Hegel y la Fenomenología del espíritu, pt. 15/18

Hoy la segunda parte del quinto capítulo, sobre el hedonista, el rebelde romántico y el caballero de la virtud.

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Estamos en el quinto capítulo donde la conciencia ha asumido la postura epistémica de lo que Hegel llama la razón, o sea, un punto de vista idealista, cosa que vemos reflejada en la certeza que tiene la conciencia de ser toda la realidad. Como siempre, no basta simplemente tener la certeza de algo; hay que demostrar su verdad. Si jamás hubiera tratado de demostrar lo que creía, no habría avanzado más allá del primero capítulo sobre la certeza sensible. Bueno, en la primera parte de este capítulo, intentó demostrar que en efecto es toda la realidad al buscarse en ella, en los objetos a su alrededor. La razón observante fracasó en su intento porque la auto-conciencia no es algo que puede observarse. No es un algo, no es una cosa, sino más bien una actividad. Al menos nosotros observadores vemos eso claramente. La actividad que hemos visto a lo largo del camino hasta ahora es aquella que es el motor de la dialéctica, a saber, la negación. La conciencia es lo que es no al observar algo, sino al negar y transformar lo que no es, el otro de la conciencia. En otras palabras, la conciencia no es, sino que se hace, deviene, se realiza. Esto de hecho es el nombre de la segunda parte de este capítulo: “La realización efectiva de la autoconciencia racional por sí misma”. Deja el abordaje teórico y pasivo de la primera parte a volverse ahora activa.
En diferentes momentos a lo largo de esta serie he dicho que la conciencia emprende este camino para superar la enajenación que siente con su entorno; busca “sentirse en casa” en su propia experiencia. Mientras preparaba este vídeo, vi el trailer de un documental que se llama “Human Flow” (Flujo humano), que trata de la experiencia de los 65 millones de refugiados que hay actualmente en el mundo. En una parte, una mujer dice: “Ser un refugiado es mucho más que un estatus político. Es la crueldad más profunda que puede hacerse a un ser humano. Uno forzosamente priva a uno de todo aspecto que haría de la vida humana no sólo tolerable, sino significativa”. Cuando escuché eso pensé “Wow, esas palabras pudieron haber salido de la boca de Hegel!” En las primeras páginas de esta sección, Hegel dice: “[L]os hombres más sabios de la Antigüedad han formulado la máxima de que la sabiduría y la virtud consisten en vivir de acuerdo con las costumbres de su pueblo”. Cuando Hegel habla de la antigüedad se refiere siempre a Grecia, y casi siempre a su filósofo de cabecera – Aristóteles. Para Hegel, como para Aristóteles, la vida humana es en su fondo social; puede llegar a su plenitud sólo en el contexto de un conjunto de prácticas e instituciones sociales. Este conjunto de costumbres y prácticas Hegel lo llama Sittlichkeit y se traduce al español como “eticidad”. Es un concepto muy importante al que volveremos con más detalle al pasar a la dimensión del espíritu.
Si uno está desprovisto de ese entorno social de eticidad, como es el caso de los refugiados, entonces uno siente enajenado, no se siente en casa, literalmente. Hegel, como muchos, veía a Grecia Antigua como el modelo de armonía entre el individuo y su entorno. Sin embargo, no somos antiguos, sino modernos. La conciencia no puede simplemente volver a ese Jardín de Edén o Estado de Naturaleza (como diría Rousseau) porque a estas alturas de la historia está consciente de su individualidad, de su distinción del grupo, y pregunta por las costumbres y prácticas de su sociedad, por su origen y justificación ya que le parecen moralmente arbitrarias. ¿Por qué éstas y no otras? En fin, ésta es la situación en que se encuentra la conciencia ahora y lo que vemos en esta sección son tres estrategias que emplea para realizarse, es decir, para forjar esa eticidad que le permite sentirse en casa. Las tres vías son el placer del hedonista, la ley del corazón del romántico, y la vía de la virtud.
Como ya habíamos comentado, la razón observante, que vimos en el último vídeo, repasa la temática de los primeros tres capítulos pero desde una nueva perspectiva, la del idealismo, y lo mismo pasa con la razón activa; vuelve al tema del cuarto capítulo sobre la autoconciencia y la famosa dialéctica del amo y el esclavo. Recordemos que la conciencia no es una cosa, sino una actividad, la de la negación. En el cuarto capítulo, la autoconciencia negaba al otro en el sentido de destruirlo o rebajarlo para que ella fuera la totalidad. Pero ahora, desde la perspectiva de la razón y el idealismo, no puede hacer eso porque si ella está convencida de ser toda la realidad, entonces al destruir una parte de esa realidad, destruye a sí misma. Entonces, en su intento de encontrarse en el mundo, deja por atrás las cosas del mundo y se busca en otras autoconciencias. Veamos cómo.
