Kant, lo bello y lo sublime, pt. 3/6

“La crítica del juicio” tuvo un enorme impacto en el romanticismo y en la estética en general. Aquí se revisan las ideas básicas de su planteamiento. En esta tercera parte hablaremos de la noción de finalidad sin fin.

Guión

Hoy seguimos con el argumento de Kant en la Crítica del juicio.  Estamos en la Analítica de lo Bello y toca ahora el tercer momento de su análisis.

Hasta ahora hemos visto dos características importantes del juicio estético.  Son desinteresados y universales.  En este tercer momento sostendrá Kant que se caracterizan por encerrar una finalidad sin fin.  La primera vez que leí la Crítica del juicio llegué hasta esta parte sin mucha dificultad, pero este momento, especialmente la sección 10, me dejó bastante perplejo.  Con más lectura, tanto de Kant como de otros filósofos, logré entender lo que quiere decir.

Bien.  El tema de este tercer momento tiene que ver con fines.  ¿Qué papel juegan los posibles fines de un objeto cuando lo juzgamos estéticamente?  Kant empieza con la siguiente afirmación: “Si se quiere definir lo que sea un fin, diríase que el fin es el objeto de un concepto, en cuanto éste es considerado como la causa de aquél (la base real de su posibilidad).  Pues eso suena bastante confuso.  Simplificando, un fin es un objeto cuyo causa es un concepto del objeto.  Por ejemplo, tengo ganas de un café.  El café es el fin, por lo que formo un concepto del café y actúo para realizar el concepto.  O sea, hago una serie de cosas en base a mi comprensión del concepto de café para realizarlo en la realidad.  Entonces, tenemos que un objeto, como el café, es posible únicamente por medio de un concepto, o presentación mental, del fin de ese objeto.

Luego dice: “La causalidad de un concepto, en consideración de su objeto, llámase finalidad (forma finalis).”  Esta noción de “finalidad” va a ser importante porque Kant quiere sostener que los juicios de gusto encierran una finalidad sin fin.  Como final dice: “La consciencia de la causalidad de una presentación o concepto en relación con el estado del sujeto, para conservarlo en ese mismo estado, puede expresar aquí, en general, lo que se llama placer.”

Con un lenguaje tan denso y abstracto Kant se ha desembocado en algo tan familiar para todos – el placer.  ¿Qué quiere decir con todo eso de fin y finalidad y causalidad?  Pues, acuérdense que los juicios de gusto no manejan ningún concepto.  En un vídeo anterior vimos esta imagen y decimos que un biólogo sabrá de qué sirven las flores, su función en la polinización, etc.  Pero el fin de las flores es irrelevante para juzgarlas bellas.

En este tercer momento Kant quiere afirmar dos cosas principalmente:

1.  La belleza de un objeto se juzga en la ausencia de un concepto del fin del objeto.

2.  A pesar de la ausencia de un fin determinado, el objeto manifiesta finalidad.

Este concepto de finalidad es importante porque gracias a el sentimos placer en lo bello.  Para entender esto mejor, consideremos las siguientes dos analogías:

Voy caminando en una jungla.  Por todos lados abundan colores y formas propias de una jungla.  Todo aquí es natural, nada producido por un ser humano.  En el camino me topo de repente con una vieja máquina de escribir.  De inmediato me doy cuenta de que este objeto no pertenece al entorno de la jungla.  No es una forma natural.  Al ver la máquina veo claramente la intención humana que la creó.  La hizo con un fin objetivo.

Es importante aquí hacer una distinción entre dos tipos de fines, o más bien dos diferentes maneras de conceptualizar un fin.  Una manera es lo que podríamos llamar “interna” y responde a la pregunta ¿cómo?  La otra es “externa” y responde a la pregunta ¿para qué?  ¿Cuál es la diferencia entre los dos?  Hablemos primero del concepto interno y para ilustrarlo tomemos el ejemplo de construir un librero de madera.  Cuando uno produce o crea algo tiene que haber en primer lugar una intención de simplemente hacerlo, terminarlo.  En el caso del librero tengo un libro con un instructivo, me dice las dimensiones de las piezas, las mido, y las ensamblo.  Una vez terminado, el librero es el cumplimiento de una intención.  Formé lo que podríamos llamar un concepto interno del objeto.  Recuerdan que el objeto es el fin cuyo causa es el concepto.  A lo que voy es que este fin “interno” tiene la propiedad de dar cuenta de todas las propiedades del objeto.  Pongo los clavos aquí, por ejemplo, porque es lo que me dice el instructivo.  Cuando formamos un concepto de un “fin interno” responde a la pregunta ¿cómo?  ¿Cómo construir un librero?  Pues hay que formar conceptos del objeto que tengan que ver meramente con su realización, con medidas, materiales, y colocación, etc.  Pero este tipo de fin interno no da cuenta completamente del librero.  Falta el “fin externo” o el “para qué”.

