Sabemos que para evitar la contingencia del conocimiento que planteaba Hume, Kant invirtió la relación entre hombre y mundo.  En vez de conformarnos pasivamente al mundo, el mundo se conforma a nuestra manera de saber.  En este planteamiento el agente es activo en la producción del conocimiento.  Debido a que el conocimiento se genera a través de la actividad de nuestras facultades, y esas facultades son comunes a todos, podemos dar cuenta de la validez universal del conocimiento.  Si, en cambio, el objeto en el mundo fuera determinante para el conocimiento, entonces los datos que pasivamente recibimos de él jamás podrían universalizarse por razones que Hume muy bien esclareció.

Volviendo a nuestra experiencia estética, podemos ver que Kant emplea la misma estrategia.  Si primero sentimos un placer en un objeto y luego, basándonos en ese placer, juzgamos que el objeto es bello, habremos hecho algo parecido a probar un taco y, basándonos en el placer que sentimos, pronunciarlo bello.  Dice Kant que semejante placer correspondería simplemente a lo que nos agrada en la sensación y que por tanto tendría solamente una validez privada.  ¿Por qué?  Porque en ese caso somos pasiva y hasta patológicamente condicionados por el objeto, por la presentación por la que es dado.

Ahora, si descartamos esa opción y vemos el placer como producto de una actividad mental, todo cambia.  Cuando juzgamos lógicamente, el entendimiento y la imaginación se relacionan para producir conocimiento.  Por ser producto de un estado mental, el conocimiento es universalizable.  Cuando juzgamos estéticamente, las mismas facultades se relacionan y producen, no conocimiento, sino placer.  Por ser producto de ese estado mental, el placer (y el juicio de belleza que lo acompaña) es universalizable.  Vamos a fijarnos entonces en esta relación de las facultades mentales para ver qué sucede ahí.

Empecemos con la presentación mental de un objeto.  Para que ese objeto se vuelva una cognición, o sea, para que tengamos conocimiento de ese objeto, la imaginación tiene que combinar la multiplicidad de la intuición, y el entendimiento, mediante un concepto, tiene que unirlo.  Tomemos el ejemplo de esta pintura de Picasso.  Mediante la actividad de las facultades de conocer podemos hablar del tamaño del cuadro, los colores de los que está hecho, quién lo pintó, etc.  Pero mediante las mismas facultades lo podemos juzgar estéticamente.  En este caso el entendimiento y la imaginación no se ponen a combinar y unificar las cosas sino que se encuentran en una relación de lo que Kant llama un juego libre entre sí.  Se encuentran en este juego, dice Kant, porque ningún concepto determinado las restringe a una regla particular de cognición.  Debido a esta indeterminación de las facultades de conocer, lo que se produce no es un conocimiento sino un sentimiento.

También lo visualizo en términos de una palanca de velocidades de un coche.  Cuando juzgamos lógicamente, las facultades de conocer “se enganchan” al igual que, para mover el coche hacia adelante, la palanca tiene que meterse en primera, tiene que engancharse con la transmisión.  En un caso producimos conocimiento y en el otro movimiento.  Pero el coche también puede estar en neutro, sin moverse, la palanca ahí en medio, suspendido, por así decirlo, ante las posibilidades que le rodean.  Algo parecido sucede en la experiencia estética.  Por razones que veremos más adelante, una obra de arte es capaz de mantener el entendimiento y la imaginación en un estado suspendido, un juego libre entre los dos que no llega a determinarse con un concepto.  La armonía de este juego es lo que produce el placer estético.

Ahora, al igual que la palanca en neutro siendo la condición previa de cualquier otro estado de la palanca, este armonioso juego entre las facultades cognitivas es la condición requerida para la cognición en general.  Dice Kant que la cognición descansa sobre esta relación como su condición subjetiva, y por tanto, semejante relación es universalmente comunicable.

Hace poco hablamos de la diferencia entre el gusto de los sentidos y el gusto de reflexión.  Si volvemos al dicho de que con el gusto se rompen géneros, Kant diría que sí, pero precisaría que es el gusto de los sentidos el que los rompen.  El gusto de reflexión, en cambio, precisamente por tratar de la acción de facultades mentales que son comunes a todos, es universalizable.