La primera estrategia es la del placer, que trata en la sección que se llama “El placer y la necesidad”. Hegel toma como modelo de esta configuración de la conciencia al Fausto de Goethe. Fausto es un hombre racional, un intelectual que se mueve en el mundo de las ideas. En la obra de Goethe, llega a desilusionarse con ese mundo de serena contemplación de verdades universales. Anhela que algo le conmueva; anhela sentir intensamente la vida. Para ello, para sentir su total independencia y autonomía, se deslinda no sólo del orden árido y necesario de las ideas, sino también de del orden de las exigencias y reglas morales de la sociedad. Para sentirse amo de su propio destino, hace su famoso pacto con el diablo que, a cambio de su alma, le dota de los poderes necesarios para alcanzar lo que busca. Conoce a una joven, Gretchen, quien le llama la atención y en seguida seduce. Para Hegel, la relación entre Fausto y Gretchen no es la de amo y esclavo. No se trata de quitarse su libertad física sino sólo su independencia. Busca en ella el reconocimiento de sí mismo, cosa que el siervo, por su posición, nunca pudo dar al amo. En pocas palabras, Gretchen es para Fausto un medio para su propia realización, una extensión de sí mismo. Como dice Hegel, se trata de “llegar a ser consciente de sí […] en la otra autoconciencia o hacer a este otro sí mismo”.
Fausto le da a Gretchen una poción que hará dormir a su madre para que puedan estar en la intimidad, pero se pasa con la dosis y le mata. Gretchen es condenada a la muerte, y en un enfrentamiento con su hermano Fausto lo mata. Lo que he contado aquí es el comienzo de la obra y el final trágico. Hay muchos detalles que no tengo tiempo para tratar. El punto para Hegel es que Fausto buscaba su unión con el mundo no mediante leyes, fueran naturales o sociales, sino por medio de su propio esfuerzo y voluntad. Quería sentir el placer de ser la fuente y el autor de los contornos de su experiencia. Sin embargo, ese placer se convirtió en necesidad, como indica el título de esta sección. ¿En qué sentido?
Por un lado, experimentó consecuencias de sus actos que no provenían de su voluntad, a saber, las leyes sociales que de forma brutal e inexorable quitaron la vida de Gretchen. Eso puso un límite a la empresa de Fausto lo cual expresa el poder real de la universalidad en su experiencia.
Por otro lado, hay una necesidad de carácter más filosófico. Fausto, o la conciencia, busca a sí mismo en un otro, en una autoconciencia independiente. Eso es la fuente de su placer. Sin embargo, no ve simplemente a sí misma en el otro sino que encuentra la “unidad de sí misma y la otra autoconciencia”. El estar consciente del otro destruye su propia sensación de sí misma como individuo y por tanto su placer. En otras palabras, ve a sí misma sólo como un momento en esa unidad, una unidad no individual sino precisamente universal. Hegel ha llamado esta obra de Goethe la “única tragedia absolutamente filosófica”. ¿Por qué? Pues la intención de Fausto era pasar de la vida teórica, que consideraba muerta e inútil, a la vida práctica de placer vital, de conocer los frutos del árbol y a comérselos con todo y su jugo. Su certeza era que podía realizarse por medio del placer de verse reflejado en un otro, pero la demostración de esa certeza, o sea, la verdad, era el contrario. Como dice Hegel, la conciencia “tomaba la vida, pero con ello abrazó más bien la muerte”.
Esta configuración de la conciencia experimenta la necesidad de lo universal que se impuso en su experiencia como algo ajeno a sí misma, pero en realidad fue producto de sus propias acciones, entonces forma parte de su propia esencia, aunque no lo reconoce. Dialécticamente, la siguiente configuración incorpora esa universalidad en su concepción de sí misma. Deja el hedonismo de Fausto atrás y se convierte en un moralista sentimental, un romántico rebelde que quiere cambiar el mundo. Pretende efectuar este cambio con una ley, una ley no natural ni social, sino de su propio corazón, y así se llama esta sección: la ley del corazón.
Hegel dice que este corazón enfrenta una realidad que, por un lado, “es una ley que oprime a la individualidad singular, un orden del mundo violento que contradice a la ley del corazón”, y por otro lado “una humanidad que padece bajo ese orden y que no sigue la ley del corazón, sino que se somete a una necesidad extraña”. Ante esta situación de opresión esta conciencia romántica se indigna y rebela. No es egoísta como Fausto, sino que le motiva, como dice Hegel, “la seriedad de un fin elevado, que busca su placer en la presentación de su propia esencia excelente y en el logro del bienestar de la humanidad”.
Todos conocemos personas así, y creo que serías insensible si no reconocieras algo de ti en esta figura. Aunque no es egoísta, su punto de partida es individualista. La ley que salvará al mundo es la ley que ella lleva en su corazón. Lo que es bueno para ella es bueno para todos. El detalle es que la humanidad no comparte necesariamente la visión de nuestro romántico. ¿Qué pasa si hay otro romántico o rebelde con una visión distinta? Gente de este tipo tiende a ser intransigentes y fanáticos, su ley volviéndose en una abstracción que ama a todos los hombres en general pero a ninguno en particular. Al encontrar la ley de otros corazones en oposición a la suya, “Las palpitaciones del corazón por el bienestar de la humanidad se transforman así en la furia de la infatuación demente”, dice Hegel. Ha querido implementar una ley universal, pero sólo ha producido “una resistencia universal y una lucha de todos contra todos, en la que cada cual trata de hacer valer su propia singularidad, aunque sin lograrlo”. El orden que se da como resultado Hegel lo llama el “curso del mundo”, una articulación de un conjunto de sentimientos e intereses individuales en pugna.
