La república de Platón, pt. 6/9

En este vídeo hablamos de la mentira noble y de la naturaleza de la justicia en la ciudad y en el ser humano.

Guión

En el último vídeo vimos la educación de la clase guerrera.  Los guerreros son como perros guardianes que protegen y cuidan la ciudad.  No hacen ese trabajo por su propia cuenta sino bajo la dirección de un pastor, el filósofo rey.  En el último vídeo hicimos mención de este último pero no es hasta ahora en el diálogo que Sócrates lo introduce.  ¿Quién será el guardián, él que rige la ciudad?  Dada la educación de la clase guerrera, tienen los almas más finos y por tanto hay que escogerlo de ahí.  Por su experiencia será mayor de edad y debe ser sabio y prudente.  A lo largo de su formación serán probados en cuanto a su capacidad de resistir los alicientes del placer y el miedo y quien más sobresale ascenderá al rango de guardián.  Cabe mencionar que puede haber dos o más guardianes, pero en todo caso un número reducido.

Pues ahora tenemos las tres clases de la ciudad: artesanos, guerreros y guardianes, pero falta algo muy importante para que la ciudad funcione tal como Sócrates espera.  ¿Te acuerdas en el primer libro cuando Sócrates hablaba de las diferentes artes y oficios y cómo por ejemplo el médico, en tanto médico, obraba por el bien del objeto de su arte, en este caso el paciente?  Pues el objeto que más le interesa a Sócrates ahora es la ciudad misma.  Obviamente, al arte del guardián corresponde el cuidado de la ciudad, y vimos que los guerreros le ayudan en eso.  Pero aún así podría haber problemas.  Imagínate que un carpintero quisiera ocuparse del trabajo del médico o incluso el del guardián.  Los guerreros podrían controlar la situación pero sería mejor que todos se dedicaran con gusto a lo suyo.  Lo que Sócrates necesita es una forma de forjar una identidad entre intereses privados y públicos, de modo que, al dedicarse uno a su trabajo indicado contribuye al buen funcionamiento de la totalidad.  ¿Cómo lograr esta armonía?  El único remedio que se le ocurre es una mentira, el así llamado mentira noble.

En un momento veremos por qué se califica de noble pero por el momento veamos de que se trata.  Consta de dos partes.  En la primera, relata que todo lo que los ciudadanos recuerdan de su niñez y educación ha sido un sueño, que en realidad nacieron en la tierra, la madre tierra, y que fueron formados y educados en ella.  Siendo las cosas así, deberían considerar su tierra, Atenas, como una madre, y sus conciudadanos como hermanos.  Sabemos que las familias, al menos que no sean disfuncionales, unen sus miembros entre sí mucho mejor que la abstracción de “la sociedad”.  Además, el Estado, entendido como la madre de todos, es visto como algo natural, no artificial y contingente.  Al igual que una semilla sembrada en la tierra crece en un árbol, los ciudadanos crecen para ocupar ciertos papeles políticos en la ciudad.

Y esto nos lleva a la segunda parte de la mentira.  Relata que, a pesar de ser todos hermanos, los ciudadanos cuentan con diferentes habilidades de acuerdo con el metal que les fue mezclado durante su gestación en la tierra.  Los metales son oro, plata, y bronce y todos tienen una mezcla de los tres, pero en cada quien uno de los metales predomina.  En algunos hay más bronce, y esos son los artesanos; en otros, plata, que corresponde a los guerreros; y los en que predomina el oro son los guardianes.  La primera parte de la mentira confería naturalidad a algo no natural, la asociación política de los ciudadanos.  La segunda parte también confiere naturalidad a algo, pero a algo que ya es natural, al menos según Platón.  Me refiero a las diferentes talentos y capacidades de las personas.  Estas diferencias se reflejan en los diferentes cargos y responsabilidades que ocupa la gente en el Estado.  Tradicionalmente, esos cargos se han repartido según el estatus o riqueza de la familia en que uno nació.  Lo que quiere Sócrates es que la jerarquía social refleje las virtudes o capacidades de la gente.  Tanto la familia en la que uno nace como la virtud o disposiciones psicológicas de uno son naturales, hechos que se dan aleatoriamente.  Pero sólo el segundo constituye una base racional para la organización del trabajo en la ciudad.  Pero por racional que sea, la gente tiende a valorarse a sí misma al menos al par con sus conciudadanos.  Por tanto hace falta la mentira, la idea de que una fuerza natural, la tierra madre, haya determinado su posición social, al igual que determina su estatura y otras cualidades físicas.

