Hoy les presento mi libro “Diferencia y repetición; una guía de lectura” e introduzco el texto de Deleuze con la esperanza de que les resulte lo suficientemente interesante como para leerlo, y para querer leer también mi guía.
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Música de la intro: La canción se llama “Ambience Musettienne” del album Simply Musette de Alexa Sage.
Música de la outro: ZAPATEADITO OAXAQUEÑO II . Arodi Martinez S. https://www.youtube.com/watch?v=qIcnUTBSOfw
Tengo buenas noticias y malas noticias. La buena es que ¡ya por fin está listo mi libro! La mala es que en este momento lo tengo sólo en formato digital. Es que la imprenta me llamó la semana pasada para decirme que mi libro estaba listo y que podía pasar por ellos (había pedido mil ejemplares). Bueno, llegué, el señor puso el libro en mis manos y de inmediato empecé a ver defectos. La portada no estaba centrada, varias páginas estaban mal cortadas, y el texto era legible pero tenue, como si las hojas se imprimieran en una copiadora cuya tinta está acabándose. Me habían recomendado la imprenta y vi algunos libros que habían impreso y muy bien, muy buena calidad. No sé qué pasó en mi caso porque el libro no era aceptable. El señor reconoció sus errores, estaba apenado, y ofreció imprimir todo nuevamente sin costo adicional, pero le dije que ya no tenía confianza. Además, nunca pude resolver la cuestión de los envíos internacionales. Para enviar un libro de Xalapa a Buenos Aires en DHL y otros mensajerías parecidos cuesta $1,600 MXN, o sea, unos $80USD. En el servicio de mensajería de Correos de México es bastante barato, sólo $10USD, y va certificado y con número de guía. Hice un experimento enviando un libro a un amigo en Colombia, pero nunca llegó, y el proceso de reclamo es bastante latoso. Dije, esto no va a funcionar. Entre eso y lo de la imprenta, mi experimento en auto-publicación no ha sido de lo mejor, pero así es la vida y el aprendizaje.
Ah, y además había apartado un espacio en la Feria del Libro de la Universidad Veracruzana para presentar lo que esperaba sería un bello libro físico. Pues tuve que presentarlo como libro electrónico, y les dije al público en ese momento que podrían descargar el libro de mi sitio web. Sin embargo, al día siguiente hablé con el director de una editorial que se encontraba en la feria y fuimos a comer y llegamos a un acuerdo tentativo para publicar mi libro. Está ahora elaborando el contrato con los términos que acordamos y espero pronto firmarlo y tener a la venta mi libro en físico. Espero poder ofrecer el libro electrónico para descarga gratis, pero todavía tenemos que discutir ese tema, así que de momento no va a estar disponible.
Mientras tanto, pensaba que sería bueno presentarles de una vez mi libro. Se llama Diferencia y repetición: una guía de lectura. El título lo dice todo; mi libro guía a los que están interesados en leer Diferencia y repetición, la fascinante pero muy difícil obra maestra de Gilles Deleuze. Para que mi libro te interese, te tiene que interesar el libro de Deleuze, así que en este vídeo voy a hablar de él.
En todo caso, podemos empezar a adentrarnos en su libro al considerar la portada del mío. Aquí está. Me resultó difícil encontrar una imagen que ilustrara los conceptos de la diferencia y la repetición. Y luego me topé con una foto que tomé de uno de esos famosos muros en Cuzco, Perú. Si consideramos un muro hecho con block de fábrica, vemos que todos los block son idénticos. Son hechos obviamente en un molde, como si ese molde fuera su esencia, la idea platónica de block, y así se repiten en el muro uno tras otro – la repetición de lo mismo, como diría Deleuze. Las piedras del muro peruano, en cambio, no son hechos en un molde. Cada una es singular, y el albañil, a diferencia de la dinámica casi robótica de colocar block tras block, es más bien un artesano. Con una piedra colocada, la cuestión de cómo colocar la siguiente no es evidente. Observa los ángulos que describen el espacio en cuestión, revisa las piedras que tiene a su disposición, las toca con la mano, carga una y luego otra para ver cómo está distribuido el peso y por donde puede pegarle para que se corte justo como necesita. En este caso, tenemos una repetición no de lo mismo sino de lo diferente.
