Kierkegaard y el individuo, pt. 4/6

Hoy vemos con mayor detalle la relación entre el romanticismo y la vida estética, y luego la esfera ética.

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Guión

Ya hemos hablado de la esfera estética y ahora toca pasar a la esfera ética, pero antes de pasar a ello me gustaría desarrollar un poco más un tema que sólo mencioné en el último vídeo, a saber, la influencia de los románticos en el pensamiento de Kierkegaard. Es importante hablar más a fondo de ellos porque la imagen de la vida estética que retraté en el último vídeo quedó algo sesgada. Aunque no dije nada que no está en el texto de Kierkegaard, pareciera que la dimensión estética es simplemente negativa y que debe ser superada, ya que se trata de un hedonismo total en el que uno lleva su vida casi como un drogadicto en constante búsqueda por nuevos y cada vez más intensos placeres o, en el caso del esteta refinado, como un manipulador psicológico, casi psicópata. Sin duda, quedarse únicamente en esa esfera conduce a extremos insostenibles tarde o temprano. Sin embargo, el modelo de este estilo de vida para Kierkegaard son los románticos – Schlegel, Hölderlin, Novalis y otros, cuyas ideas le llamaban mucho la atención al joven Kierkegaard, y no me extrañaría nada que a ti también. El romanticismo surge como reacción a cierto estado de cosas. Su respuesta a ese estado de cosas es aquello con el que Kierkegaard no está de acuerdo, sin embargo, el impulso o motivación de ese movimiento es valioso y es lo que quiero recuperar aquí para que lo tengamos bien presente al pasar a lo ético porque sus ideales, aunque parciales, van a formar parte de la dinámica del yo autónomo e individual al final de este viaje.
Kierkegaard creció en una familia cristiana, lo cual era de lo más común en su sociedad. Su padre fue un hombre de negocios exitoso, con una moralidad estricta y un carácter severo y sombrío. Cabía perfectamente en el molde social de un adulto responsable y respetable. El hermano de Kierkegaard, Peter, siguió los pasos de su padre al ocupar otra posición social respetable, la de un obispo en la iglesia luterana. El joven Soren, sólo 25 años de edad cuando murió su padre, veía la vida burguesa que le esperaba y la rechazó. Aunque no fue tan dramático en el caso de Kierkegaard, el choque entre padre y hijo es clásico, un choque de generaciones donde el joven rebela contra el papel que la sociedad pide que asuma. Si estudias filosofía, cuando les dijiste a tus padres que no querías la carrera de derecho ni de medicina, sino de filosofía, lo más probable es que lloraron, y que luego dijeron que no, que vas a morir de hambre, etc. etc. Este fenómeno se da a nivel social también, como fue el caso de los hippies que rechazaron el sofocante orden y decoro social de sus padres. Y eso refleja un enfrentamiento cultural más amplio como aquél que se dio con el Romanticismo hacia finales del siglo XVIII. Si los románticos fueron el joven rebelde, ¿quién fue el padre? ¡La Ilustración!
Durante un milenio, la cultura europea era cristiana; la gente entendía a sí misma y al mundo en términos de fe, pecado y salvación. Luego, con Newton en el siglo XVII y Kant en el XVIII, la razón llegó a suplantar a la fe, la ciencia a la teología, y el progreso social a la salvación. Este proceso de desencantamiento disolvió la unidad natural y orgánica mediante una serie de profundas dicotomías: alma y cuerpo, hombre y mundo, razón y sentimiento, entre otras. Como consecuencia, el mundo social se veía como un conjunto atomista de individuos que de forma utilitaria buscaba satisfacer deseos egoístas. La cuestión de cómo dar cabida tanto a necesidades individuales como sociales se convirtió en una cuestión de ajustes y manipulaciones propias de una ingeniería social.
A este mundo matemático y frío en el que la ciencia separó al hombre no sólo de sí mismo, sino también de la sociedad y de la naturaleza, los románticos dijeron ¡Ni madres! El romanticismo fue un movimiento no filosófico ni político, sino literario que daba expresión a la sensación de enajenación que sentía el hombre al imaginar un pasado idílico de unión y armonía. Psicológicamente, ese pasado era la juventud, la niñez; culturalmente solía ser Grecia Antigua; y mitológicamente era el Jardín del Edén. De ese estado de inocencia hubo una caída, la subsecuente enajenación y una añoranza por un retorno o algún tipo de redención. La novela Hiperión de Hölderlin es un ejemplo clásico de la literatura romántica, y más recientemente las de Hermann Hesse. En estas obras, el ejemplo más excelso del ser humano no es el científico racional, sino el poeta apasionado. Dado que los protagonistas románticos rechazan el orden social, se pintan a veces como rebelde, a veces como criminal, o hijo pródigo, siempre como alguien de los márgenes.
