Hegel y la Fenomenología del espíritu, pt. 8/18

Hoy terminamos el capítulo sobre la fuerza y el entendimiento al discutir la ley, la explicación y las contradicciones del mundo suprasensible.

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Guión

Como vimos en el último vídeo, en el tercer capítulo la conciencia deja el mundo de las cosas con propiedades y entra al mundo de la fuerza. Esto no quiere decir que deje de ver árboles, perros y casas y que de repente aparezca un miasma energético o algo así. No. Esta transición no es ontológica, por así decirlo, sino epistémica. Lo que experimenta la conciencia lo explica en términos de una dinámica de fuerzas. Éste es el punto en que quedamos al final del último vídeo, una pluralidad de fuerzas suscitando recíprocamente unas a otras en un flujo constante, un juego de fuerzas que Hegel llama apariencia o fenómeno. Ahora bien, en lo sucesivo, vamos a ver cómo esta situación lleva a la conciencia a postular un interior de las cosas que está en un mundo suprasensible, luego a un reino de leyes, luego a la explicación, y como final al extraño “mundo invertido”.
Bueno, la distinción que al principio la conciencia hacía entre la fuerza como tal y su expresión, y también la relación entre una fuerza y otra, una solicitando y la otra respondiendo, todo eso se pierde ahora en el juego de fuerzas. Sus elementos no se distinguen, sino que “se derrumban sin detenerse en una unidad indistinta” dice Hegel (p. 76). Lo importante es que semejante unidad indiferenciada no puede manifestarse en este juego de fuerzas porque al menos en un principio los elementos del juego son realmente distintos. La unidad indistinta no puede por tanto formar parte del juego, sino que tiene que ser algo más allá del mismo, lo que Hegel llama “lo interior de las cosas”.
Hasta ahora en el libro, todas las distinciones que hemos visto, entre la cosa y sus propiedades, por ejemplo, han distinguido cosas perceptibles. Esto de “lo interior de las cosas” va más allá de la esfera perceptible a colocarse en una dimensión suprasensible o inteligible. Semejante “cosa” no es algo que la conciencia percibe, ya que es un objeto inteligible que corresponde propiamente al entendimiento. La conciencia hasta ahora ha tomado varias cosas como el objeto verdadero de su experiencia: el Esto, la cosa con propiedades, la fuerza y ahora este interior de las cosas.
Desde nuestro punto de vista como observadores fenomenológicos, este nuevo objeto es un acontecimiento significativo, pues representa la llegada del idealismo en nuestro viaje. El idealismo es simplemente la idea de que el pensamiento o la racionalidad constituye la sustancia del mundo. ¿Recuerdas la frase más importante del prólogo? – “todo depende de que lo verdadero se aprehenda y se exprese no como sustancia, sino también, y en la misma medida, como sujeto”. De lo que tiene que darse cuenta la conciencia es que al mirar al mundo, está mirando a sí mismo, es decir, que el pensamiento es la sustancia de las cosas o lo que en otras palabras viene siendo que la sustancia y el sujeto, o el ser y el pensar, son lo mismo. En este punto, la conciencia casi logra verlo, pero en vez de ello proyecta su subjetividad en un más allá, en un mundo suprasensible.
A continuación, Hegel dice que la conciencia no está en un contacto inmediato con ese mundo interior, a diferencia de lo que la conciencia esperaba con la certeza sensible y la percepción, es decir, una relación directa e inmediata con el objeto de su conocimiento. Aquí, la conciencia capta ese mundo interior de forma indirecta o mediada, es decir, a través o por medio del juego fenoménico de fuerzas. Hegel explica esto de forma fascinante con la figura del silogismo. Dice que la conciencia “mira, a través de este término medio del juego de las fuerzas, el fondo verdadero de las cosas”. Este término medio, dice, “enlaza los dos extremos, el entendimiento y lo interior”. Podemos ver esto más claramente en el famoso silogismo sobre Sócrates. Hay tres términos que se ponen en relación: el individuo Sócrates, una propiedad suya, la de ser hombre, y un universal, la mortalidad. La conclusión es que Sócrates es mortal, pero su mortalidad no es una cosa que se percibe, sino algo que se infiere, que se capta inteligiblemente. Sócrates y su mortalidad son los dos extremos que son unidos por el término medio, el ser hombre. En términos más hegelianos, el término medio constituye la unidad de opuestos.
Por primera vez en la Fenomenología, la conciencia ubica la base de su conocimiento en un objeto no sensorial, sino inteligible, y más que eso en un objeto que la conciencia misma ha creado o determinado a través de su propia actividad, de su propia subjetividad. Esta actividad misma es lo que eventualmente llegará a ver, pero de momento ha proyectado esta subjetividad otra vez como un objeto o sustancia (esta vez inteligible) en un mundo suprasensible, más allá de los sentidos. Lo toma como la esencia de la apariencia, como aquello del que la apariencia es una manifestación. Sin embargo, lo curioso es que este mundo suprasensible es algo, dice Hegel, que “ha nacido; proviene del fenómeno [o sea, la apariencia o juego de fuerzas]”. El fenómeno es su esencia o, como dice, “Lo suprasensible es, por tanto, el fenómeno como fenómeno”.