De alguna manera, esto ejemplifica lo que está en juego en este libro. El primer capítulo del libro de Deleuze se llama “La diferencia en sí misma”. Semejante diferencia es la propuesta de Deleuze, pero antes de llegar a ello analiza cómo la tradición ha tratado la diferencia. En términos generales, a lo largo de la tradición, la diferencia ha sido subordinada a la identidad de un concepto. ¿Qué quiere decir eso? Pues si preguntamos “¿Cuál es la diferencia entre un ser humano y un perro?” podemos responder únicamente al hacer referencia a un concepto que encierra las dos cosas que se comparan. En este caso, sería el concepto de ‘animal’. Vemos eso muy claramente en el Árbol de Porfirio, lo cual muestra el esquema de individuación en Aristóteles en el que pasamos de lo más general, el ser, a lo más particular, individuos concretos como Platón y Sócrates. Este proceso consiste en aplicar diferencias específicas a géneros. Si preguntamos ¿qué es el ser humano?, respondemos al aplicar la diferencia específica de ‘racionalidad’ al concepto o género de ‘animal’, y así tenemos la famosa definición del ser humano como animal racional. Y de esta manera podemos distinguir al ser humano del perro, que es irracional. El punto es que la diferencia no es en sí misma sino en función de otra cosa, a saber, la identidad de un concepto. La diferencia es siempre una diferencia entre dos o más cosas y no algo en sí mismo. Lo que Deleuze busca no es una diferencia meramente conceptual, sino un concepto propio de la diferencia.
Entonces, en Aristóteles la diferencia se entiende en términos de la dinámica entre géneros y especies; en Platón se entiende en términos de la relación modelo y copia. Hace tiempo, hice un vídeo que se llama “Platón y el simulacro”. Lo hice para introducir el argumento de Deleuze en Diferencia y repetición, pero no seguí con más vídeos sobre Deleuze porque al mismo tiempo estaba escribiendo el libro que ahora les presento y pensé pues mejor lo dejo todo para el libro porque es algo complicado. Bueno, todos conocemos las ideas platónicas. Hay ideas de la belleza, la justicia o el valor que son ideales, puramente inteligibles, las cuales sirven como modelos de los que copias se hacen en el mundo sensible. Está la idea perfecta de la justicia y luego varias personas que participan en algún grado u otro en esa idea.
En diferentes esferas de la vida, como la política, la intelectual, o la personal y afectiva, hay pretendientes o rivales. ¿Quién es el verdadero político, o sea, quién realmente se ocupa del bien de los ciudadanos? Los pretendientes participan en el modelo en cierto grado, parecido a cómo una persona guarda parentesco con un antecesor de acuerdo con el grado de consanguinidad –algunos (el hermano) más que otros (el sobrino)–. Imagínate que alguien legara su patrimonio a sus descendientes de acuerdo con cierto esquema de consanguinidad, y que llegara alguien, que no tuviera relación sanguínea alguna con el difunto, a reclamar su porción. Esta persona no sería un pretendiente sino un farsante, lo que Platón llama un simulacro.
Ahora, en el esquema de modelo/copia, la diferencia es, como comentamos antes, la diferencia entre dos cosas, las cuales son regidas por el modelo. De esta manera la diferencia está subordinada; tiene un carácter sólo secundario o meramente negativo. A Deleuze no le gusta eso, pero le llama mucho la atención el simulacro porque existe en sí mismo sin hacer referencia a un modelo. Para nosotros, palabras como ‘simulacro’ o ’simulación’ tienen la connotación negativa de engañar o despistar intencionalmente. Para Deleuze, tienen esa connotación sólo si aceptamos el esquema de modelo y copia, si aceptamos un mundo del ser regido por esencias estáticas. Si rechazamos ese mundo, damos paso a un mundo del devenir poblado de puras diferencias.
