Hegel y la Fenomenología del espíritu, pt. 12/18

Analizamos el intento de la conciencia de liberarse de los limitantes del mundo a través del estoicismo, el escepticismo y como final la conciencia infeliz.

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Guión

La famosa dialéctica del señor y el siervo que vimos en el último vídeo se encuentra en el capítulo 4 en una sección que se llama “Autosuficiencia y no-autosuficiencia de la auto-conciencia”. Lo que busca la autoconciencia es ser independiente, ser la fuente autónoma de su experiencia y conocimiento del mundo. Por eso tenemos la lucha a vida o muerte. Sin embargo, ninguno de los dos lo logra, sino que los dos se vuelven dependientes el uno del otro. El señor depende del reconocimiento del siervo, un reconocimiento que de hecho vale muy poco; y el siervo depende del señor por su vida, ya que en la lucha se rindió por temor a la muerte. De aquí en adelante, la conciencia del señor tiene nulo valor dialéctico ya que no se desarrolla más. No hay salida del simple disfrute de lo que el siervo le produce. En cambio, la conciencia del siervo sí da margen para una transformación. Depende del señor, pero al mismo tiempo encuentra independencia en su trabajo; supera su sensación de ser limitado por el mundo de los objetos o de sentirse enajenado del mismo al verse a sí mismo en las cosas que produce. El mundo que le rodea empieza a tomar la forma que él lo imprime. Sin embargo, sigue siendo siervo – tiene que hacer lo que el señor ordene – y su independencia es sólo relativa, depende de la materialidad contingente de su entorno. De lo que se da cuenta, y aquí se da el giro dialéctico a la siguiente sección, es que hay una forma de trabajo cuyo producto no es un objeto externo sino que es la propia actividad del trabajo mismo, a saber, el trabajo de pensar.
La siguiente sección se llama “Libertad de la autoconciencia: estoicismo, escepticismo y conciencia infeliz” y en ella vemos tres diferentes intentos de la conciencia de liberarse de las limitaciones y frustraciones del mundo. En las primeras páginas, vemos la transición de la conciencia del siervo a una nueva configuración de la conciencia que Hegel ejemplifica con la postura de los estoicos. Comentamos que hay cierto despertar de independencia en el siervo al contemplar el objeto que ha creado, la forma que le ha dado. Sin embargo, esa forma es del objeto; el siervo ve la esencia del objeto, lo que es en sí, como algo ajeno a sí mismo. Hegel dice que, desde nuestro punto de vista como observadores fenomenológicos, la forma o esencia del objeto y la forma o esencia del siervo son idénticos. Una autoconciencia que alcanza esta perspectiva ve el objeto de forma distinta, no sólo como el resultado de su actividad, sino que ve en él su propia esencia. O sea, el objeto no es sólo objeto, sino sujeto también. Dice Hegel: “Tenemos que el lado del ser en-sí o de la coseidad, que ha recibido su forma en el trabajo, no es otra sustancia que la conciencia” por lo que, como dice “deviene para nosotros una nueva figura de la autoconciencia”.
¿Te acuerdas de esa importantísima afirmación que comentamos en el prólogo donde Hegel dice “Todo depende de que lo verdadero no se aprehenda y se exprese como sustancia, sino también y en la misma medida como sujeto”? Pues eso es lo que está captando la autoconciencia ahora. Pero ¿por qué ahora y no en todos los demás casos anteriores donde la conciencia ha tratado un objeto? Porque esta configuración de la conciencia, dice Hegel, piensa. Hegel usa la palabra “pensar” no de forma coloquial, sino con un sentido muy preciso. Explica que “Ante el pensamiento el objeto no se mueve en representaciones o en figuras, sino en conceptos, es decir, en un indiferenciado ser-en-sí que, de modo inmediato para la conciencia no es diferente de ella”. La distinción básica aquí es entre representación (Vorstellung) y concepto (Begriff). “Vorstellen” significa literalmente “colocar delante de”. Para Hegel, cuando la conciencia representa algo, lo figura o lo imagina como colocado delante de sí, como algo distinto de sí misma y externo. Para que reconozca esa representación como suya, como producto suyo, tiene que hacer un esfuerzo especial para recordarlo, de no sólo representarlo, sino además de representarlo como suyo. Esto me parece una clara referencia al “Yo pienso” de Kant que tiene que poder acompañar todas sus representaciones y reconocerlas como suyas. Hegel hace referencia implícita a ello cuando en el mismo párrafo dice que el pensar no se comporta “como un Yo abstracto”. Un yo abstracto es distinto a lo que conoce mientras que el pensamiento netamente conceptual reconoce la identidad en la forma tanto del sujeto como del objeto. Goethe decía que la arquitectura no era más que música congelada. De manera parecida podríamos decir que el objeto no es más que el sujeto congelado. Su identidad no es material sino inteligible o conceptual. La sustancia de las cosas es su relación con el sujeto pensante, el sujeto que piensa con conceptos.