Su búsqueda espiritual se caracteriza por una profunda ambigüedad que en el fondo es la razón por la que Kierkegaard rechaza el esteticisimo de los románticos. Por un lado, ese pasado idílico por el que el romántico siente tanta nostalgia es un pasado de sólo incipiente humanidad carente de las facultades y capacidades espirituales de lo que es potencialmente capaz, de la misma manera que un niño es sólo la potencial del adulto maduro. Entonces, la caída de ese estado no fue un pecado o un error, sino algo inherente en la propia naturaleza humana, de modo que la enajenación que siente el hombre no es entre sí mismo y el mundo u otras personas, sino dentro de sí mismo. Se da cuenta de una división esencial en su ser. Debido a ello, ningún hogar para el alma es posible. Perdió una unidad original, su lugar como cualquier otro animal en el orden natural, y en su lugar ganó conocimiento y libertad (muy parecido a como Kierkegaard lo analizó en El concepto de la angustia). Lo que esta libertad les permitía era imaginar posibilidades, oponer a su actualidad finita una infinitud de posibilidades. Ante la imposibilidad de retornar a la unidad original y ante una actualidad indeseable, asumían una postura irónica de separación y de falta de compromiso con situaciones concretas. Es esta actitud la que vimos en el esteta refinado en el último vídeo y que para Kierkegaard termina en la desesperación de una vida vacía y efímera.
Al esteta romántico le falta finitud, lo cual es la fuente de su desesperación, y al hombre ético, como ahorita veremos, le falta imaginación, la infinitud, y ésa es la fuente de su desesperación. Uno no logra aterrizarse y el otro no puede despegarse, por así decirlo. Es en la síntesis de los dos en la esfera religiosa que el yo auténtico se forja.
Pasemos entonces a la esfera ética. De la misma manera que la vida estética cuenta con dos variantes, el inmediato y el refinado, la vida ética también, uno caracterizado por la responsabilidad y el compromiso, y el otro por la renuncia. El pseudónimo que defiende el primer tipo se llama Judge William. En dos largas cartas y un sermón, trata de mostrarle al esteta que hay una mejor forma de vivir. Antes de ver qué dice, hagamos unas distinciones básicas para orientarnos. La vida estética se centra en el individuo y el placer; la vida ética en el grupo social, en el bien para la comunidad. La vida del primero depende de factores externos ante los cuales es en mayor parte pasiva, contingente y dispersa. La vida ética, en cambio, depende de factores internos al individuo por lo que éste determina de forma activa y consistente su experiencia. El hombre ético tiene un yo fijo, una identidad clara, a diferencia del yo disperso del esteta. Para ver por qué, pasemos a la primera carta que lleva el título “La validez estética del matrimonio”.
En su discurso en la primera parte del libro, el esteta A trata directamente el matrimonio al decir: “Cásate, y te arrepentirás; no te cases, y también te arrepentirás; te cases o no te cases, en ambos casos te arrepentirás; o bien te casas o bien no te casas, en ambos casos te arrepientes”. El esteta valora los amoríos y los encuentros sexuales, dan mucho placer, pero el matrimonio no porque codifica e institucionaliza aquello que debe ser libre y espontáneo. Convierte al amor en una obligación, lo cual mata la magia del amor. Además, puede que lo que uno siente ahora cambie en el futuro, así que ¿cómo puede uno prometer sentir lo que no está dentro de su poder?
Vimos en el último vídeo que la prolongación de cualquier placer conduce al aburrimiento. Esto es lo que el esteta quiere evitar, por lo que rechaza el matrimonio. Sin embargo, lo que Judge William quiere hacerle ver es que el aburrimiento no se da debido a la naturaleza de las cosas, a algún hecho en el mundo, sino a un hecho sobre él mismo y su manera de vivir. El problema consiste no en acoplarse a las condiciones externas para optimizar el placer, sino en elegirse a uno mismo. El esteta se identifica con el conjunto de inclinaciones y deseos que la naturaleza (o la mercadotecnia) le ha dado, deseos muchas veces conflictivos entre sí que hace que el esteta no sea más que un juguete tirado por aquí y por allá en el mar de pasiones que le llevan inevitablemente a la decepción y el aburrimiento.
Al elegirse a sí mismo en cambio, uno crea una identidad sólida con valores y criterios que sirven como timón en el mar metafórico de la vida. Es parecido al estoico que en los altibajos de la vida encuentra refugio en sí mismo, en su racionalidad que refleja la eterna racionalidad del cosmos. La diferencia es que con el hombre ético el acento no está en lo cognitivo, sino en precisamente lo ético, una elección moral.