Ahora, seas partidario de Platón o partidario de Deleuze, todos vivimos en este mundo común de objetos físicos. La pregunta es cómo explicarlo. Una posibilidad es a través de la identidad, la identidad de ideas platónicas, del género aristotélico, de Dios, del sujeto trascendental, etc. Deleuze rechaza ese camino y opta por el de la diferencia. Pero ¿cómo funcionan las diferencias para producir el mundo que experimentamos? Deleuze se inspira en Leibniz y en lo que dice sobre las pequeñas percepciones. Oímos el ruido de la lluvia en una tormenta. Los elementos básicos de la lluvia son gotitas que caen en el suelo. Cada gota individual no la oímos, pero al relacionarse el golpe de una gota en el suelo con el de otro, esa relación, que es diferencial, produce un sonido global que, sumado con las demás cayendo, produce el ruido generalizado de la lluvia. Esa dinámica es lo que Leibniz formalizó en el cálculo diferencial, en lo cual Deleuze se apoya para explicar el funcionamiento de las diferencias.
El segundo capítulo, y el más difícil, se llama ‘La repetición para sí misma’, y tiene que ver con el tiempo. Vimos que el uso común del término ‘diferencia’ se nota en frases donde comparamos dos cosas, “la diferencia entre X y Y”. Empleamos el término ‘repetición’ también en sentido coloquial. Repetir el nombre de Deleuze significa decir la misma cosa – Deleuze – en distintos momentos, de modo que la repetición es simplemente la diferencia sobre el tiempo, y lo que se repite es la misma cosa, la repetición de lo mismo. En este segundo capítulo, Deleuze analiza tres conceptos del tiempo, y encuentra que en dos de ellos – el tiempo como circular y el tiempo como lineal, la dinámica de la diferencia termina subordinándose a la identidad. El tercer concepto temporal, el que Deleuze adopta, es el del eterno retorno de Nietzsche.
Entonces, en los primero dos capítulos, Deleuze analiza los conceptos de la diferencia y la repetición en la tradición. Con todo eso trabajado y problematizado, pasa en los últimos dos capítulos a plantear su propia concepción de esos términos, a plantear pues una fascinante metafísica del devenir.
Hace unos días, presenté mi libro en en la Feria del Libro de la Universidad Veracruzana. No tenía mucho tiempo para hablar entonces empecé a estresarme sobre cómo comunicar de forma breve e inteligible una temática tan compleja. Y luego empecé a pensar que por inteligible que fuera, ¿no sería la presentación como la música clásica que se tocó en la cubierta del Titanic mientras se hundía. La verdad es que el mundo arde. La humanidad en este momento enfrenta verdaderas crisis existenciales: catástrofe ecológica, guerra nuclear, inteligencia artificial y biotecnología, y el auge del fascismo en el mundo y la erosión de la democracia y el estado de derecho. Ante eso, ¿cómo puedo convencerles, o más bien cómo me atrevo a tratar de convencerles, a comprar un libro que explica las paradojas del tiempo, el cálculo diferencial, la inmanencia, la dimensión virtual, entre otros bichos raros y abstractos? Yo creo que el pensamiento de Deleuze tiene cosas importantes que enseñarnos en nuestros presente, y me di cuenta que quizá la mejor manera de comunicar la esencia de ello es mediante una discusión de la estupidez. Les cito mi cita favorita de Deleuze que se encuentra en su libro Nietzsche y la filosofía. Dice: “Cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz. La filosofía no sirve ni al Estado ni a la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. La filosofía sirve para entristecer. Una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es una filosofía. Sirve para detestar la estupidez, hace de la estupidez una cosa vergonzosa. Sólo tiene este uso: denunciar la bajeza del pensamiento bajo todas sus formas”. Las crisis que enfrentamos se deben en el fondo a la estupidez humana. En el tercer capítulo de Diferencia y repetición, que hasta ahora no he mencionado, Deleuze trata ese tema.
