Hegel y la Fenomenología del espíritu, pt. 11/18

Hoy vemos el resultado de la lucha a vida o muerte en la relación entre el señor y el siervo y el papel del reconocimiento en la constitución de la autoconciencia.

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“Cogito, ergo sum”. Con estas tres palabras, Descartes deriva el yo. Kant, igual desde un punto de vista teórico, infiere el “Yo pienso”. Hume no encuentra ningún yo, sino sólo una flujo de impresiones. En filósofo tras filósofo, encontramos análisis muy interesantes del yo, pero ninguno da cuenta de su aparición o génesis; todos lo toman como un fenómeno dado. Y luego está el parteaguas que es Hegel. Hoy en día, es de lo más común ver el yo como un fenómeno relacional, producido por estructuras, sean económicas, lingüísticas, semióticas, narrativas o en general fuerzas como Nietzsche nos enseñó con su noción de la Voluntad de Poder. Pero quien le enseñó a Nietzsche fue Hegel. Con la dialéctica del señorío y la servidumbre, Hegel da cuenta del yo, de la auto-conciencia, como un fenómeno formado por una dinámica de conflicto y oposición con un otro en un entorno no teórico sino práctico y social.
Seguramente has leído casos de niños abandonados en el bosque y criados por lobos. Gente que luego los descubre encuentra que son más animal que humano. Como cualquier animal, estos niños son conscientes de su entorno, pero no de sí mismos, no tienen auto-conciencia, no tienen una identidad. Hegel dice que la auto-conciencia existe sólo al ser reconocido por un otro, ojo, no por un lobo, sino sólo por otra auto-conciencia. ¿Por qué? Pues a Hegel le gusta explicar el papel del otro en términos lógicos. Dice que una auto-conciencia es para otra un término medio. En el clásico silogismo sobre Sócrates, hay tres términos: un individuo – Sócrates; un universal – la mortalidad; y una clase particular incluido en el universal, en este caso – los hombres. Lo que el silogismo hace es unir en la conclusión el individuo con el universal: Sócrates es mortal. Ahora bien, este dato no es algo que percibimos de forma inmediata y evidente, sino que es inferido por la mediación de otro término, precisamente el término medio, en este caso “los hombres”.
Para Hegel, la misma dinámica da cuenta de la auto-conciencia. Si vemos la identidad de ésta como la conclusión de un silogismo, por ejemplo, “Yo soy inteligente”, lo que afirma Hegel es que ese conocimiento que uno tiene de sí mismo no es inmediato, sino mediado por un término medio. En este caso es otra auto-conciencia. Dice Hegel: “Cada [auto-conciencia] es para el otro el término medio a través del cual es mediado y unido consigo mismo”. En otras palabras, lo que soy, todo lo que constituye mi identidad, depende de que otro lo reconozco como tal. Es por eso que el niño salvaje es más animal que humano. Está rodeado de objetos, pero ninguno de ellos lo puede reconocer.
Fíjate que el niño salvaje se parece un poco a la auto-conciencia en el inicio de la dialéctica que vimos en el último vídeo. Hegel dice: “La auto-conciencia es primeramente ser para sí simple, igual-a-sí-misma, por la exclusión de sí de todo otro”. Ésta es la postura del deseo, postura que se ha adoptado porque la conciencia ahora toma a sí misma como la fuente y base de su conocimiento, ya no los objetos como vimos en los primeros tres capítulos. Si el sujeto constituye la fuente, entonces tiene que ser independiente y absoluto, ya que si dependiera de otra cosa, esa otra cosa sería la base. Volviendo a nuestro silogismo, se podría decir que lo que quiere predicar a sí mismo es la independencia – “Yo soy absolutamente independiente”. Eso lo afirma, pero ve por todas partes objetos que se oponen a él, que amenazan su independencia. Tiene que eliminar esta oposición al determinar o apropiarse del objeto, así mostrando que el objeto no es independiente sino que depende de o está sujeto a la auto-conciencia. Y así hace manifiesta su independencia, pero justo en el momento de hacerlo, aparece otro objeto, y luego otro y otro. El deseo de la auto-conciencia no se satisface y queda perpetuamente entredicho su verdadera independencia.
Todo esto cambia, como vimos, cuando se topa con otra auto-conciencia. Como los objetos, este otro amenaza su independencia, por lo que, en tanto deseo, trata de aniquilarlo. Entran los dos en la lucha a vida o muerte. Pero los dos se dan cuenta de que si uno muere, el otro estará en la misma situación que antes. Esto no puede ser. Lo que realmente desea no es la aniquilación del otro, sino el deseo del otro, que el otro lo reconozca. La postura pasa entonces del deseo al reconocimiento, y la lucha termina cuando uno teme una muerte violenta y elige vivir en vez de morir. El ganador es el señor, y el que se rinde, el siervo. Lo que éste pierde y el señor gana es el honor, el reconocimiento de ser-para-sí como absoluto.