Esta afirmación es extraordinaria. Para entender por qué, aterricemos primero el vocabulario de Hegel en uno más familiar. El mundo que Hegel está describiendo, o más bien que la conciencia está descubriendo a través de la dialéctica, es el mundo científico. Un científico, como Galileo, no trata de explicar el cambio y el movimiento de objetos como piedras soltadas en términos de las propiedades de las piedras o algo así, sino en términos de algo más allá de esas propiedades, más allá de lo sensible, a saber, leyes. Platón hizo lo mismo con las Ideas y Kant pues con el noúmeno. Sean leyes, Ideas o noúmenos, lo que Hegel señala aquí es que la esencia de ese mundo más allá no es algo dado, sino que nace del fenómeno, del juego de fuerzas. El fenómeno tal y como se presenta inmediatamente a la conciencia es un juego de fuerzas cuyas diferencias van perdiéndose entre sí en un dinamismo de elementos indistinguibles. La verdad de esta apariencia o fenómeno se le presenta a la conciencia no de forma inmediata, sino mediata, la postulación de un interior del fenómeno entendido como una unidad inteligible. El fenómeno es la manifestación de esta inteligibilidad, una inteligibilidad que Hegel aquí llama ley. La ley, dice, “es la imagen constante del fenómeno inestable”.
Estamos en un nivel más sofisticado y refinado que la certeza sensible, sin embargo, vemos repetido aquí la relación entre lo uno y lo múltiple, entre el objeto o individuo que se conoce y el universal que permite que se conoce. El problema es que en esta sección sobre la ley la dialéctica da vueltas a cada rato y a gran velocidad. A grandes rasgos sucede de la siguiente manera.
La ley es lo Uno y el juego de fuerzas es lo Múltiple – la unidad estable e inteligible de la dinámica de las diferencias en el fenómeno. Un primer problema es que el concepto de la ley en general es demasiado abstracto – no tiene contenido o determinación, mientras que el fenómeno está sumamente concreto y determinado. Consecuentemente, dice Hegel, “se da una multiplicidad indeterminada de leyes”, y así la diversidad de casos y circunstancias pueden cubrirse. Esto resuelve un problema, pero de inmediato crea otro. La multiplicación de leyes permite la unificación de una gama de fenómenos de distinto tipo desde la caída de una piedra hasta fenómenos de la termodinámica y el electromagnetismo, etc., sin embargo, la sencilla unidad de la ley se pierde. Para recuperarla, la conciencia postula una super-ley, por así decirlo, la ley de atracción universal. Seguramente Hegel estaba pensando aquí en la famosa ley de Newton sobre la gravitación.
Dice Hegel: “La atracción universal nos dice que todo tiene una diferencia constante con lo otro”. Eso de la “diferencia constante” une la individualidad de la diferencia con la universalidad de la ley. Sigue diciendo: “El entendimiento supone haber descubierto aquí una ley universal que expresa la realidad efectiva universal como tal, pero sólo ha descubierto el concepto de la ley misma, algo así como si declara que toda realidad efectiva es en ella misma conforme a la ley”. Esta ley de la atracción universal no es tanto una ley como la idea de ley, la idea de que todo es conforme a ley. Esta “legalidad”, por así decirlo, es ahora el verdadero interior de las cosas, es lo absoluto para la conciencia, algo que concibe como una sencilla fuerza abstracta que está a la base de toda ley efectiva. La exigencia de que lo absoluto sea una unidad simple e indiferenciada es lo que ha llevado a la conciencia hasta este punto, tras el juego de fuerzas, tras la ley como el ser interior del fenómeno, y luego tras la multiplicidad de leyes. No hemos visto todos los detalles de la dialéctica, pero a estas alturas podemos tomarnos unos pasos hacia atrás para ver el bosque general del tercer capítulo y los grandes pasos de la dialéctica. El primer objeto de la conciencia fue la fuerza. Esto se dio paso al segundo objeto – la ley como unidad indiferenciada. El tercer objeto, la fuerza abstracta que tiene que ver con la idea de ser conforme a ley, es la síntesis de los primeros dos. El nombre que Hegel da a esta fuerza abstracta es explicación.
Con la explicación, el entendimiento llega a su elemento propio. Uno entiende algo cuando lo puede explicar. Pero fíjate que lo que se explica aquí no es el fenómeno, como una piedra cayendo, sino la ley de la gravitación que rige esa conducta. La ley de la gravitación rige la conducta de la piedra, pero ¿qué es lo que rige o explica la ley misma? ¿Qué fuerza fundamenta la ley? Pues esa fuerza abstracta a la que ha llegado la conciencia. El dramaturgo y poeta francés Molière pregunta en alguna obra suya ¿Por qué el opio duerme a la gente? y responde al decir porque cuenta con un poder dormitivo. Con eso se burla de los intelectuales y científicos de su día, y Hegel hace algo parecido con su discusión de la explicación. Dice: “Es una explicación que no sólo no explica nada, sino que es tan clara, que, tratando de decir algo distinto de lo ya dicho, no dice en rigor nada y se limita a repetir lo mismo”. Quizá dirías que la gente del siglo XVII no disponían del análisis químico. Un científico de hoy en día diría que el opio duerme a la gente porque su estructura es muy parecida a la de químicos en el cerebro que tienen el mismo efecto bajo ciertas circunstancias. ¿Pero qué explica esto? Aún no se sabe por qué estos químicos alteran a la conciencia. Sólo han llevado la pregunta a otro nivel sin contestarla.