Este poder del concepto es sumamente importante para Hegel y está a la base de su idealismo, pero como puedes imaginar, la forma en que la conciencia lo maneja a estas alturas del libro es sesgada, situación que, como siempre, se resolverá con más giros dialécticos. De momento, el aspecto más importante del pensar conceptual es la libertad que le proporciona a la conciencia. Dice Hegel: “En el pensamiento yo soy libre, porque no soy en otro, sino que permanezco sencillamente en mí mismo, y el objeto que es para mí la esencia es mi ser-para-mí; y mi movimiento en conceptos es un movimiento en mí mismo”. Hegel comenta que esta libertad de la autoconciencia apareció históricamente con el estoicismo.
Me gusta visualizar la postura estoica con la imagen de la Rueda de la Fortuna. Mucha gente se coloca en el perímetro de la rueda. Un día están arriba en la rueda y todo va bien, pero luego la Fortuna gira la rueda y el día siguiente están hasta abajo en la miseria. Mucho mejor colocarte en el centro de la rueda, ya que por mucho que gire no te afecta. Ésta es la estrategia del estoico. En los primeros tres capítulos, la conciencia estaba en el perímetro, fijado en el objeto, y sufría los altibajos que hemos visto. Luego en el cuarto capítulo la conciencia se fija en sí misma y se vuelve autoconciencia. En la metáfora de la rueda, se mueve al centro. Lo que distingue a la autoconciencia en tanto señor y siervo de la figura que vemos ahora en el estoico es que ellos buscaban la independencia al negar el objeto, o bien al consumirlo o destruirlo, como en el caso del señor, o trabajarlo como el siervo. El estoico, en cambio, trata simplemente de entenderlo al mirar dentro sí mismo, a sus propios conceptos, para hallar la forma verdadera del objeto.
De acuerdo con Hegel, para la conciencia estoica, algo es verdadero y bueno sólo en la medida en que lo piense como tal. El hacer de la conciencia consiste, dice Hegel “en ser libre tanto sobre el trono como bajo las cadenas […] en conservar la carencia de vida que constantemente se retrotrae a la esencialidad simple del pensamiento retirándose del movimiento de la existencia”. El estoico se retira del ajetreo de la existencia y encuentra paz y libertad interior, cosa que uno puede disfrutar esté sentado en un trono, como el emperador Marco Aurelio, o entre cadenas como Epicteto, dos famosos estoicos romanos. De la misma manera que la rueda gira debido a su centro, para el estoico, el cosmos gira de acuerdo con un logos, y su alma racional es un reflejo o fragmento de ese logos. No puede extraerse del mundo de los acontecimientos, pero al centrarse en el pensamiento se alinea por así decirlo con el logos del universo y así logra libertad.
Este vínculo entre el racionalismo y la libertad, lo cual vemos en Platón y Spinoza y en algunos más, es bastante característico de nuestra concepción del filósofo, ese ser que se aparta de la contingencia del mundo para vivir entre las Ideas en la esfera inteligible o, como diría el hombre común, con su cabeza en las nubes. Para Hegel eso es atractivo, sin duda, sin embargo, dice que “La libertad en el pensamiento tiene solamente como su verdad el pensamiento puro, verdad que, así, no aparece llena del contenido de la vida, y es, por tanto, solamente el concepto de la libertad, y no la libertad viviente misma”. El problema es que el racionalismo del estoico es demasiado abstracto, por lo que sus consejos éticos, como “vivir acorde con la naturaleza” o “actuar en armonía con la razón” terminan siendo generalizaciones vacías. El pensar de la conciencia estoica es abstracto porque su negación del otro es incompleta. Recuerda que la negatividad, el acto de negar, es el meollo de la dialéctica y el principio de movimiento y desarrollo de la conciencia. Sin embargo, no se trata de cualquier negación sino la negación determinada. La negación que lleva a cabo el estoico al encerrarse en el pensamiento puro es abstracta. El mundo que niega queda negado sólo de forma general, mientras que la compleja particularidad de las cosas permanece fuera del pensamiento. Recuerda que el despertar de independencia en el siervo se dio al verse en el objeto que había creado. El estoico lleva eso a otro nivel, pero a fin de cuentas el objeto en el que puede verse, el objeto que ha determinado en su conciencia, no es más que un pálido reflejo del objeto en su determinada y particular existencia. Su negación ha sido incompleta. La negación completa o absoluta requiere de otra forma de conciencia, la del escéptico.