A estas alturas del análisis podemos reconocer que la belleza no es ninguna propiedad empírica del objeto. Si fuera así podríamos conocerlo mediante un concepto y también comunicar este conocimiento a otros y obligar su consentimiento sobre nuestro juicio. Pero la belleza no tiene nada que ver con lo empírico y lo objetivo. Coloquialmente decimos que X o Y es bello pero en verdad la belleza es algo que nosotros aportamos o atribuimos al objeto, aunque no de forma caprichosa. No cualquier objeto es capaz de provocar esta reacción estética en nosotros, de modo que alguna cualidad o característica del objeto es imprescindible para la experiencia estética. Pero sin el sujeto y la peculiar actividad de sus facultades mentales, esa característica del objeto quedaría como un mero dato empírico.

Se me ha ocurrido una manera muy buena de ilustrar esto. Hay un juego o ilusión óptica que se llama el Ojo Mágico.  Consiste en una imagen dibujada sobre un papel.  La imagen consiste de una forma geométrica repetida de forma muy regular, como en este ejemplo.  Si la miras naturalmente verás simplemente este patrón geométrico.  Pero si ajustas los ojos, cruzándolos un poco, como pasa cuando estás muy cansado y las palabras de un libro que estás leyendo empiezan a trasponerse unas sobre otras.  Entonces, si logras articular los ojos de manera correcta, algo mágico ocurre: aparece una figura tri-dimensional sobre la superficie bi-dimensional que estás viendo.  En este ejemplo, la figura que verías sería ésta.  No lo verías de color gris como aquí sino de todos los colores de la imagen geométrica, como si los elementos de la imagen saltaran de la superficie bi-dimensional a formar esta figura tri-dimensional.  Es realmente sorprendente cuando lo haces por primera vez.

¿Por qué hablo de todo esto?  Porque las similitudes con el juicio estético son muy notables.

Primero: la figura tri-dimensional, al igual que la belleza, no está empíricamente presente en el objeto.  Lo podrías analizar con un microscopio y nunca lo encontrarías porque tanto la figura como la belleza son productos de una actividad del sujeto.

Segundo: la imagen geométrica sobre el papel está elaborada por una computadora de forma muy precisa.  No cualquier dibujo puede propiciar este efecto.  De igual manera, no todos los objetos en el mundo son obras de arte.  Un poema o una pintura es producto de elecciones tomadas por el artista.  Las palabras de un poema de Neruda podrían reorganizarse en un nuevo orden, pero perderían su efecto estético para el sujeto.

Tercero: pueden compararse la actividad de los ojos y la de las facultades mentales.  La aparición de la figura o la presentación de belleza se dan únicamente cuando el sujeto hace algo particular.  Si las facultades mentales “se enganchan” al aplicar un concepto a la multiplicidad, se pierda toda presentación de belleza.  El entendimiento y la imaginación tiene que estar más bien en ese juego libre e indeterminado entre sí, al igual que los ojos, para ver la figura, tienen que dejar de enfocarse y más bien relajarse.

En fin, creo que se podría comentar más similitudes, pero creo que esto es suficiente para ilustrar la naturaleza de la belleza en Kant y cómo proviene de la naturaleza del sujeto.

Como en el primer momento, Kant termina este segundo momento de su análisis con la siguiente definición de lo bello: “Bello es lo que, sin concepto, place universalmente.”

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12 Comments

  1. Adriana · 23/08/2015 Responder

    Mi comentario va dirigido a si el juicio de gusto universal del que habla Kant incluye a todas las culturas, pues me parece que las facultades mentales y los proceso cognitivos están sujetos también a la realidad y los procesos que viven diferentes grupos humanos en distintos contextos, supongo que estas generalidades aplican a la sociedad occidental incluyendo a todos aquellos que incursionan en esa dinámica, pero en tribus o sociedades remotas y muy diferentes, supongo que a pesar de que el proceso imaginativo y de entendimiento que describe Kant aplica, el resultado de apreciación es diferente. Hablo del objeto artístico porque en la naturaleza pues creo que si es universal.

    • Darin · 23/08/2015 Responder

      Hola Adriana. Interesante pregunta. Dado el carácter formal de la estética de Kant, aplicaría según él a cualquier ser humano por remoto que sea su comarca. Sin embargo, en los últimos 250 años su concepto del sujeto y la racionalidad ha sido muy criticados. Si no te importa relativismo en los juicios de gusto entonces puedes dejar a un lado a Kant.

  2. Marianela · 28/01/2016 Responder

    Disculpe profesor, acá encontré los otros videos donde continúa con el tema de lo bello y lo sublime. No los había visto, y en un post reciente se lo preguntaba.
    Muchas gracias por sus enseñanzas.