El capítulo se llama “La imagen del pensamiento”. Antes de pasar a su propia propuesta en los capítulo 4 y 5, reflexiona sobre lo que llama la imagen del pensamiento, un conjunto de presuposiciones que muy sutilmente informan y dirigen el pensamiento. Hace esta reflexión para que no repita inconscientemente lo mismo presupuestos en su propio planteamiento. En resumidas cuentas, la imagen pinta un mundo externo, objetivo y real, que el pensamiento simplemente representa. El mundo es el modelo y el pensamiento tiene la tarea de reconocer sus características para hacer una copia o reproducción fiel de ese modelo. Además, el pensador tiene una buena voluntad, es decir, busca y quiere la verdad, así que, cuando atribuye propiedades erróneamente al objeto cayendo así en el error, eso no se debe a la voluntad del pensador sino a condiciones externas y contingentes que hay que corregir. Para Deleuze, reducir el pensar a esto es una banalidad. Es como si anduviéramos en la vida diciendo: “es una mesa, es una manzana, es el trozo de cera, buenos días, Teeteto. ¿Estamos pensando cuando reconocemos así? ¿quién puede creer que el destino del pensamiento se juega en eso?” Para la imagen del pensamiento, el mayor enemigo del pensamiento es el error. Para Deleuze, hay enemigos mucho más temibles: la estupidez, la malevolencia y la maldad. Dice: “La estupidez es una estructura del pensamiento como tal: no es una forma de equivocarse, expresa por derecho el sinsentido del pensamiento. La estupidez no es un error ni una sarta de errores. Se conocen pensamientos imbéciles, discursos imbéciles construidos totalmente a base de verdades; pero estas verdades son bajas, son las de un alma baja, pesada y de plomo”.
Hay dos cosas interesantes aquí. Primero, la estupidez no es equivalente al error, no viene de afuera de forma contingente, sino que es “una estructura del pensamiento como tal”. Es muy parecido a las ideas del yo, el mundo, y Dios en la primera crítica de Kant. No encontramos en la experiencia ningún objeto que puede llamarse Dios; Dios no es susceptible de una intuición por lo que no podemos tener conocimiento de Dios. Para Kant, si juzgamos algo sobre Dios no estamos simplemente cometiendo un error sino que estamos cayendo en una ilusión; estamos empleando la razón de una forma indebida. Llama el yo, el mundo, y Dios ilusiones trascendentales, ideas que se generan por la propia estructura de la mente.
Lo mismo pasa con la estupidez en Deleuze, sólo que el mecanismo del pensamiento es distinto. En Kant, el entendimiento aplica conceptos a intuiciones para generar conocimiento. El mundo que así se conoce es un mundo constituido por el sujeto. En Deleuze igual, sólo que no se trata de un sujeto aplicando conceptos sino de una multiplicidad virtual de relaciones diferenciales que actualiza formas específicas en medio de un campo intensivo. La embriogénesis es un ejemplo. La yema es un campo intensivo de diversos gradientes energéticos a partir del cual se diferencia o se individúa un pollito de acuerdo con reglas proporcionadas por una multiplicidad virtual, o sea, el ADN. Esa es la dinámica trascendental. En Kant, cuando esa dinámica se maneja mal, se producen ilusiones; cuando la naturaleza se despista en este sentido, produce monstruos (vacas con 5 patas). En Deleuze, el despiste del pensamiento produce, entre otras cosas, la estupidez. Vamos a ver que dice: “La estupidez no es el fondo ni el individuo, sino esa relación en que la individuación hace ascender al fondo sin poder darle forma”. Lo que está diciendo es que el proceso de diferenciación o individuación no logra dar forma al fondo, al campo intensivo. Produce un pensamiento deforme o banal.