Históricamente, el escepticismo, como otras escuelas helenísticas, buscaba la ataraxia, o sea, la tranquilidad mental. Los estoicos lo buscaban con la razón. Para ellos, la verdad te hará libre. Para los escépticos no. Todo tipo de certeza es un dogmatismo que tiene que ser refutado al mostrar su parcialidad. El escéptico se baja de la torre de marfil y hace guerra en las trincheras destruyendo, dice Hegel, “el ser del mundo [en toda su particularidad], y la negatividad de la autoconciencia libre se convierte, ante esta múltiple configuración de la vida, en negatividad real”. Al aniquilar toda postura determinada y finita, la conciencia escéptica expresa, para Hegel, la esencia de la conciencia, lo que llama “la inquietud dialéctica absoluta” que no descansa en ninguna postura sino que discurre en el puro movimiento de la negatividad.
Sin embargo, y siempre en el pensamiento dialéctico hay un sin embargo, empezamos a vislumbrar una contradicción. Hegel dice: “[la conciencia escéptica] proclama la desaparición absoluta, pero esta proclamación ES, y esta conciencia es la desaparición proclamada; proclama la nulidad del ver, el oír, etc., y ella misma ve, oye, etc. […] Su obrar y sus palabras se contradicen siempre y, de este modo, ella misma entraña la conciencia doble y contradictoria de lo inmutable y lo igual, y de lo totalmente contingente y desigual consigo misma”. Bajo la navaja analítica del escéptico, ninguna teoría se sostiene, lo cual remite de nuevo al simple flujo de apariencias en la experiencia. Sin embargo, la proclamación que le llevó a ese punto ES. Pareciera que la conciencia escéptica quisiera exentarse de ese flujo. Es un dilema parecido al del relativista que dice que todo es relativo (menos por supuesto esta misma afirmación). Hegel dice que el escéptico vacila entre dos posturas: una inmutable (que es su conciencia disfrutando de la ataraxia) y otra contingente o cambiable (el flujo contingente de la experiencia). Lo que tenemos aquí son dos conciencias, pero no reconoce que pertenecen a uno y el mismo individuo, sino que pasa de una en otra constantemente. Nosotros observadores fenomenológicos, sin embargo, sí vemos los dos en uno, un ser contradictorio.
Es en este punto que surge la tercera y última configuración de la autoconciencia, lo que Hegel llama la conciencia infeliz. Es infeliz porque hace guerra consigo mismo, parecido a la lucha que vimos al principio de este capítulo. De hecho, la duplicación de la conciencia que efectuó el escéptico es la misma, dice Hegel, “que antes aparecía repartida entre dos singulares, el señor y el siervo, [y que ahora] se resume en uno solo”. Recuerda que la autoconciencia en todas sus manifestaciones busca lo absoluto, el fundamento de su conocimiento y experiencia del mundo, en sí mismo, en el sujeto. El problema es que la autoconciencia tiene ahora dos elementos que la constituye, una conciencia universal e inmutable y la otra singular y cambiable. La conciencia toma el aspecto inmutable y universal como el ser esencial, y la parte cambiable y contingente como no esencial. Y dado que la conciencia está consciente de esta división en sí misma, y por tanto de estar enajenado de su esencia, se identifica con el lado cambiable. La dinámica, o lucha, que se da es un constante intento de borrar esta división al alcanzar y fusionarse con la serena identidad de la conciencia inmutable.
Ahora bien, históricamente, la conciencia estoica y la escéptica corresponden a Roma antigua, pero la conciencia infeliz tiene como referente el cristianismo medieval. En esa tradición, el binomio básico es cuerpo-espíritu, o hombre-Dios. Mediante diferentes estrategias, la conciencia trata de elevarse al lado inmutable o divino, pero fracasa. El problema, dice Hegel, es que la conciencia que hace el esfuerzo es la conciencia contingente y cambiable. Aun cuando logre unirse con lo inmutable, está consciente de que fue el lado cambiable lo que lo hizo, y al estar consciente de ello permanece en el estado dual. Es como tratar de limpiarte con algo sucio. Por mucho que intentes, sigues ensuciado.
Antes de pasar a la descripción fenomenológica de la conciencia infeliz, Hegel indica tres formas en que la conciencia cambiable puede elevarse a la inmutable. Corresponden muy claramente a las personas de la trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En primera instancia, puede haber una relación de pura oposición donde lo inmutable, Dios, juzga al individuo. Esto es característico del judaísmo donde una ley externa prevalece. La segunda forma, característica del cristianismo, es donde Dios se encarna en la singularidad histórica de Cristo, con el cual la conciencia ve la posibilidad de identificarse. En el último modo, Dios es experimentado como espíritu y la conciencia infeliz se transforma encontrándose reconciliado con lo inmutable, lo divino, o lo absoluto. Esto no corresponde ni al judaísmo ni el cristianismo, sino pues al hegelianismo. Para alcanzarlo, hacen falta muchos más giros de la dialéctica.