Muchos llaman esta famosa sección del libro la dialéctica del amo y el esclavo, pero es incorrecto. Si se tratara de un esclavo, Hegel hubiera usado la palabra der Sklave, cosa que hace de hecho en su libro La filosofía del derecho. La palabra que usa aquí es Knecht, que significa siervo. ¿Cuál es la diferencia? Un esclavo es la propiedad de alguien, tiene amo, y se libera al escapar o rebelar. El siervo, en cambio, no es un mero objeto sino que tiene un yo, aunque no es independiente sino determinado por otro, el señor. A diferencia del esclavo, el siervo se libera mediante el trabajo, como pronto veremos.
Bueno, analicemos la relación entre señor y siervo. Como puedes imaginar, el señor lo está pasando de maravilla o, como dice Hegel de forma más conceptual, el señor es ahora un ser para sí e independiente, a diferencia del siervo que, habiendo sucumbido a su miedo, es dependiente, un ser para un otro. Antes, el señor intentaba demostrar su independencia con la postura del deseo, negando o consumiendo los objetos que le rodeaban. Pero seguían apareciendo, manifestando así la independencia de la esfera de los objetos, y poniendo en tela de juicio la suya. Lo genial del siervo es que el señor no tiene que negarlo, sino que el siervo niega a sí mismo, es decir, su derrota en la lucha significa que no es absoluto e independiente sino que el señor lo es, Al reconocer al señor de esta forma, está en efecto negando a sí mismo. Y no sólo eso. El señor ahora puede disfrutar los objetos o cosas que antes le causaban tanto problema porque el siervo se ocupa de ellos.
En esta relación, el señor, al ser independiente, es el término esencial y el siervo no esencial; el primero domina al segundo, consumiendo lo que produce; el primero goza y el segundo labora. Para el señor, parece ser una situación perfecta. Antes, cuando el señor trataba los objetos directamente, vimos que su deseo quedaba constantemente insatisfecho. Comentamos que lo que realmente deseaba era no la aniquilación del otro, sino el deseo de ese otro, su reconocimiento. Y ahora que lo tiene, ¿está satisfecho el deseo del señor?
Siempre me ha resultado muy llamativo el fenómeno de un político que acarrea gente del campo para que estén en la plaza de la ciudad a escuchar su discurso y para que lo aplaudan y lo aclamen. El político sonríe y los saluda con emoción. Sin embargo, él, la gente en la plaza y cualquier observador, todos saben que esto no es genuino, sino falso, que la gente está ahí por miedo o por algún pago que le hicieron o beneficio que recibirá. ¿Puede el dinero o el poder comprar el reconocimiento de los ciudadanos o el amor de una pareja? Sabemos que no, y aquí en el famoso giro dialéctico de esta sección Hegel nos enseña por qué.
Recuerda que al principio del libro Hegel dijo que el camino de la conciencia terminará cuando haya una correspondencia entre el concepto que maneja y la experiencia del objeto. En la p. 99 del texto Hegel dice: “Para el señor, la conciencia no-esencial [es decir, el siervo] es aquí el objeto, el cual constituye la verdad de la certeza de sí mismo. Pero claramente se ve que este objeto no corresponde a su concepto [ya que] es algo totalmente otro que una conciencia autosuficiente”. El otro en que la verdad de su certeza como independiente descansa es un ser insignificante y no-esencial, una conciencia dependiente – ¡un siervo pues! Por tanto, el señor de repente no tiene la certeza de ser-para-sí. Es importante entender que la verdad de cada quien está en el otro. El señor ahora se da cuenta de la consecuencia negativa de esta situación. ¿Qué valor tiene el reconocimiento de un ser sumiso y miedoso? Casi ninguno. Pero por el otro lado, la verdad del siervo está en su otro, el señor, lo cual tendrá como consecuencia que encontrará su libertad e independencia. Veamos cómo.
Recuerda que en la lucha de vida o muerte las dos autoconciencias efectuaron lo que Hegel llama una “abstracción absoluta”, es decir, hicieron abstracción de todo lo que pudiera determinar su ser o su identidad: un trabajo, una relación humana, incluso la naturaleza y la vida misma. Con esa actitud, el señor ganó, pero ahora que tiene la vida hecha, todo es fácil, no tiene que esforzarse en nada y por tanto su existencia resulta aburrida. Materialmente lo tiene todo, pero espiritualmente no. Su espíritu se rebaja al mero consumo de cosas, al nivel material de la vida de la que en la lucha hizo tan tajante abstracción.
Y el siervo, ¿qué permite que se independice, que salga de su servidumbre? Bueno, su servidumbre consiste en tres cosas: el miedo, el servicio y el trabajo. En la lucha de vida o muerte el siervo sintió miedo, un miedo no tanto a su oponente, el que ahora es el señor, sino miedo, como dice Hegel, “a la muerte, el señor absoluto”. Todos hemos sentido miedo, y algunos el miedo de una muerte inminente que a fin de cuentas no llegó a pasar. En todo caso, se experimenta como algo muy negativo, pero para Hegel tiene un aspecto positivo. Dice que esta experiencia de miedo le ha “disuelto interiormente, le ha hecho temblar en sí misma y ha hecho estremecerse cuanto de fijo había en ella. Pero este movimiento universal puro, la fluidificación absoluta de toda subsistencia, es la esencia simple de la autoconciencia, la negatividad absoluta, el ser-para-sí-puro”.
