Nietzsche: El nacimiento de la tragedia, pt. 2/3

El nacimiento de la tragedia es uno de mis libros favoritos de filosofía. En él Nietzsche forja una llamativa cosmovisión en la que la creación artística caracteriza la tarea más elevada del hombre. En esta serie de vídeos analizaremos sus ideas de lo apolíneo y lo dionisiaco, y la tragedia griega, para ver cómo, a partir de ellos, responde a la pregunta de cómo vivir bien.

Guión

En el último vídeo analizamos lo apolíneo y lo dionisiaco.  Son fuerzas o energías, sean de la naturaleza misma o de la psicología humana, que reflejan tanto la unidad de la realidad como su diferenciación en el mundo de las apariencias.

En el segundo capítulo del libro Nietzsche echa una mirada histórica a Grecia Antigua para ver cómo estas fuerzas se manifestaban en ellos culturalmente.  Por un lado, Grecia estaba dominado por el aspecto apolíneo.  Cuando pensamos en Grecia Antigua, pensamos en su lado apolíneo, la arquitectura, las estatuas, las columnas dóricas.  Pero también había un lado dionisiaco que se encontraba en tribus bárbaros en las islas del Mar Egeo.  Se caracterizaban por celebraciones frenéticas en las que reinaba una total promiscuidad sexual.  Dice Nietzsche que la Grecia apolínea se protegía de esos excesos a través de la imagen de Apolo sosteniendo la cabeza de Medusa para frenarlos.  A pesar de sus esfuerzos, no podían detener todo contacto con estas influencias y pronto los impulsos dionisiacos empezaron a manifestarse en Grecia.  Los griegos apolíneos no se rindieron sino que llegaron a un acuerdo a coexistir en paz.  La cultura que se forjó a partir de este encuentro perdió el frenesí de las orgías pero retenía la música en la forma del flauta y el ditirambo.

A nivel filológico, este capítulo es bastante criticable.  Nietzsche no cita ninguna referencia histórica ni podía hacerlo porque lo que afirma aquí es pura conjetura.  Sin embargo, describe algo que para nosotros es muy común.  Es que, para que haya una vida social, hay que dedicar energía y trabajo a su construcción y mantenimiento.  Si la gente pasa todo el tiempo en actividades que dispersan esa energía, como orgías o borracheras, entonces la sociedad se disuelve.  Por eso tenemos leyes y reglas que limitan ese tipo de experiencias.  De hecho, en El malestar de la cultura Freud habla muy bien de precisamente esa tensión, de la energía libidinosa que la sociedad extrae del individuo para que exista un ámbito sociocultural.  Pero no es una cuestión de extremos.  Una sociedad que ocupara toda la energía del individuo crearía una sociedad de autómatas, como hormigas o abejas.  Pero una gente que no desviara ni una gota de energía hacía la construcción de instituciones sociales permanecería en el flujo indiferenciado de los instintos animales y por tanto en un estado casi de pura naturaleza.  La verdad es que hay que permitir cierto nivel de los dos para que no haya una esquizofrenia, ni del individuo ni de la sociedad.  Y es a eso que Nietzsche apunta, que esas dos fuerzas empezaron a relacionarse en Grecia Antigua.  Termina el segundo capítulo diciendo que el griego apolíneo, mirando al fenómeno dionisiaco, se da cuenta que todo esto no es a fin de cuentas tan extraño o ajeno, que de hecho su consciencia apolínea no es más que un delgado velo ocultando toda la esfera dionisiaca.  Lo que tenemos en esta imagen es el encuentro, a nivel psicológico, de la consciencia con el inconsciente.  El ego se da cuenta de que está parado sobre una inmensidad, como si fuera un hombre parado sobre una ballena pescando pececillos.