De momento, Hegel pasa a describir la experiencia de la conciencia, fijándose en la persona del hijo y la forma que proporciona el cristianismo para efectuar esta reconciliación. Son tres: la oración o devoción, el trabajo, y la penitencia.
En el primer momento la conciencia se relaciona con Dios no de forma cognitiva, sino afectiva, a través del sentimiento, lo cual Hegel caracteriza como devoción, una disposición interior asociada con el corazón. Para Hegel, esto es un misticismo, un “informe resonar de campanas o un cálido vapor nebuloso, un pensamiento musical que no llega al concepto”. Hegel siempre guardaba una animadversión al catolicismo y lo que dice aquí de las campanas y el vapor trae a la mente el espectáculo sensorial de la misa católica. Para efectuar esta unión y volverse feliz, va a hacer falta no los sentidos ni las emociones, sino el concepto, el pensar conceptual.
En el segundo momento, la conciencia trata de relacionarse con Dios a través del trabajo. En la misa, el hombre pasivamente recibe la hostia; pero en el mundo de las cosas, la creación de Dios, activamente produce, tal como hacía el siervo. Sin embargo ese mundo es un regalo de Dios, depende de su voluntad, lo cual sólo acentúa su conciencia de ser una criatura finita, lejos de lo que es capaz Dios.
En el tercer momento, la conciencia ataca la fuente de su individualidad y por tanto el obstáculo que impide su unión con Dios, a saber, su cuerpo. Se fija en sus funciones animales, viendo en ellas la forma en que el enemigo se revela. La conciencia, dice Hegel, “al fijarse en ese enemigo, en vez de ser liberada de él, permanece siempre en relación con él y se siente siempre maculada”. Esto me recuerda mucho del budismo y la meditación. Si uno trata de tranquilizarse al controlar el chorro de pensamientos que recorren la mente con más pensamientos, uno sigue más perturbado que antes o, como en la metáfora anterior, uno sigue ensuciado. Viendo la futilidad de todo esto, la conciencia decide poner su voluntad bajo la dirección de un sacerdote con la esperanza de que pueda mediar su relación con lo divino.
Con todo esto, ¿logra la autoconciencia la libertad que tanto anhela? En el transito del estoico al escéptico a estar ahora bajo el cuidado de un sacerdote, ¿ha logrado transformar la conciencia de siervo en la de un verdadero señor? Fíjate que aun cuando el señor terminó dependiente del siervo, al menos disfrutaba de los productos que hacía. En cambio, la autoconciencia al final de este capítulo está agotada, abyecta y sigue infeliz, mucho más siervo que señor. No ha logrado su meta debido a cómo ha concebido lo absoluto, Dios, y su relación con él.
En su libro La ciencia de la lógica, Hegel discute el concepto de la infinidad, y creo que lo que dice allí nos puede ayudar a entender el fracaso de la autoconciencia y el giro que efectúa la transición de la autoconciencia a la razón. La oposición que hemos visto entre Dios y el hombre, y lo inmutable y lo cambiable es reflejada en la oposición que Hegel analiza entre lo infinito y lo finito. La observación es muy sencilla. Si se opone lo infinito a lo finito, entonces el primero está limitado por el segundo. Esto quiere decir que la realidad de lo infinito es contingente, o sea, está determinada por su relación con algo que no es, por lo que no puede realmente ser infinito. Hegel llama este tipo de infinidad una mala infinidad. La verdadera infinidad no se opone a lo finito, sino que contiene lo finito dentro de sí. Si empleamos el entendimiento analítico que piensa en términos de oposiciones, veremos lo infinito y lo finito relacionados entre sí de forma externa. Es esta oposición la que la autoconciencia no podía mediar y que era la causa de su infelicidad. Pero si, con Hegel, lo vemos desde la razón especulativa, los concebiremos como relacionados internamente. Ésta es la postura de la propia dialéctica de la Fenomenología. Recuerda lo que dijo en el Prólogo: lo verdadero es la totalidad, y la totalidad no se arma pedazo por pedazo de forma mecánica, sino que la totalidad está presente desde el inicio y su progresiva determinación y especificación se lleva a cabo de forma orgánica. Es un proceso de auto-desarrollo en la que las partes y la totalidad, o lo cambiable y lo inmutable están relacionados de acuerdo con un principio interno.
A fin de cuentas, como dice Hegel en el texto, lo que la conciencia no sabe es que su objeto, lo inmutable, es ella misma, de la misma manera que la bellota es el roble. Hegel termina el cuarto capítulo con lo siguiente: “Pero, en este objeto, en el que su obrar y su ser, como ser y obrar de esta conciencia singular son para ella ser y obrar en sí, deviene para ella la representación de la razón, de la certeza de la conciencia de ser, en su singularidad, absolutamente en sí o toda realidad”. Así, la autoconciencia, habiendo agotado la perspectiva del sujeto, pasa a la visión mucho más amplia de la razón, que empezaremos a ver en el siguiente vídeo.