En uno de sus discursos, Rousseau dice que el perro, a unos meses de nacer, es lo que será el resto de su vida, y tiene todo lo que necesita para vivir bien como perro. A continuación dice: el animal humano, en cambio, es el único animal capaz de convertirse en imbécil. Aquí quiero comentar la segunda cosa interesante que encuentro en esa cita anterior. Ahí dijo Deleuze: “La estupidez no es un error ni una sarta de errores. Se conocen pensamientos imbéciles, discursos imbéciles construidos totalmente a base de verdades”. En mi experiencia como profesor de filosofía, a veces en los trabajos que encargaba el alumno citaría mal un texto de Kant o mal una fecha o algo así. Esos sí son errores, pero son lo de menos. Si un alumno se despistaba en el pensamiento no era por eso, sino, como dice Deleuze, por decir “cosas sin sentido, observaciones sin interés ni importancia, banalidades consideradas dignas de señalar, problemas mal planteados o apartado de su sentido”. O sea, decía verdades que eran a la veces estupideces. El hecho de que la verdad puede decirse de forma no errónea, pero sí de manera estúpida es señal del carácter trascendental de la estupidez. Estas verdades banales se tratan de clichés y opiniones convencionales, desde los valores mezquinos de la mercadotecnia (ser más atractiva con esta nueva bolsa) hasta expresiones de poder del orden establecido (“Make America Great Again”).
Ese fondo al que el pensamiento no logra darle una forma adecuada, los filósofos tradicionalmente han tratado ese fondo, o sea, el mundo, como si ya estuviera poblado de cosas ya identificables y lógicamente ordenados entre sí. Y han tratado el pensamiento como la mera representación pasiva de ese orden. Para Deleuze, el pensamiento no representa sino que individúa o diferencia. En la medida en que el fondo del pensamiento se vea como un campo de objetos articulado por el sentido común en un reconocimiento armonioso, y no cómo diferencias intensivas cuya repetición constituye esos mismos objetos, nuestro propio intento de escapar del error sólo aumentará la fuerza de la estupidez. Eso lo vemos perfectamente bien en el caso de Trump y sus seguidores. Nosotros filósofos sofisticados vemos a Trump como engañando ideológicamente a sus seguidores, y vemos las creencias de estos últimos como simples errores. Si sólo pudiéramos desmentir el discurso de Trump y hacer que vean la verdad, pues dejarían de ser unos estúpidos. Pues no, vemos que no ha funcionado eso. Y nosotros filósofos, por no habernos dado cuenta de la instancia trascendental de la estupidez, les acompañamos a los trumpistas en la necedad casi universal en que vivimos hoy en día.
Sí, hay mucha estupidez en la academia. Una buena parte de la filosofía hoy en día se escribe como si lo único que hiciera falta fueran los principios de la lógica aristotélica para determinar quienes tienen razón y quienes están en el error. La propia estructura de los papers facilita esto. Empiezan con su abstract seguido de la lista de palabras clave y luego una generosa salpicada de referencias a lo largo del texto, por ejemplo, (Garcia, 1989 ó Smith, 2005), todo armado y articulado como si fueran variables en un simbolismo lógico que excluyen las ideas erróneas de otros para llegar necesariamente a la conclusión verdadera del autor. Sin duda, todo esto está diseñado para que el lector no tenga que pensar sino sólo calcular y reconocer. Y dudo seriamente que el propio autor haya pensado, al menos mucho. Muchas veces lo que hace es partir ya de la conclusión que quiere sostener y buscar la forma de justificarlo. Y así terminamos con miles de artículos al año publicados a lo largo del mundo en revistas especializadas de filosofía que, aun cuando contengan verdades, dicen, en las palabras de Deleuze, cosas irrelevantes, sin sentido, hacen observaciones sin interés ni importancia, banalidades consideradas dignas de señalar, problemas mal planteados o apartado de su sentido. En una palabra – estupideces. Mientras tanto, el mundo arde.