¿De qué sirve un librero?  Los objetos tienen una utilidad más allá de ser simplemente lo que son.  En el caso del librero el fin externo más claro es: guardar libros.  Este fin responde a la pregunta ¿para qué?  Muchas veces puede haber múltiples fines externos.  Un librero puede servir como mera decoración, para guardar otros tipos de objetos, o para ocultar un desperfecto en la pared.

Si regresamos a nuestra máquina de escribir en la jungla, vemos tanto su fin interno como su fin externo.  Su fin interno sería el concepto de ella necesario para producirla: el conjunto de piezas, materiales, etc, para ensamblar una.  Su fin externa sería el para qué, su uso.  Como comentamos, escribir cosas sobre papel, aunque también se podría usar para decoración (si es un modelo antiguo), o pisarla para alcanzar un libro en el librero que acabamos de terminar, etc.

Bueno, dejemos la máquina de momento y seguimos el camino.  Pronto me topo con otro objeto extraño, pero no lo reconozco.  Digamos que es un trozo de madera que parece haber sido tallado.  Está claro que este objeto no pertenece a la jungla, no emerge de ella como algo natural, pero a diferencia de la máquina de escribir, no sé qué es, de qué sirve.  Tiene un fin interno porque podría formar conceptos que me permitieran duplicar el objeto.  O sea, sé el cómo pero no el para qué.

¿Es un simple adorno que se cuelga de un collar, un artefacto religioso, un juguete, algo para sujetar el cabello?  Un wittgensteiniano diría que se parece mucho al famoso dibujo pato/conejo.  A lo mejor fue creado por un accidente natural, cómo un rayo cayendo sobre un árbol.  Sin embargo, a mí parece haber sido diseñado, como si tuviera un fin.

Esta característica de la belleza que estamos discutiendo – finalidad sin fin, o más bien sin un fin externo – es muy parecida a esta noción.  En este momento varias cosas me rodean: bolígrafos, una lámpara, un encendedor.  Estas cosas me manifiestan finalidad porque he conocido primero sus respectivos fines.  Dado que he escrito antes con un bolígrafo, sé cual es su fin, y por tanto el verlo ahí sobre el escritorio no me resulta nada extraño.  Su finalidad, como algo que se presta a usarse, se me manifiesta muy claramente.  La diferencia con nuestro ejemplo de la madera tallada es que su finalidad se manifiesta primero, antes de su fin.  Desconozco el “para qué” de este objeto pero sin embargo se me presenta como algo final, algo que tiene finalidad.  Normalmente, como en el ejemplo del bolígrafo, es al revés.

Entonces, este trozo de madera me resulta misterioso, no sé su fin, pero me llama la atención porque lo veo como algo que se presta a un fin.  Tiene finalidad diría Kant.  Podría investigar y quizá encontrar el fin pero de momento me resulta enigmático.  Este carácter misterioso o enigmático es precisamente lo que logra ejercer sobre nosotros una obra de arte.  La diferencia es que la ausencia o el desconocimiento de un fin externo para lo bello qua bello no es una característica accidental, como lo es para el trozo de madera, sino esencial.  Como en el caso de la flor, si conozco su fin (la polinización) debo hacer caso omiso de él en el momento de juzgarlo estéticamente.  La polinización puede explicar ciertas características de la flor, pero no explica su belleza.  Si un ser humano hizo nuestro trozo de madera, lo habrá hecho por una razón, un fin.  Las obras de arte, en cambio, aunque hechas por seres humanos, carecen de algún fin objetivo que da cuenta de su belleza.

Después de todo esto seguimos en la primera sección del tercer momento.  Volvemos ahora a la cita que hicimos al principio.  Ahí Kant decía: “La consciencia de la causalidad de una presentación o concepto en relación con el estado del sujeto, para conservarlo en ese mismo estado, puede expresar aquí, en general, lo que se llama placer.”  En las demás secciones del tercer momento vamos a desempacar esta afirmación tan importante en base a la noción de finalidad que hemos analizado en este vídeo.

Descargar guión en PDF

Audio
Descargar audio aquí

Dejar comentario