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12 Comments

  1. Mariano · 18/10/2018 Responder

    Muy espeso para los que somos aficionados y con la rapidez del vídeo. Habrá que leerlo poco a poco, tranquilamente para un análisis pausado y aún así sé que me resultará muy criptográfico. Gracias maestro.

  2. Carlos · 18/10/2018 Responder

    Lo he escuchado varias veces y ya casi logro empalmar lo primero con lo último. He tomado la vida campesina como una guía pues aquí, en virtud de su aparente autosuficiencia señor y siervo estarían integrados. El campesino se aísla y es aislado, con cierta complacencia en medio de sus privaciones, luego algo de autoconciencia estoica logra y, es muy probable que no alcance a la consciencia escéptica. Para que la lograra quizás debiera comportarse políticamente, es decir, admitir que tanto ha logrado llegar a ser señor de sí mismo, pero un señor incompleto y aceptarlo como tal, aunque no creo que el campesino llegue hasta allá. A lo sumo podría ser estoico. La conciencia campesina no alcanzaría a ser autosuficiente aunque reconociera los objetos que realiza para sí como sujetos, es decir, como versiones y sustancias de sí mismo.
    La otra cosa es cómo el campesino cree en Dios. Es muy improbable que lo asuma como una conciencia de sí, o su propia racionalidad que lo contempla; puede quedarse en una conciencia panteista, quizás.
    Creo que lo planteado, aun siendo precario es útil para ayudar al campesinado que sufre de una terrible crisis de identidad y está a punto de extinguirse completamente.
    ¿Por qué desaparecería? ¿Será que el señor si tiene más beneficios que el simple disfrute de su dominio? Gracias, seguiré estudiando.