No dudo que a Deleuze no le hubiera gustado mi libro. Imagínense un maestro de natación en tierra firma acostado boca abajo moviendo los brazos y piernas y diciendo “haz como yo”, y esperando que con esa representación que los alumnos forman en la cabeza puedan salir al mar a nadar bien. No va a suceder. Al tratar de imponer ese esquema abstracto, esa representación de la natación, van a estar agitando los brazos y las piernas de una forma precisamente estúpida. Uno no aprende a nadar así sino echándose al mar y sintiendo con el cuerpo las corrientes del agua, su dinámica y presiones y lidiando con ello, luchando. Menciono esto de la natación porque es un ejemplo que emplea Deleuze. Dice: “Aprender a nadar es conjugar puntos notables de nuestro cuerpo con los puntos singulares de la Idea objetiva [la multiplicidad virtual que describe el comportamiento del agua]”. Lo interesante es que dice ‘conjugar’ y no ‘adecuar’. Pensar no es adecuar conceptos internos con objetos externos, sino, en primera instancia, sentir las condiciones intensivas que originan el pensamiento, conjugarse con ellas, o sea, tocarlas o conectarse con ellas como uno toca las manos y el cuerpo de la pareja en un baile. El pensamiento no está apartado del mundo sino parte del flujo del mismo. Pensar no es representar la vida sino transformarla y actuar sobre ella.
A Deleuze, como dije, no le hubiera gustado mi libro porque soy como ese maestro de natación. Sin embargo, el mar que constituye Diferencia y repetición, el agua al que Deleuze pide que el lector se eche, no es el agua de la playa ni de una bahía tranquila sino de alto mar en una tormenta. Mucha gente no puede con el – se ahoga y cierra el libro. No habría tenido sentido que escribiera mi libro de forma deleuziana, pues entre Deleuze y McNabb, mejor leer el libro de Deleuze, ¿verdad? El libro que yo he escrito emplea una forma de pensamiento que Deleuze critica, lo confieso. Con mi libro te enseño a nadar en una piscina, digamos; te enseño orientarte en el agua, moverse, y sobre todo, mantener la cabeza arriba de la superficie del agua, para que, llegando a la tormentosa agua de alta mar, al menos no te ahogues.
Hace tiempo comenté aquí en la Fonda que estaba escribiendo este libro sobre Deleuze. Algunos dejaron comentarios un tanto preocupados, pues habían leído el libro Imposturas intelectuales de Alan Sokal y Jean Bricmont quienes tachan a Deleuze de postmoderno relativista que abusa términos científicos en su obra. Dedican todo un capítulo a Deleuze y su colega Guattari. Sobre Diferencia y repetición dicen “En dos partes de ese libro, Deleuze aborda problemas clásicos de los fundamentos conceptuales del cálculo diferencial e integral. Desde el nacimiento de esta rama de las matemáticas en el siglo XVII, gracias a los trabajos de Newton y de Leibniz, se hicieron fuertes objeciones a la utilización de cantidades «infinitesimales» como dx y dy. Estos problemas quedaron resueltos por d’Alembert hacia 1760 y Cauchy hacia 1820, quienes introdujeron el concepto riguroso de límite . . . Sin embargo, Deleuze se enzarza en una larga y confusa meditación acerca de estos temas”. A lo largo de las siguientes tres páginas, citan varios extractos de Diferencia y repetición al cabo del cual dicen: “Estos textos contienen unas cuantas frases inteligibles -a veces banales, a veces erróneas-, de las cuales hemos comentado algunas en las notas a pie de página. El resto, dejamos que sea el lector quien juzgue. A fin de cuentas, hay que preguntarse para qué sirven todas esas mistificaciones a propósito de objetos matemáticos que están bien entendidos desde hace más de siglo y medio”. El problema que tienen con Deleuze en este texto es que interpreta la expresión simbólica “dx”, la cual significa un cambio infinitamente pequeño en la variable “x”, como un infinitesimal, algo, dicen, que ya ha sido históricamente superada. No es cierto. Deleuze dice en el texto: “Es un error ligar el valor del símbolo dx a la existencia de los infinitesimales; pero también es un error negarle todo valor ontológico o gnoseológico en nombre de una recusación de estos. De modo que, en las antiguas interpretaciones del cálculo diferencial, tildadas de bárbaras o pre-científicas, hay un tesoro que debe ser desprendido de su ganga infinitesimal”.