Podemos comentar un par de cosas sobre esta ficción que plantea.  La primera es que, por rebuscada que nos parezca a nosotros, la idea de nacer en la Tierra Madre existía en la cultura de aquel entonces.  De hecho, los griegos, más bien los atenienses, se consideraban sui generis, autóctonos, paridos de la tierra misma de Atenas.  Esto se simbolizaba de hecho con una guirnalda de oro que llevaban en el cabello.  Pero al margen de su credibilidad es el hecho de que es una mentira, o lo que Sócrates llama un pseudos, un mito.  A lo mejor te parezca extraño que un filósofo como Sócrates mienta, pero para él, una ficción es aceptable, incluso noble, siempre y cuando ilustre una verdad.  Como dice Cornford,

“El principio que le guiaba era éste: un orden social no puede ser estable y armonioso al menos que refleje la constitución inalterable de la naturaleza humana.  Tiene que proporcionar un marco en el que los deseos normales de cualquier ser humano encuentren suficiente alcance para satisfacerse.  Un sistema social que prive o frustre cualquier grupo importante de deseos humanos será derrocado, tarde o temprano, por las fuerzas que ha reprimido y, mientras dura, los distorsionará y pervertirá.”

Es importante entender que lo que Sócrates plantea en este mito no es un sistema hereditario de castas sino clases que corresponden a disposiciones naturales.  De hecho, si los guardianes detectan que en un niño nacido de padres artesanos predomina oro, debería ser criado con padres de esa clase.  Nos pueda parecer asqueroso este sistema de transferencia de niños entre familias, pero está pensado para que un príncipe bobo no llegue al trono por derecho de descendencia.

El último tema con respecto a los guerreros, que ahora son los auxiliares de los guardianes, es la forma de vida que llevan.  Hemos visto que su educación les hace gentil con los ciudadanos y feroces con enemigos de afuera.  Luego, la mentira noble se planteó como una forma de asegurarlo, de forjar esta identificación del bien del Estado con el bien individual.  Y ahora, para que no haya pierde en absoluto, para eliminar toda tentación de aprovechar al público, dice Sócrates que los guerreros no tendrán propiedad privada, todo será compartido (bueno, menos cepillo de dientes y ropa interior) y habrá acceso libre entre las casas.  Es que si tuvieran casa y dinero propios, eso estimularía la parte apetitiva del alma y empezarían a competir con los demás ciudadanos por más bienes y su trabajo de vigilar y defender se descuidaría.  Ya sabemos qué pasa cuando se mezclan dinero y políticos – ¡corrupción!  Eso lo quiere evitar Sócrates.

En todo caso, la vida de los guerreros no nos parece muy atractiva.  De hecho, Adiemante comenta que no serían muy felices.  Responde Sócrates que no buscan la felicidad o bienestar de ningún individuo ni ninguna clase sino de la totalidad.  Si no existiera la clase guerrera en los términos que plantea Sócrates, la fiebre que se dio al introducir los lujos llegaría a ser mortal para el Estado.  Hay que recordar que están construyendo el Estado para poder identificar la justicia en él, la tarea a la que se dieron en el segundo libro.  Y eso con la finalidad de encontrarlo en el hombre.  Pues ya pasemos a ver lo que encuentran.

Con el cuidado que han tomado en elaborar las tres clases, Sócrates tiene la seguridad de que el Estado que ha resultado es bueno.  Siendo bueno, debe constar de las virtudes de la sabiduría, el coraje, la templanza o moderación, y como final, la justicia.  ¿Por qué estas virtudes y no otras?  No da ninguna razón, pero tampoco las saca de la manga sin más.  Estas virtudes eran comunes en la cultura griega en discusiones de este tipo.

Empecemos entonces con la primera en la lista.  Una ciudad buena, bien guiada, debe constar de conocimiento.  Obviamente, los artesanos tienen mucho conocimiento, pero son conocimientos parciales y específicos como vimos en el primer libro.  El conocimiento del filósofo, en cambio, es general y abarca el bien de la ciudad en su totalidad.  Como veremos más adelante, este conocimiento es producto de su captación de las Ideas.  El punto es que esta sabiduría se encuentra en la clase más pequeña, los guardianes.

La siguiente virtud, el coraje, reside obviamente en la clase guerrera.  Esto no quiere decir que los artesanos y guardianes sean cobardes sino sólo que el coraje es el elemento dominante en el alma de los guerreros.  Es decir, el coraje de los guerreros es decisivo para el funcionamiento de la ciudad.