El yo que elige no lo saca de la manga, de la imaginación, pensando en lo que siempre quiso ser, como un hombre muy inteligente o rico o algo así. No. El yo ético no se define en términos de contenido, por así decirlo, sino de forma, y en este caso la forma es la responsabilidad. Elegirse a uno de forma responsable significa aceptar todo aspecto de la vida de uno: su físico, sus talentos, sus defectos, todo lo que ha hecho en el pasado, sin importar si haya tenido control sobre esos aspectos o no. Básicamente, uno ha sido arrojado al mundo (como diría Heidegger) y es culpable o responsable de lo que es. Al menos, toma la responsabilidad por todo ello, ya que de otra forma seguiría viviendo una vida estética en que uno es víctima pasiva de las circunstancias de la vida. Por cierto, Heidegger toma las nociones de ser arrojado y de la culpa entre otras directamente de Kierkegaard sin realmente darle crédito. En fin, no puede cambiar lo que ha pasado, pero al responsabilizarse de ello puede ser el autor de su acción a futuro. Eso es lo que le hace ético. Otra forma de decir todo esto es, si la vida es como un juego de cartas, el esteta quiere buenas cartas, pero al hombre ético eso no es lo decisivo; lo que importa no son las cartas que te haya tocado sino cómo las juegas, y ésa es una función de la interioridad de uno, no de condiciones externas.
Recordemos que la vida estética se centra en el individuo, y la ética en la comunidad. Aun así, tanto el hombre ético como el mismo esteta viven en sociedad. Vivir en sociedad significa ocupar lo que podríamos llamar distintos roles o papeles. Uno es al mismo tiempo padre, hijo, esposo (o amante), trabajador, ciudadano, etc. Si vemos cada uno de esos papeles como una máscara, la diferencia entre las dos personas es que las distintas máscaras que pone el esteta no ocultan ninguna cara, ninguna identidad. Lo que está detrás es un vacío indiferenciado que no es más que la suma fragmentada de todas las máscaras, una perversión monstruosa de todos los roles sociales. Las máscaras del hombre ético en cambio ocultan una identidad, la persona que uno ha elegido ser. O más bien, todas estas máscaras o roles son más que la suma fragmentada de sus partes; forman dimensiones coherentes de una sola identidad cuyo compromiso moral se expresa en todos ellos.
Judge William dice que “lo estético en una persona es aquello por el cual es inmediatamente lo que es; lo ético es aquello por el cual deviene lo que deviene”. De esta manera vemos que la vida en la dimensión ética es una tarea, una interior, no exterior. Debido a ello, a responsabilizarse, uno es capaz de comprometerse con otros, sea en la intimidad o en la comunidad. Asume sus obligaciones y encuentra su lugar en el mundo sin el temor de que las circunstancias se vuelvan tediosas y aburridas.
Pues todo esto suena muy bien, al menos sobre papel. La vida de la responsabilidad ética permite que uno evite los problemas del esteta, lleva una vida concreta con una identidad estable y en armonía con las instituciones y costumbres de su entorno social. Una vida más burguesa no puede haber. Sin embargo, al final el Judge William lee un sermón que un sacerdote lo había enviado. En él, entre otras cosas, dice que “ante Dios siempre somos culpables”. Sin entrar de momento en la cuestión de Dios y la esfera religiosa, esa afirmación significa que la perfección ética es imposible. Una cosa es responsabilizarse del pasado y el futuro de uno, lo cual le hace a uno autónomo y capaz de comprometerse con el mundo, pero otra es suponer que eso garantiza la corrección ética. La acción humana difícilmente puede evitar la paradoja y la ambigüedad en la vida. A veces uno tiene que elegir entre dos demandas conflictivas, como la que enfrentaba Antigone en la famosa obra de Sófocles, o los dilemas clásicos de decir la verdad aunque implique la muerte de un inocente, o sacrificar a uno para salvar a muchos. No hay una sola regla que determina toda nuestra acción de forma éticamente correcta, de modo que, por mucho que se esfuerce, haga lo que haga uno siempre habrá algo del que es culpable. Ante la perfección de Dios, uno siempre queda corto.
En el libro Temor y temblor, el pseudónimo Johannes de Silentio hace notar este problema y dice que la única respuesta o salida es una de resignación. Semejante persona se da cuenta de que toda postura ética dentro del mundo finito es relativa, siempre condenable desde un punto de vista absoluto. Si uno se mantiene consciente de esa perspectiva absoluta, no puede más que renunciar mundo y sus compromisos. Sigue viviendo en el mundo, pero anda como un extraño en él. Como dice Kierkegaard: “Vive en lo finito, pero no tiene su vida en él. Su vida, como la vida de un otro, tiene los diversos predicados de la existencia humana, pero lo ocupa como una persona que anda vestida de la ropa prestada de un extraño. Es un extranjero en el mundo de la finitud”.
Pues sólo nos queda la esfera religiosa. Como veremos, resolverá los problemas de las primeras dos esferas, pero no de forma dialéctica a la hegeliana, sino de forma existencial.