A lo largo de su capítulo sobre Deleuze extraen citas de diferentes libros y al final simplemente afirman sin más que esto es basura, puras galimatías, sin contextualizar lo que dice, sin tratar de entenderlo, sin explicar porque. De hecho, como dicen ahí en su comentario: “El resto, dejamos que sea el lector quien juzgue”. ¡Qué cinismo intelectual – no – qué impostura intelectual! El lector compró su libro Sr. Sokal precisamente porque no sabe juzgar porque no es experto en estos temas. Sin embargo, el autor sabe que al leer algo que no entiende va a tender a verlo como un sinsentido. Y así Sokal llega a su conclusión por un atajo falaz. Qué impostura, la verdad. Si quieres entender a fondo cómo Deleuze se apoya en conceptos científicos y matemáticos, te recomiendo el excelente libro del filósofo mexicano Manuel Delanda que se llama Ciencia intensiva y filosofía virtual. Buenísimo libro, mucho mejor que el mío con respecto al trasfondo científico de varias de las ideas en Diferencia y repetición.
Quiero terminar con algo que dijo Deleuze en una entrevista que se encuentra en un libro editado con el título de Conversaciones. En alguna parte le dice al entrevistador: “Pertenezco a una generación, a una de las últimas generaciones que han sido más o menos asesinadas por la historia de la filosofía”. No sé cómo sea en francés, pero al inglés lo han traducido como “bludgeoned to death”, o sea, la formación de su generación fue una constante golpiza, siendo apaleados hasta la muerte por la historia de la filosofía. Continua diciendo: “La historia de la filosofía ejerce, en el seno de la filosofía, una evidente función represiva, es el Edipo propiamente filosófico: “No osarás hablar en tu propio nombre hasta que no hayas leído esto y aquello, y esto sobre aquello y aquello sobre esto.” Líneas más adelante, hablando de sus libros Diferencia y repetición y Lógica del sentido dice: “No me hago ilusiones: son libros aún lastrados por un pesado aparato universitario, pero intento con ellos una especie de trastorno, intento que algo se agite en mi interior, tratar la escritura como un flujo y no como un código”. Diferencia y repetición fue el primer libro de Deleuze en el que, como dice, habló en voz propia. Antes, eran puros libros sobre diversos autores, descifrando el código que constituían su pensamiento. En Diferencia y repetición, ya no escribe como código sino para que algo se agite en su interior, para que algo se ponga en movimiento, la escritura como un flujo. Cuando leí eso, pensé de inmediato en una famosa afirmación de Kafka. En una carta dice: “Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros”. Filosóficamente, Diferencia y repetición fue para mí ese hacha. A lo mejor no lo sea para ti, pero imagínate que lo fuera y que lo dejaras pasar sin leer.
Música de la intro: La canción se llama “Ambience Musettienne” del album Simply Musette de Alexa Sage.
Música de la outro: ZAPATEADITO OAXAQUEÑO II . Arodi Martinez S. https://www.youtube.com/watch?v=qIcnUTBSOfw