La autoconciencia no es ninguna cosa determinada, sino, en su pureza, un puro movimiento indeterminado. La experiencia de la misma provocada por el miedo es la forma en que el siervo está, subjetivamente, consciente de su independencia. Esta conciencia subjetiva se vuelve objetiva o explícita con los otros dos aspectos de la servidumbre: el servicio y el trabajo. Al estar al servicio del señor, el siervo rinde control de su existencia material al señor, de todo lo que tiene que ver con la naturaleza de su cuerpo y sus necesidades, pero justo por eso se acentúa su independencia, su ser-para-sí que no es corporal sino espiritual.
Pero lo que realmente efectúa la transformación en el siervo es el trabajo. En el prólogo Hegel dijo que alcanzar el conocimiento divino es un proceso arduo que implica “seriedad, dolor, paciencia y el trabajo de lo negativo”. Esto lo vemos prefigurado en el trabajo del siervo, cosa que las otras formas de la conciencia que hemos visto hasta ahora no han podido hacer. En los primeros tres capítulos, la conciencia, en tanto certeza sensible, percepción y entendimiento, guardaba una relación pasiva con el objeto. La idea o concepto que manejaba era que el objeto revelaría su naturaleza a la conciencia así dando cuenta de su conocimiento. En el cuarto capítulo, la autoconciencia se dio cuenta de que ella misma, el sujeto, era la fuente del conocimiento, y para demostrarlo, para asegurar su absoluta independencia cognitiva, buscaba aniquilar los objetos para que no le amenazaran con su independencia.
Lo que distingue a la conciencia del siervo es que su actividad, el trabajo, no aniquila los objetos, sino que los transforma, con lo que forja un mundo en su imagen y semejanza. Con el trabajo de lo negativo, el siervo plasma su propia subjetividad en el objeto, convirtiéndolo en un producto ya no natural sino humano. El señor dejaba que el siervo se lidiara con el objeto, ya que era la constante independencia del objeto lo que dejaba su deseo insatisfecho. Pero ahora el siervo experimenta esa independencia del objeto de forma diferente y positiva ya que, mediante su trabajo, encuentra a sí mismo en el objeto que permanece independiente. En pocas palabras, en el producto independiente de su trabajo, el siervo ve su propio ser-para-si, su propia independencia. Al ver el mundo a su alrededor tomar la forma que él lo da, deja de sentirse enajenado del mismo. Es curioso ver esta inversión de la relación. El siervo se siente más como señor, más independiente, y el señor se siente más como un siervo, más dependiente.
Sería muy fácil pensar que es el siervo quien sale ganando, sin embargo, desde el punto de vista fenomenológico, hacia finales de esta sección no hay mucha diferencia entre el señor y el siervo ya que ninguno de los dos es completamente independiente ni dependiente. El señor es muy cómodo pero aburrido, y el siervo experimenta su independencia en el trabajo, pero aun así no puede disfrutar de los productos de su trabajo (esto por cierto es lo que Marx después llamaría la enajenación del trabajo). A lo que voy es que la dialéctica no ha producido aún lo que los dos buscan, la independencia. Buscarla mediante el reconocimiento del otro es el camino correcto, es sólo que aquí ese reconocimiento ha sido sesgado y parcial, no mutuo, cosa que ha dejado a los dos en una condición insatisfecha, infeliz.
La segunda parte del cuarto capítulo se llama “Libertad de la autoconciencia; estoicismo, escepticismo y conciencia infeliz”. En ella, la autoconciencia trata de superar las complicaciones y limitaciones de la relación con el otro al rechazar al otro, al independizarse del él, así tratando de volverse auto-suficiente y libre. ¿De qué manera? Al encerrarse en el pensamiento. Pase lo que pase con las cosas del mundo o con otras autoconciencias, nada ni nadie puede tocar tu interioridad. Ahí, uno está realmente libre, tal como nos enseña el estoicismo. Empezando con esta doctrina, Hegel nos muestra el intento de la autoconciencia de alcanzar lo que no logró alcanzar en relación con el otro.
Esta segunda parte del capítulo cuatro es muy interesante y dialécticamente importante, pero a fin de cuentas será un callejón del que tendrá que salir. La salida será renunciar la idea de ser absolutamente independiente. En el prólogo, Hegel dice que la verdad es la totalidad. La verdad que la autoconciencia busca para demostrar y hacer efectiva la certeza de sí misma no reside en ninguna cosa determinada, sino en la relación con el otro, con todos los otros, una relación de dependencia que es la condición de independencia de cada parte.