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13 Comments

  1. Claudia · 06/02/2019 Responder

    Gracias Darin por estos vídeos sobre la filosofía de Kierkegaard, los he disfrutado mucho.
    Tu proyecto La Fonda Filosófica con sus publicaciones desde hace ya siete años es un tesoro, un faro para muchos de nosotros.

    Saludos desde Barcelona.

  2. Raúl G C: · 07/02/2019 Responder

    Gracias!
    Saludos desde Venezuela.

  3. david tiscareño gonzalez · 08/02/2019 Responder

    Se te agradece todo lo que haces, si hay algo que podamos aportar los que te vemos o escuchamos hazlo saber.
    Valoro mucho no solo las ideas claras que compartes, sino la precisión del lenguaje, con doble esfuerzo para quien como tu tienes otra lengua materna.
    Un profesor que tuve mencionaba, que todo filosofo es antes un filólogo.

    Sigo al pendiente si algo podemos apoyar a darle continuidad a tu proyecto

    • Darin · 08/02/2019 Responder

      Muchas gracias David por tus palabras y por tu generosidad. Me gustó esa afirmación de tu maestro! Saludos.

  4. Pablo Ziallorenzo · 10/02/2019 Responder

    Exelente como siempre Darin , muy claro todo , felicitaciones ,un saludo desde Mar Del Plata Argentina

  5. Héctor · 27/02/2019 Responder

    Muchas gracias por tan buena introducción a Kierkegaard, por otro lado estoy muy interesado en la filosofía analítica, lastimosamente no hay mucho material en español sobre esta y me gustaría saber si fuera de los autores que ya tienes en tu canal, traeras más.
    Muchas gracias.