  3. juan ramon ferrio · 26/04/2016 Responder

    a mi no me gusta el Taj Mahal, prefiero um estilo clean, sera que el gusto no tiene a ver con el costumbre?

  4. Mario · 11/07/2020 Responder

    En un momento de tu magnífico video, Kant dice que una obra de arte mantiene suspendidas las dos facultades de la cognición (el entendimiento y la imaginación) en un juego libre entre las dos, que no llega a cristalizar en un concepto. LO QUE SE PRODUCE ENTONCES (dice), NO ES UN CONOCIMIENTO SINO UN SENTIMIENTO

    O sea que, para Kant, en este caso, el SENTIMIENTO no es más que el resultado de un fracaso cognitivo que no pudo convertirse en un CONOCIMIENTO CONCEPTUAL. Darse cuenta del desprecio y la subvaloración de las emociones que hace uno de los más influyentes pensadores de la modernidad, de verdad aterra. Pero la brutal ignorancia en que vivieron Kant y los ilustrados del “siglo de la luces” no es lo peor. El problema principal es, a mi criterio, que semejante “analfabetismo emocional” todavía hoy campea con toda impunidad dentro del pensamiento occidental y de sus instituciones más prestigiosas. No termino de salir de mi asombro

    • Mario · 12/07/2020 Responder

      Quiero agregar esto, Darin: Si no fuera por tu excepcional empatía, que te permite meterte en los zapatos y en el corazón de cada filósofo que analizás, no podríamos entender todo lo que estamos entendiendo. Tu reconstrucción del pensamiento y del “espíritu” de Kant es abrumadoramente real. Observar el mundo “suspendiendo el juicio” como vos lo hacés, es difícil de hacer y es iluminador para nosotros, tus alumnos. No es McNabb hablando de Kant. Es Kant hablando para nosotros. Si tuviera que señalar un ejemplo magistral de docencia, te señalaría a vos. Gracias Darin

    • Darin · 12/07/2020 Responder

      Hola Mario. Entiendo lo que dices, pero hay que entender a los filósofos en su época histórica. La Ilustración es, entre otras muchas cosas, una reacción a lo que se percibía como la superstición de la Edad Media, al manejo que la Iglesia hacía de los individuos manipulándolos con miedo (un sentimiento) del infierno y cosas así. En vez de una sujeción miedosa, se trata de una emancipación racional. Arrojar la luz de la razón en vez de las tinieblas de la superstición. Hoy en día vemos un papel muy importante para las emociones en la vida racional, pero creo que es demasiado exigente esperar que cualquier filósofo de la historia lo supiera todo, que tuviera una respuesta total que no puede ser mejorado. Lo que Kant aportó fue monumental. No le quito méritos por no haber dado mayor énfasis a las emociones.

      • Mario · 13/07/2020 Responder

        Totalmente de acuerdo con tu observación, Darin. Kant es uno de los más grandes genios de la Filosofía (a veces me domina la pasión y me paso de rosca). Sólo digo que los ilustrados del siglo XVIII, en nombre de la “diosa Razón”, terminaron arrojando por la borda junto con las supersticiones de la Edad Media la dimensión espiritual de la persona humana (creo que en uno de tus videos mencionaste que Hegel alertó sobre este peligro)

        La influencia de Kant es impresionante. Y mirá lo que dijo Albert Schweitzer (1875-1965) sobre los grandes pensadores: “Todas las edades viven según lo que han provisto los pensadores. Kant y Hegel han dirigido a millones de personas que nunca leyeron sus escritos y que ni siquiera sabían que estaban obedeciendo órdenes”. Este pensamiento de Schweitzer es realmente inquietante. Es posible pensar, inclusive, que nosotros, vos y yo, estamos todavía influenciados por la autoridad de este genio. Mirá, cuando Aristóteles fue convertido en “autoridad” durante la Edad Media, se necesitó del pensamiento crítico de un Galileo y de otros muchos para romper el cerco del “dogma aristotélico”. Y haciendo un poco de “filosofía-ficción” (me encanta hacerlo ja!) me imagino que Kierkegaard puede convertirse en el “Galileo de Kant”

        El tema de la emociones, Darin, va mucho más allá de una curiosidad fisiológica o de “un flujo de neurotransmisores”, como proponen las llamadas neurociencias. El tema de las emociones es la puerta de entrada para entender el mundo de la fe. No se trata del sagrado cerebro -como todos sabemos- sino del Sagrado Corazón de Jesús, claro. Pero ese es otro tema. Te mando un abrazo fuerte

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