El tercer capítulo es el que más me fascina de todo el libro.  Empieza diciendo que, para comprender esta curiosa relación, hay que desmontar piedra por piedra el primoroso edificio de la cultura apolínea.  Lo que está proponiendo de hecho es una especie de psicoanálisis cultural.  El psicoanálisis explica la conducta rastreando sus determinantes a la esfera oculta del inconsciente.  Es como un iceberg.  Lo que vemos es el ego y sus actividades.  Pero lo que explica esto es algo invisible, el inconsciente.  Esto es lo que Nietzsche quiere hacer con respecto a la cultura griega.  Vemos su belleza, ¿pero qué es lo que lo explica?

Empieza haciendo notar el exuberante despliegue de dioses olímpicos que adornan los monumentos de los griegos.  Este es el Partenón en Grecia.  En su época se hubiera visto algo así.  Las esculturas de los dioses que se encuentran en el frontón están ahora en el Museo Británico, pero es a eso que Nietzsche hace referencia.  Lo curioso, al menos para nosotros monoteístas, es que Apolo se encuentra ahí como un dios entre muchos.  Si uno se acerca a los olímpicos como cristiano, buscando espiritualidad o elevación moral, será decepcionado.  En vez de serena abstracción, uno se enfrenta con una lujosa y triunfante existencia que diviniza lo bueno y lo malo igual.  Leer los cuentos de la mitología griega no es como leer la Biblia sino como ver una telenovela.  Los dioses matan, mienten, tienen sexo con los seres humanos, se vengan, etc.  Lo que le interesa a Nietzsche es, ¿de dónde vino todo esto, de qué honda necesidad de los griegos brotó esta ilustre sociedad de olímpicos?  En vez de dar la espalda a esta impenetrable exuberancia, Nietzsche pide que prestemos atención a lo que la antigua sabiduría de los mismos griegos decía sobre la naturaleza de la vida.

Cuenta una leyenda que relata una conversación entre el Rey Midas y este personaje, el sabio Síleno, compañero de Dioniso.  Pregunta el rey, “¿Qué considera usted que sea lo mejor y más preferible para el hombre?  Síleno responde, “Estirpe miserable de un día, hijos del azar y de la fatiga, ¡por qué me fuerzas a decirte lo que para ti sería muy ventajoso no oír? Lo mejor de todo es totalmente inalcanzable para ti: no haber nacido, no ser, ser nada. Y lo mejor en segundo lugar es para ti -morir pronto.”

Pues no me extraña que no haya encontrado un libro de Síleno en la sección de auto-ayuda!  Bastante pesimista esa vieja sabiduría, aunque bastante importante a la vez.  Nietzsche lo menciona porque advierte una relación entre ese pesimismo y la exuberancia de los olímpicos.  Para que este último sea posible, hace falta el primero, el pesimismo.  Dice que vemos el mismo fenómeno en la visión extasiada del mártir torturado con sus suplicios.  Aquí vemos la famosa Extasis de Sta. Teresa de Bernini.  Sus suplicios, la lanza que le tira el ángel, es la expresión del pesimismo de Síleno, la idea de que, debido a los horrores de la existencia, habría sido mejor no nacer.  Sin embargo, su cara tiene una expresión de éxtasis, de dicha, como la exultante afirmación de la vida que encontramos en los dioses olímpicos.  ¿Cómo explicar esa extrañísima relación entre sufrimiento y dicha?