A Hegel no le extraña nada esto. La propia frase “ley de corazón” es para él una contradicción en términos ya que los sentimientos del corazón son sumamente individuales y la noción de ley es universal. Esta configuración de la conciencia quería realizarse al ver su universal reflejado en el corazón no de otra autoconciencia sino en el de todos. Sin embargo, fue su individualismo lo que frustró el intento. Su certeza de ser toda realidad no logró demostrarse como verdad. La última configuración de la razón activa, la de la virtud, remediará el problema al no sólo manejar lo universal sino al también suprimir su propia individualidad. Recuerda que el largo capítulo quinto consta de tres partes. La primera es la razón observante, que es teórica. La segunda es la razón activa, la cual a su vez cuenta con tres secciones. Estamos pasando ahora a la tercera sección que se llama “La virtud y el curso del mundo”.
Lo que distingue a esta configuración de la conciencia de las primeras dos es el papel de lo individual con respecto a lo universal. El hedonista, como individuo, experimentaba lo universal como algo ajeno que se impuso, como un destino necesario e implacable. El rebelde romántico incorporaba lo universal dentro de sí en la forma de la ley de su corazón, sin embargo, por expresarse en la forma de un sentimiento, se encontraba en pugna con la particularidad sentimental de los demás individuos. Ahora, la conciencia se da cuenta de que el problema es la individualidad. La conciencia tiene que suprimir su individualidad, sus intereses propios, por el bien de lo universal. Y no sólo la suya, sino las demás individualidades que constituyen el “curso del mundo”. El bien o lo universal no se da porque ha sido cubierto y pervertido por la pugna de intereses individuales. Si todos actuaran de forma desinteresada y de acuerdo con lo universal, el problema se resolvería. ¿A qué suena eso? A Kant, desde luego. Su famoso imperativo categórico reza: “Obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal”. Lo que leemos en esta sección es una clara crítica a la moral kantiana.
Entonces, para nuestra conciencia kantiana, o lo que Hegel llama el caballero de la virtud, lo universal o el bien ha sido pervertido por el prejuicio de cada quien. Si pudiera ser purificado de la idiosincrasia individual, el bien cubierto o implícito podría hacerse explícito. El problema, como señala Hegel, es que si el caballero de la virtud lucha contra el curso del mundo para realizar el bien, lo hace inevitablemente desde su propia individualidad, lo cual lo hace parte del propio problema que está combatiendo. Entonces, para ser consecuente con su punto de partida, tiene que renunciar la acción, al menos la acción directa. Gandhi decía: “Sé el cambio que quieres ver en el mundo”. Pues si el cambio que el caballero de la virtud quiere ver es que la gente deje de llevarse por su punto de vista individual, entonces al sacrificarse al negar su propia acción, espera que eso sirva de inspiración a los demás, a que hagan lo mismo.
Sin embargo, se da cuenta de que, si esto es así, entonces el bien se realiza sin la intermediación de nadie; existe ya en el mundo por cuenta propia. Se da a pesar de la pugna de intereses, o de hecho, debido precisamente a ella. Haciendo eco de Adam Smith cuando, hablando de la mano invisible, dice que la preocupación egoísta de cada quien produce beneficios para la sociedad en general, Hegel afirma que lo universal o el bien no puede entenderse abstraído de la individualidad o del curso del mundo, sino como función de la actividad concreta de individuos. Dice que “el movimiento de la individualidad es la realidad de lo universal”. El universal que el caballero de la virtud pretende realizar es, en cambio, meramente abstracto. Dice Hegel: “tales esencias y fines ideales se derrumban como palabras vacías que elevan el corazón y dejan la razón vacía, que son edificantes, pero no edifican nada”.
Como había comentado, Hegel está criticando aquí la moral kantiana. Contrasta esta concepción abstracta de virtud con la virtud aristotélica del mundo antiguo. Vivir bien no es una función de seguir reglas universales, sino de un contexto social concreto en que se lleva a cabo. Este contexto se compone de individuos que actúan en un entorno socio-cultural de eticidad, una sustancia ética como lo llama Hegel, o Sittlichkeit. Vivir bien para los antiguos no implicaba un esfuerzo romántico por algún ideal apartado de las condiciones sociales, sino que, como el pez en el agua, suponía una unidad del ser y del bien. Esto es lo que mitológicamente se tenía en el Jardín del Edén. Para Hegel, no se trata de volver a ello, de volver a una sencilla inmediatez de experiencia, como si el hombre pudiera volver a ser niño, sino de llevar al hombre, a la conciencia, a actualizar esa semilla mitológica en la realidad concreta.