    • Darin · 19/10/2018 Responder

      Hola Carlos. Pues Marx se inspiró en esta relación del señor y el siervo. Veía en este último su clase obrera, el proletariado, cobrando conciencia precisamente de su poder e futuro independencia. Claro, Hegel le dio otra interpretación.

  3. Carlos · 20/10/2018 Responder

    Si el campesino es el resultado diverso de múltiples sujetos que luego son objetivados y con los que se identifica, entonces será: tierra, tierra desmontada, monte quemado luego de su desmonte; tierra arada; semilla, semilla sembrada, suelo fertilizado, cultivo protegido por el herbicida, suelo fertilizado, suelo en limpieza manual, costales de recolección, recolección, desgrane, costales de empaque y empacado, transporte al sitio de venta. A esto podría agregarse el agua si el cultivo es bajo riego, o una componente de lluvia admitiendo que si el campesino no coloca la semilla en el suelo bajo la lluvia, ésta no sirve para nada. Todo eso sin dejar de ser él.
    Todos esos sujetos son admitidos por el campesino y necesita tener conciencia voluntaria o involuntaria de ellas para poder cultivar o, al menos sembrar, pues algo va de lo uno a lo otro. Esta ilación parcialmente sucinta nos permitiría empalmar a Hegel con Deleuze de manera poco menos que sorprendente. En efecto, podemos asumir que sobre todos eso sujetos trabaja el subconsciente a través de el deseo, según lo estipula Deleuze, pues todos resultan ser flujos. Podemos decir, parodiando a Goethe, que cada sujeto asumido por el campesino es subconsciente congelado en el deseo. La gestión del deseo resulta una gestión de los diferentes sujetos de los que el campesino sea consciente, voluntaria o involuntariamente. De manera voluntaria iría hacia una consciencia todavía insuficiente; de manera involuntaria hacia una conciencia pasiva; siendo posible que vaya a remolque de la acción del señor y no de sí mismo. De allí en adelante se lograría una imbricación tan compleja como rica.
    Tienes razón en lo de Marx, pero Marx no interpretó, dio armas para la transformación de la sociedad a través de la conciencia generada por la clase, aunque no estoy seguro que Marx no haya pasado por encima de la psicología de clase que queda más cerca del sujeto aprehendido.
    Marx no se quedó en el concepto, ni en la conciencia, pasó al optimismo en vez de a la esperanza.
    Gracias por tu comentario, me confirma que estoy entendiendo plenamente, aunque todavía precariamente. ¡Ciao!

  4. A. Leon · 24/10/2018 Responder

    Hola señor Darin, estoy siguiendo su video sobre Hegel, en el numero 12 usted anuncia al final el siguiente, pero aqui en su sitio no aparece y no lo encuentro en Youtube.
    Gracias.
    A. Leon

  5. katherine · 10/11/2018 Responder

    Darin. Usted me gusta!

  6. Mario · 03/11/2019 Responder

    Rescato de este video el análisis que hace Hegel de “Padre, Hijo y Espíritu Santo”. En la primera instancia, Dios juzga al individuo. Esto es característico del judaísmo, donde una ley externa prevalece. En la segunda instancia, característica del cristianismo, es donde Dios se encarna en la singularidad histórica de Cristo. En la tercer y última instancia, Dios es experimentado como espíritu y la conciencia se reconcilia con lo inmutable, lo divino, o lo absoluto. Esto no corresponde ni al judaísmo ni el cristianismo, sino que CORRESPONDERÁ AL HEGELIANISMO

    Mi entusiasmo vuelve a encenderse con esta última promesa. El resto del video no me ha aportado nada significativo en mi búsqueda del Absoluto. Veremos qué propone Hegel en el siguiente video

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