Locke y el contrato social, pt. 1/2

John Locke es considerado el padre del liberalismo y de las democracias actuales. En este vídeo analizamos su versión del contrato social y la naturaleza del Estado que implica.

Guión

El pensamiento de John Locke abarca dos campos de la filosofía: epistemología y teoría política.  Fue uno de los primeros empiristas, lo cual se refleja en su teoría del entendimiento humano.  Pero es su contribución a la teoría política lo que nos interesa aquí.  Locke es uno de los tres teóricos clásicos del contrato social y es reconocido como el padre del liberalismo.  Su epistemología sigue con cierta vigencia pero son sus ideas sobre política lo que sigue reverberando hasta hoy en día.

Locke nació en 1632.  Era profesor en la Universidad de Oxford y enseñaba derecho y medicina.  Gracias a una intervención quirúrgica, salvó la vida de este hombre, el Conde de Shaftesbury.  El conde era uno de los principales conspiradores contra la monarquía de los Estuardos, cuyo mando se justificaba con la idea del “derecho divino”.  De ahí en adelante, el conde tuvo a Locke como consejero político y fue en el contexto de su asociación con el conde que Locke escribió Dos tratados sobre gobierno, cuyo subtítulo dice: “En el primero, los principios y fundamento falsos de Sir Robert Filmer y sus seguidores son detectados y derribados.  El segundo es un ensayo que concierne el alcance y el fin originales y verdaderos del gobierno civil.”

El primer tratado casi no se lee ya que en él Locke refuta con facilidad la idea del derecho divino de los reyes, cuyo mayor defensor en aquél entonces era Sir Robert Filmer.  Su argumento puede apreciarse sucintamente en esta famosa obra de Miguel Ángel.  Hay un ser llamado Dios que da el dedazo a un tipo que se llama Adán, quien se convierte en el primer rey del mundo.  Los reyes actuales, argumenta Filmer, son los sucesores de Adán.  Ellos son nombrados por Dios para mandar sobre el pueblo cristiano y por tanto su mando es incuestionable gracias a la fuerza social que ejerce la iglesia.

En el primer Tratado sobre gobierno Locke responde simplemente al decir que cuestiones de realeza o monarquía no se mencionan en la Biblia con respecto a Adán o sus descendientes, y aun cuando se mencionara, la genealogía es imposible rastrear.  Dejando el endeble argumento de Filmer de un lado, pasa, en el segundo tratado, a preguntar por lo que puede justificar el mando de un gobierno.  Si no es un regalo de Dios, ¿en qué puede consistir la base legítima de un gobierno?  Cuando un nuevo rey asciende al trono, este proceso no es regido por ninguno proceso natural, como los que rigen el crecimiento de plantas, sino por algo social.  En el caso de Filmer, lo que rige el proceso es la descendencia familiar.  Si rechazamos ese argumento, ¿qué principio rige la instauración de un gobierno?  La respuesta de Locke, siguiendo a lo que ya había dicho Hobbes, es el consentimiento de los gobernados.  En esto Hobbes y Locke están de acuerdo, pero Hobbes deriva de esta premisa la necesidad de que mande un soberano con poder absoluto.  Como veremos, Locke llegará a una conclusión muy distinta.  Curiosamente, Hobbes y Filmer llegan a la misma conclusión – defienden los dos las monarquías actuales.  La diferencia es que Hobbes lo hace sobre bases racional-científicas.  Fue fácil despachar a Filmer.  Será mucho más difícil refutar a Hobbes.

Como sabemos, Hobbes, Locke, y Rousseau son los clásicos teóricos del contrato social.  Todos inician su análisis político con el concepto del estado de naturaleza y derivan de ello un concepto de estado civil.  La naturaleza del estado civil y el gobierno que lo rige va en función de las condiciones que se dan en el estado de naturaleza.  La manera en que cada uno lo describe influye mucho en las conclusiones finales a que llegan.  Para Rousseau el estado de naturaleza es casi un paraíso; para Hobbes es un estado de guerra total; la descripción de Locke se encuentra en algún punto intermedio entre estos dos extremos.

Quizá la oración más famosa de su tratado sea: “aunque el estado de naturaleza sea un estado de libertad, no lo es de licencia.”  Es decir, la ausencia de leyes y una autoridad no implica necesariamente que todos tomen la licencia de hacer lo que les da la gana.  A su juicio, el estado de naturaleza no conduciría a un estado de guerra de todos contra todos.  ¿Cómo sostiene Locke este escenario?

Empieza hablando del Jardín de Edén.  Ahí Adán y Eva vivían en un entorno perfecto pero luego pecaron y fueron echados.  En el mundo real, la supervivencia implicaba el trabajo, el sudor y el dolor.  Dado que Dios los echó, concluye Locke que el hombre tiene un Derecho Natural a trabajar la tierra y a aprovechar los frutos de su trabajo.  De hecho, su teoría deriva tres derechos específicos: el derecho de la vida, de la libertad, y de la propiedad.  Razona Locke que, siendo el hombre una criatura de Dios, nadie tiene derecho de quitarle la vida, menos en casos de auto-defensa.  Además, si Dios manda que el hombre trabaje, eso ha de significar que tiene el derecho a la libertad de hacerlo.  Como final, si Dios manda al hombre a trabajar, es lícito que lo que saque de la naturaleza por su trabajo le pertenezca, y por tanto el derecho natural a la propiedad.  Locke agrega una restricción a este último derecho.  Dice que uno no tiene derecho a más tierra de lo que realmente puede cultivar con el sudor de la frente.  Si se adueña de cinco hectáreas pero sólo puede trabajar una de ellas, entonces está violando el derecho de los demás de trabajar esa tierra baldía.