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6 Comments

  1. Alexis Bracho · 13/03/2019 Responder

    Excelente, sencillo, preciso, concreto. Felicitaciones y gracias.

  2. Joar Cornejo · 13/03/2019 Responder

    Hola profesor Darin es un agrado seguir viendo sus magníficos vídeos. Me son muy útiles para adentrarme a textos muy complejos como el de Hegel. Muchas gracias por el gran trabajo que realiza y difunde.

    Pdta: Creo que hay una interrupción en la secuencia de vídeos, porque falta la Parte. 14. de “Hegel y la Fenomenología del Espiritu”.

  3. Mario · 16/11/2019 Responder

    Hola Darin!

    Decirte ante todo que me parece que llegamos al ojo de la tormenta. Como vimos contigo en el primer video, en la base de toda discusión filosófica subyace el tema de los “universales” (¿existen “los caballos” o sólo son reales este o aquel caballo concreto?). HEGEL PATEÓ EL TABLERO. Se opuso a la moral que Kant pretende imponernos con sus imperativos, salvó la libertad de la persona humana y resolvió una síntesis dialéctica entre universalidad e individualidad. Y como si fuera poco, se opuso a la esclavitud del hedonismo y a la esclavitud de las ideologías. HEGEL ES INMENSO. Veremos si finalmente logra la síntesis entre Ciencia y Fe, entre Espiritualidad y Libertad

    Te mando un fuerte abrazo desde Buenos Aires y gracias por tu monumental trabajo Darin. Me gustaría conocerte en algún momento. GRacias!

    • Darin · 19/11/2019 Responder

      Gracias Mario. Estaré en BA en abril del próximo año, por ahí nos conocemos 🙂

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