Dice Nietzsche que “ahora la montaña mágica del Olimpo se abre a nosotros y nos muestra sus raíces.”  Por cierto, Thomas Mann toma el título de su famoso libro, La montaña mágica, precisamente de este pasaje.  Hay una identificación tan estrecha entre los griegos y dioses como Zeus y Apolo que es fácil olvidar que hubo un tiempo en la cultura griega anterior a ellos.  Existe toda una literatura que expresa el dolor y sufrimiento de la vida: las Moiras, que eran las diosas del destino que atrapaban a los hombres desde su nacimiento; los buitres que comían las entrañas de Prometeo por haber robado el fuego; el terrible destino de Edipo; la triste historia de Orestes quien acaba asesinando a su madre.  Y por supuesto los titanes.  Eso fue de la película “Furia de titanes”.  Eran una raza primordial de enormes y poderosas deidades que poseían una fuerza formidable.  Obviamente, los titanes no existían en la realidad sino que eran un reflejo o expresión de lo duro que es la condición humana: la lucha por la supervivencia, la muerte, la violencia y el conflicto. Lo que Nietzsche nos quiere decir es que los griegos conocían los horrores y espantos de la existencia.  Para poder vivir en absoluto, tuvieron que colocar delante de ellos la resplandeciente fantasía onírica de los Olímpicos.  En otras palabras, la creación apolínea del mundo olímpico ocultaba de la vista la experiencia dionisiaca del sufrimiento y sinsentido de la vida, al igual, dice Nietzsche, que rosas brotan de un arbusto espinoso.  Pero sin las espinas, sin la experiencia de sufrimiento, no habría habido necesidad de ese mundo ilusorio y bello que crearon.  El uno posibilita y de hecho hace necesario el otro.

Ahora, es importante entender que este libro no es un mero tratado histórico sobre algo que pasó únicamente en Grecia Antigua.  Más bien, lo que Nietzsche describe es una realidad psicológica y social, una dinámica que se da en toda cultura en alguna medida.  En otras palabras, el panteón olímpico sirvió una función social para los griegos.  Entonces, en nuestra cultura, ¿dónde vemos esa misma función desempeñándose?  ¿Qué es el equivalente para nosotros de los dioses olímpicos?  Si respondes nuestro dios cristiano, no estarías del todo equivocado, pero una respuesta mucho más certera sería – ¡las estrellas del cine!  Dice Nietzsche que los dioses justificaban la vida humana al vivirla mejor ellos mismos.  Desde un punto de vista funcional, eso es precisamente lo que hacen los actores en el cine o en las telenovelas.  Ir al cine o perdernos en el drama de una telenovela es como tapar lo duro de la vida con un velo, es una manera de escaparnos de él para poder precisamente aguantarlo.

Otro ejemplo de esta dinámica es el caso de una persona con personalidades múltiples.  Alguien que haya experimentado algo traumático, como ser violado o ser testigo de un acto de fuerte violencia, no puede lidiar conscientemente con esa experiencia.  La estrategia más común es reprimirla, pero algunos crean múltiples personalidades.  Si no puede lidiar con alguna situación en su vida, una de las personalidades aparece para vivirla en su lugar.  Funcionalmente, eso es lo que hacían los dioses olímpicos para los griegos y es lo que las estrellas hacen por nosotros.

Pero los dioses y las estrellas no constituyen el único aspecto apolíneo de la cultura sino sólo su lado más visible y llamativo.  Hay todo un abanico de fenómenos que cuentan entre las reacciones apolíneas al sinsentido dionisiaco de la vida: tradiciones y costumbres, instituciones y prácticas sociales, la religión y la ciencia, y, como hemos comentado, la creación artística: la pintura, la literatura, el cine, etc.  Imagínate que mañana todo eso que constituye nuestro mundo sociocultural desapareciera y que abriéramos los ojos a un desierto, un vacío.  Biológico y psicológicamente tendríamos una experiencia muy distinta de la vida.

Les cuento una experiencia personal que ilustra esto.  Un día, llegué a casa después del trabajo y vi que no había luz.  Una rama de un árbol se había caído sobre el cable de luz y así estaba en la oscuridad.  No pude ver la tele, ni tampoco escuchar música.  Había servicio de Internet, pero sin poder prender la compu, no me servía.  Prendí unas velas para leer un libro, pero esa luz me cansa mucho la vista y tuve que dejarlo.  Hablé a la casa de varios amigos para ir a pasar tiempo con ellos pero nadie se encontraba.  Me estaba volviendo medio loco, no había nada que hacer, ninguna diversión, nada que apartara de mi consciencia el gris y silencioso abismo que yacía ahí en mi casa.  ¿Qué hice?  Era demasiado temprano para dormir entonces me subí al coche y fui al cine.  La película que vi fue muy tonta, pero era mejor que andar en el desierto de mi casa.