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23 Comments

  1. Edgar Maldonado · 19/08/2018 Responder

    Gracias por su aporte filosófica

  2. Mercè Recuero · 20/08/2018 Responder

    Gracias por sus videos. Me hacen sentir como si mis pensamientos tuvieran nuevas perspectivas y más espacio para fluir.

  3. Hugo Metzdorff · 20/08/2018 Responder

    Gran aporte profesor lo felicito.Ud está haciendo una gran labor en tiempos de liviandad y farándula apabullante.
    un gran abrazo y siga tiene el apoyo de todos aquellos que estamos interesados por asuntos del espíritu

  4. Paris A. Román Gutiérrez · 21/08/2018 Responder

    Hola Darin,

    Excelente aporte. Tan bueno es que me dejó pensando y con más dudas que me obligarán a seguir investigando sobre lo que quiso decir Hegel. Siempre me ha parecido un filósofo que se brincó algún limite de los que impuso Kant a las metafísicas futuras pero no se cuál. Sospecho que tiene que ver con una metáfora sacada de la física de su tiempo; tengo la impresion de quedo fascinado con el concepto de energía y los aportes de Lagrange o Hamilton a la mecánica clásica de la misma forma que Kant con los trabajos de Newton. Luego hizo una extrapolacion al todo y a la vida. En fin, esto de buscar la realidad ultima del yo, y la autoconciencia de sí mismo siempre será problemático, creo.

    Gracias Darin,

    Saludos,

    Paris

    • Darin · 21/08/2018 Responder

      Gracias París. Eso que comentas sobre la física de la época puede tener algo que ver. Interesante!

  5. Paris A. Román Gutiérrez · 21/08/2018 Responder

    Hola Darin, agradezco que puedas dedicar un poco de tu valioso tiempo a responder nuestras preguntas, dudas y comentarios.