    • Darin · 01/03/2019 Responder

      Hola Héctor. La verdad, no conozco del todo bien la filosofía analítica, algunas cosas sí pero en general no. No es mi campo digamos. En todo caso, hace falta algo al respecto. Un texto que sí me fascina de ese campo es el Tractatus de Wittgenstein. Sobre eso sí haré una serie. Saludos!

  6. Tomás · 28/02/2019 Responder

    Maravillosos vídeos, estoy impaciente por ver nº 5 de Kierkegaard y el individuo. Saludos y gracias Darin por tu trabajo.

    • Darin · 01/03/2019 Responder

      Gracias Tomás. Ya mero!

    • Héctor · 04/03/2019 Responder

      Muchas gracias me llama mucho la atención ese autor pero la verdad es que causa un poco de miedo por su complejidad.
      Ví tu conferencia sobre peirce y me pareció un filósofo súper importante pero al igual me surgió un interrogante, que filósofos previos a el hay que leer para comprenderlo mejor?

  7. Ciro · 20/07/2019 Responder

    Darin, tal como te he dicho en otros mensajes, no soy filósofo, ni estudiante de filosofía, solo una persona inquieta, cosa que me viene de pequeño, por saber algo más sobre los misterios de nuestra existencia. En tu interesante exposición sobre Kierkegaard, cuando tocas su visión sobre la angustia frente a la adquisición de la conciencia de la libertad, a partir del conocimiento de que es posible hacer algo distinto al mandato, o la distinción entre estética (vivir en relación a “valores” objetivos dados según la percepción de los otros) y ética (construirnos nuestros propios conjuntos de valores), si es que lo he entendido bien, lo que advierto es un análisis del hombre, o mejor del ser humano (para integrar a todos los sexos), que se me presenta desprovisto de su condición de ser social, es decir incuestionablemente condicionado por el contexto, que hoy incluso dejó de ser provinciano, inclusive nacional para ser mundial. En concreto: ¿es posible la angustia ante la posibilidad de elegir, cuando en realidad no está hoy muy claro que verdaderamente podamos elegir? ¿Es posible en este mundo actual la libertad de optar por la ética construyendo nuestros propios valores, desechando el lápiz de labios y el goce del sexo variado? ¿Por qué hago estas preguntas en el marco de lo que has explicado sobre el pensamiento de Kierkegaard? Porque en nuestras realidades, en todos nuestros países, que descuento que las conoces sin duda alguna, existe la exclusión social, la pobreza extrema, la explotación, la migración desesperada para salir de guerras espantosas, la vida en barrios extremadamente carenciados, favelas como las llaman en Brasil, villas miserias como las llamamos en Argentina -no sé cómo las llaman en México o EEUU-, realidades que construyen seres humanos que desde la cuna solo pueden concentrarse en el pensamiento de la inmediata subsistencia física, lo cual los llevaría a una vida de pura “estética” según el pensamiento de Kierkegaard. Pura estética en tal caso pero no por “elegir” vivir en pos de valores objetivos en la búsqueda de ser percibidos de determinada manera por los otros, sino por una cuestión de elemental supervivencia. ¿Cuál es la libertad de elegir que ellos disponen? Vos, yo, por el albur de esta misteriosa vida hemos nacido en hogares de clase media, más o menos acomodada, que nos ha permitido una vida relativamente aceptable, estudiar y ser universitarios, que nos damos el placer de detenernos a pensar en estas cosas, dado que ningún apremio “estético” nos conmina. Pero ese mismo misterioso albur podría habernos hecho nacer en una favela, en una villa miseria, bajo un sucio puente de Brooklyn o en Siria y de pronto estar cruzando desesperados el Mediterráneo en una atestado y peligroso bote intentando llegar a Lampedusa. ¿Cuál hubiese sido en tal caso nuestra libertad? A veces pienso que muchas especulaciones filosóficas suelen desentenderse en sus proposiciones de la existencia de necesidades básicas, elementales, de supervivencia humana, que vienen dadas sin que los seres humanos las llamen o elijan, que cuando se las toma en consideración convierten en relativas muchas de aquellas especulaciones y proposiciones. Perdón por la extensión.

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