La tercera virtud, la templanza, no se limita a una sola clase sino que consiste en una armonía o acuerdo implícito entre todas las clases con respecto a quién mandará.  No se trata de un voto o algo así sino de la dinámica natural de las disposiciones psicológicas que llevará a uno a querer dedicarse al trabajo por el que es más apto.

Por fin llegamos a la justicia.  Sócrates se da cuenta que la habían abordado varias veces sin darse cuenta de ello – se refiere al principio de: un hombre, una función.  Cada quien dedicado a una sola cosa sin meterse en otras.  Eso suena mucho a la templanza que acabamos de comentar pero Sócrates lo eleva a un rango mayor.  Es la virtud que posibilita las otras tres.  La justicia en este sentido puede compararse con la salud en el cuerpo.  Si el hígado se ocupara de hacer el trabajo del corazón, el cuerpo pronto dejaría de funcionar.  Con cada órgano haciendo lo suyo, el cuerpo funciona bien y esa condición la llamamos salud.  Eso lo mismo con la justicia en la ciudad.

Ahora bien, como comentamos, se construyó la república para identificar la justicia en ella, para que de ahí poder encontrarla más fácilmente en el ser humano.  Podrían simplemente suponer que el alma tiene la misma estructura tripartita que el Estado, pero también es posible que las actividades del alma se lleven a cabo por un alma unitario, no diferenciado.  Para determinar cual de los dos, Sócrates recurre a un principio lógico, el de la no-contradicción, que para nuestro caso dice que algo no puede al mismo tiempo actuar o sufrir una acción de maneras opuestas con referencia a la misma parte y en relación con el mismo objeto.  Por ejemplo, según este principio, no puedo permanecerme quieto y brincar al mismo tiempo.  Pero no nos interesan las actividades del cuerpo aquí sino las del alma.  ¿Has estado alguna vez de dieta y un amigo te invita a un pastel de chocolate y por mucho que quisieras comértelo, lo resistes?  Esta experiencia consta de dos actividades opuestas: el apetito, que se dirige hacia el objeto deseado, y la razón que resiste, debido a otro deseo de no subir de peso.  Dado que una y la misma cosa no puede actuar de formas opuestas según nuestro principio, tiene que haber al menos dos partes del alma, el apetito y la razón.  Pero imagínate que no seas tan fuerte y te rindes.  Sabe muy rico en el momento pero luego te sientes mal y te reprochas.  Esa sensación de reproche no viene de la actividad ni del apetito ni de la razón sino de otro elemento, la irascibilidad.  La idea es que esta parte sea aliado de la razón.  Al ser así, se siente reproche a uno mismo después de comer el pastel.  Pero si apoya más bien al apetito, y éste no consigue el objeto de su deseo, la reacción es más bien un berrinche.

Habiendo establecido que el alma tiene la misma estructura tripartita que el Estado, las virtudes se reparten de la misma manera.  La sabiduría y el coraje corresponden a las partes razonables y irascibles, respectivamente.  La templanza a la armonía que se da al fijarse cada parte en su propio trabajo, y la justicia siendo el producto final de todo esto.  En el primer libro, Sócrates y Polemarco estaban buscando la actividad que hace el hombre justo, pero sin éxito.  El punto es que la justicia no es un modo de actividad sino más bien un estado interior, muy parecido, como comentamos, al estado de salud.

Pues estamos por llegar a la parte más conocida e importante de La república: una discusión de la creencia, el conocimiento, la realidad, las ideas, el bien, y la famosa caverna que envuelve y explica todo en una maravillosa imagen.  Como siempre, les agradezco su compañía el día de hoy.  Hasta la próxima y buen provecho.

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3 Comments

  1. URL · 11/06/2013 Responder

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  2. Fco. Manuel Espinosa · 19/09/2018 Responder

    .
    Parece que para el común de los atenienses era indivisible la unidad “persona-ciudad”. Eran por tanto, chovinistas, nacionalistas y xenófobos… ¡Debían ser inaguantables! 🙂

    (Y a todo esto, las mujeres no aparecen por ningún lado, ojo).

    Gracias por el nuevo vídeo, profesor Darin.

    🙂

    • Darin · 19/09/2018 Responder

      Hola Francisco. Es verdad, los atenienses se querían mucho! jaja. Al menos en la república que proponía Platón había igualdad entre los hombres y las mujeres. Hasta hoy en día seguimos con ese pendiente!

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