Bueno, el argumento hasta ahora está formulado en términos religiosos que, por la época en que escribió el texto, tenían mucho peso.  Pero sea la Biblia o la razón, llegamos a la misma conclusión para Locke.  Además, nuestra razón nos dice que los demás tienen los mismos derechos, por lo que tenemos la obligación de respetar los derechos de los demás.  Todo derecho para Locke viene acompañado de una obligación correspondiente, ya que un derecho sin una obligación sería un privilegio.  Por ejemplo, el derecho a un salario sin la obligación de trabajar.  Locke llama estos derechos “naturales”, lo cual hace que sean universales, ya que si no fueron universales dejarían de ser naturales.  Es el reconocimiento racional de las obligaciones que acompañan a los derechos y el hecho de que sean universales lo que hace que el estado de naturaleza sea social en vez de un caos bélico.  Es decir, al reconocer esto, los hombres pueden relacionarse entre sí sin la necesidad de un gobierno.

Todo esto suena muy optimista, como si los hombres siempre actuaran de acuerdo con las exigencias de la razón.  Pues Locke no es tan optimista.  Reconoce que el hombre no es un santo sino caído y pecador y que habrá violaciones de esos derechos.  Por eso agrega dos derechos más: el de juzgar y el de castigar.  Aun así, le resulta rebuscada la idea de que caeríamos en una guerra terrible.  El punto que quiere hacer es que el estado de naturaleza ya es un estado social.  Los hombres pueden relacionarse entre sí sin la necesidad de leyes y autoridades.

Da dos ejemplos interesantes de esta socialidad no-gubernamental: el lenguaje y el dinero.  El valor y el significado de estas dos cosas brotan de un nexo social y preceden la existencia del Estado.  En el caso del lenguaje, fíjense que muchos idiomas tienen academias que pretenden controlar y regular el idioma, como la Real Academia Española y la Académie Francaise.  Esta última autoridad se ha quejado mucho de cómo el inglés y el internet por ejemplo están cambiado el francés.  Establecen leyes y denuncian a los que lo hablen mal, pero es un ejercicio ridículo ya que los lenguajes no son artefactos en un museo sino organismos vivos que cambian y evolucionan y lo hacen no de acuerdo con reglas y leyes sino con el uso mundano del idioma en una sociedad.

El ejemplo del dinero, específicamente el oro, es interesante dado que tiene consecuencias que lleva a Locke a discreparse de Hobbes con respecto a la cuestión de la habilidad natural.  Es que, para Hobbes, es imprescindible que, en el estado de naturaleza, los hombres tengan una igualdad en cuanto a sus capacidades naturales de combate.  Habrá ligeras desigualdades, o sea, algunos pueden ser más fuertes que otros, pero esos otros serán más listos, y así ninguno dominará completamente al otro.  Si no fuera así, no habría una guerra de todos contra todos y la imperante necesidad de crear una sociedad civil.

Para Locke, esta ligera desigualdad es importante ya que lo que le interesa a él en su análisis no es la supervivencia sino la fortuna.  En este caso, habrá los que son un poco más emprendedores y trabajadores que otros, y estos adquirirán más oro.  Esta situación, debido a la naturaleza del oro, conducirá a importantes desigualdades.  Si se acuerdan, dijimos que Locke limita la cantidad de tierra que uno puede poseer a aquella que efectivamente puede trabajar y mezclar, por así decirlo, con su sudor.  El problema es que el acuerdo de poner un valor en el oro alteró el estado de naturaleza al eliminar las restricciones naturales a la acumulación de propiedad.  Nuevamente, si un hombre tiene cinco hectáreas pero sólo trabaja una, el fruto de las otras cuatro es un excedente que se echa a perder.  Pero el oro cambia esto.  Uno puede vender las tierras que no trabaja y acumular oro (cosa que no se echa a perder).  De este modo, no hay límite natural a su acumulación y por tanto la desigualdad de propiedad se introduce en el estado de naturaleza.

Estos ejemplos del lenguaje y el oro sirven para mostrar que el estado de naturaleza es inherentemente social antes de la creación de un Estado político con leyes y autoridades.  Es precisamente esta socialidad lo que impide que los hombres sin gobierno caigan en una guerra brutal como el que describe Hobbes y, como veremos en el siguiente vídeo, tiene implicaciones importantes para la naturaleza y el alcance del gobierno que se llega a crear.

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1 Comment

  1. ANONIMO_SPAIN · 06/11/2020 Responder

    Muy acertado, lo de la academia de las lenguas, es ridículo y pretencioso decirle a la gente como se tiene que comunicar.

    Gracias, profesor.

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