Con su cultura apolínea, Nietzsche afirma que los griegos lograron invertir la sabiduría de Síleno, de modo que lo peor sería morir pronto.  Acabaron con el pesimismo de Síleno al igual que Nietzsche en este libro pone en tela de juicio el pesimismo de Schopenhauer.  No se trata de retirarse de la vida sino de afirmarla.  Con lo que hemos visto hasta ahora, los griegos no han logrado afirmar la vida sino sólo protegerse del inevitable sufrimiento que trae.  En los próximos capítulos veremos el cambio cualitativo que se dio al fusionarse lo apolíneo y lo dionisiaco en la producción de la tragedia.  Esta expresión cultural constituirá para Nietzsche el auge de las posibilidades de la vida humana.

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8 Comments

  1. Francisco Casillo · 25/01/2014 Responder

    Disculpe Profe Darin McNabb , ¿hará reflexiones sobre Jean Baudrillard y su opinión sobre postmodernidad?

    • Darin · 25/01/2014 Responder

      Hola Francisco. Sobre Baudriallard en particular no creo. Lo conozco en general pero no en lo particular. Pero sí quiero hacer una serie de vídeos sobre el pensamiento posmoderno y ahí hablaré del simulacro de Baudrillard. Ojalá pronto! Gracias por escribir

  2. Guillermo Rubio · 20/11/2014 Responder

    Estimado profesor, soy de El Salvador, estudié filosofía en la universidad de los Jesuitas de mi país. Quiero sólo mostrarle mi admiración y agradecimiento por su labor pedagógica a través de este sitio. Por favor siga adelante pues no se imagina las muchas mentes que está ayudando a enriquecer con conocimientos y sabiduría. A través del internet le he descubierto a usted, así como a otros y otras, entre ellas una maravillosa mujer que también se dedicó a promover la filosofía a través de estos nuevos aerópagos, me refiero a Ikran Antaki. Mil gracias

    • Darin · 20/11/2014 Responder

      Hola Guillermo, muchas gracias por tu comentario. El internet es una maravilla, pone al alcance un mundo de conocimiento. Desconocía es apersona que comentas, Ikran Antaki, que bueno que me dices voy a echar un vistazo a sus vídeos. Te mando un fuerte abrazo desde México!

  3. Arnau · 08/05/2016 Responder

    Muy alumbradoras tus explicaciones. Me gustaría verlas con Hegel… Allí lo dejo.

  4. Víctor Nadal Seguí · 24/07/2020 Responder

    Descubro por casualidad sus fascinantes videos sobre la historia de la filosofía y no puedo dejar de mostrarle mi más sincero y admirado agradecimiento. Combina usted muy bien el rigor expositivo con un lúdico y ameno modo de comunicar. Pocas personas gozan de ese privilegio. He visto solo algunos y le confieso que ansío ver todos los que quedan pendientes. También le insto a que siga divulgando de ese modo riguroso, ameno y nada banal el pensamiento filosófico. Soy, desde ya, unos de sus mas seguros prosélitos.
    Leí el Nacimiento de la Tragedia hace muchos años (tengo 66) y ardo en deseos de releerlo con las gafas que usted me ha prestado.
    Permita que le obsequie con dos citas que aparecen en un libro de un filósofo español, Eugenio Trías. La primera es de Rilke: Lo bello es el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar. La segunda es de Schelling: Lo siniestro es aquello que debiendo de permanecer oculto se nos ha revelado. El libro se llama (evocando a Kant): Lo bello y lo siniestro.
    Reciba mi mas admirado reconocimiento y un saludo muy afectuoso desde España.

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