    Me quedé pensando que, dado que la autoconciencia es un fenómeno social ¿podría considerarla un fenómeno de emergencia o emergente dentro de un sistema complejo? Es decir, me refiero a ese tipo de fenómenos que surgen en sistema compuestos de muchos elementos (y relaciones entre ellos) y que sin nada que los guíe y sólo interactuando entre ellos, en una especie de auto organización, dan lugar a un nuevo fenómeno que no tiene explicación sólo como la suma de las partes del sistema? Un ejemplo de esto sería la economía global.

    Gracias Darin,

    Saludos,

  6. claudio monardez · 22/08/2018 Responder

    Soy psicólogo educacional, tus videos me permiten fundamentar mis acciones,simceramente gracias, sigue adelante. atte claudio monárdez

  7. Juan Ceron · 23/08/2018 Responder

    Gracias professor por sus lecciones de de Hegel!
    Despues de ver sus videos estoy con ánimo de leer la ‘Fenomenología del espírito’. Esta obra es verdaderamente impresionante y su cita de Hegel al referirse a aquella como ‘el camino de la desesperacion’ es verdaderamente muy simbólica!

  8. Alan de Jesús · 26/08/2018 Responder

    ¡Excelentes videos, Darin!
    Me parecen una muy buena herramienta ya que estudiaré la carrera de Filosofía. Una pregunta, ¿tienes pensado hablar sobre la Crítica de la Razón Práctica? Asimismo, ¿tienes pensado hablar sobre los Diálogos Platónicos?
    Un saludo

    • Darin · 26/08/2018 Responder

      Hola Alan. Que bueno que te hayan gustado mis vídeos. Sí, en algún momento llegaré a esa crítica de Kant, es muy importante. Tengo una serie sobre La república de Platón, aunque faltan más diálogos importantes, como El banquete. Ahí, poco a poco. Saludos!

  9. Camilo Moreira · 29/08/2018 Responder

    Muchas gracias por el vídeo, espero impacientemente el próximo, es difícil entender esa aventura de la consciencia que Hegel describió.

    • Darin · 30/08/2018 Responder

      Sí, es un camino difícil, pero ahí lo llevamos. Ya estoy trabajando en el siguiente.

  10. Roberto Pedraza Valdez · 21/09/2018 Responder

    Doctor, un abrazo: En espera del próximo vídeo, le agradezco mucho su brillante aportación, saludos.
    Disculpe, una pregunta: Dónde puedo ubicar para compra la Historia de la Filosofía de Cópleston ?

  11. Roberto Pedraza Valdez · 23/09/2018 Responder

    Gracias Doctor, que esté bien; pendientes del próximo vídeo, un abrazo

  12. Rafa Palacios · 26/09/2018 Responder

    Hola Darin:
    Le sigo en sus lecciones con mucho interés desde hace tiempo, si bien lo hago de forma intermitente, no me he “atrevido” a escribirle hasta ahora. Ha sido muy interesante esta aportación de Hegel en mis reflexiones sobre mi tarea habitual, le explico:
    Yo soy psiquiatra y trabajo con personas afectas de Trastorno mental grave, me interesa mucho la aportación filosófica en este asunto de los “locos”, y tengo entendido que Hegel es uno de los autores que han expuesto una visión sobre este tema, digamos, integradora. En el mundo de la psiquiatría “oficial” hoy en día no se presta mucha atención a la producción de aquellos diagnosticados, es más frecuente que se consideren como una anomalía en la química cerebral y se presta poca atención en profundidad a su discurso, y eso que están “de moda” las series como “The Good Doctor”, “The Big-Bang Theory”, en las que personajes atípicos son reconocidos como protagonistas con una visión diferente de la realidad.
    En fin no me “enrollo” más, solo agradecer sus trabajos y saludarle desde España.

    • Darin · 28/09/2018 Responder

      Hola Rafa. Gracias por sus palabras. Los temas del reconocimiento y la enajenación Hegel los trabaja con mucha finesa. A lo mejor su postura racionalista haría eco hoy en día con la terapia cognitiva. En todo caso, me alegro que esté sacando provecho de mis vídeos. Un fuerte abrazo desde México!

  13. Mario · 03/11/2019 Responder

    No encuentro ninguna intuición de valor o algo inspirador en este video. Paso al 12/18

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