Hegel describe la actividad de explicación como tautológica porque la explicación simplemente repite en otras palabras lo que ya se sabía. Dice que “pone una diferencia que no sólo no es para nosotros ninguna diferencia, sino que él mismo supera como diferencia. Es el mismo cambio que se presentaba como el juego de fuerzas”. ¡Esto es fascinante! La explicación, que la conciencia postula para unir y entender las diferencias que se cancelan en el juego de fuerzas, resulta mostrar la misma estructura o dinámica que esas fuerzas. Esto nos lleva a la idea más extraña del la Fenomenología, la del mundo invertido. Veamos de qué se trata.
Primero, el mundo al que se refiere es el mundo suprasensible, el mundo de la ley que rige el juego fenoménico de las fuerzas. Se describía como la imagen estable de este último porque expresaba una relación o diferencia constante entre los cambios. Sin embargo, con la actividad tautológica de la explicación, la conciencia llega a una nueva ley, una cuyo contenido dice Hegel “se contrapone a lo que antes llamábamos ley, es decir, a la diferencia que permanecía constantemente igual a sí misma; en efecto, esta nueva ley expresa más bien el convertirse lo igual en desigual y el convertirse lo desigual en igual”. La primera ley decía que en el fondo del fenómeno cambiante había constancia y estabilidad. Esta nueva ley dice el contrario, que el fondo del fenómeno es inconstante e inestable. Curiosamente, lo que bajo la primera ley tiene cierta identidad o estabilidad, se convierte, bajo la segunda ley, en su opuesto. La primera ley constituía la unidad tras el juego de fuerzas, por lo que tenía que mantenerse distinto de éste y encontrarse en un mundo más allá de la sensibilidad, un mundo suprasensible de la inteligibilidad. La nueva ley echa por abajo esa distinción, esa oposición entre lo sensible y lo inteligible, entre el mundo fenoménico y el mundo nouménico. De este modo, dice Hegel, “lo que en la ley del primero era dulce es en la de este invertido amargo, y lo que en aquella ley era negro es, en éste, blanco”.
¿Qué es esto? Parece que la conciencia ha acompañado a Alicia al extraño mundo más allá del famoso espejo. Lo que Hegel está criticando aquí es la idea misma de un mundo suprasensible y todo lo que implica. El modelo de semejante mundo está en la alegoría de la caverna de Platón: el mundo sensible de los fenómenos dentro de la caverna, y el mundo inteligible de la ley o las ideas fuera de la caverna. El objeto del conocimiento para Platón son las Ideas, de la misma manera que la conciencia toma como lo absoluto ese mundo suprasensible de la ley. ¿Por qué? Porque en los dos casos, ese mundo es el que no cambia, que es eterno. Es lo mismo para el científico – la dimensión de las leyes es fija y rige la dimensión del cambio y el movimiento.
¿Y el mundo nouménico de Kant con sus cosas-en-sí-mismas? Pues sí, también, de hecho Kant es el blanco principal de Hegel en este capítulo debido a la siguiente diferencia importante entre Platón y Kant. El mundo suprasensible es el objeto de conocimiento para Platón, pero para Kant no, las cosas-en-sí-mismas no se conocen. Las Ideas de Platón rigen el mundo sensible, pero el noúmeno en Kant no; sirve más bien para delimitar. Lo que realmente rige y hace distinciones es la conciencia. En eso está de acuerdo con Kant, pero discrepa en cuanto a cómo opera.
Cuando hablo de Kant en clase y discutimos eso del noúmeno, les digo a mis alumnos que lo que veo delante de mi, o sea, alumnos bien portados sentados en sus pupitres, es puro fenómeno, producto de la actividad a priori de la sensibilidad y el entendimiento organizando y categorizando todo. Cómo sean ustedes en sí-mismos como noúmeno, ¡quien sabe! Puede que sean seres con propiedades totalmente distintas a las que percibo. Donde veo una mano derecha, realmente es de izquierda; donde veo verde es realmente rojo, cosas así. Pues ¿no es eso el mundo invertido al que ha llegado la conciencia hegeliana? Tomado de forma literal, esto es absurdo, un sinsentido, y Hegel lo sabe. Utiliza el argumento del mundo invertido precisamente como un reductio ad absurdum contra cualquier planteamiento de un mundo suprasensible. Su argumento es muy claro. Como dice Robert Solomon: si ese mundo es lo mismo que el mundo sensible, pues no hace falta (ése fue el argumento de Aristóteles contra el mundo platónico de las Ideas). Y si es distinto del mundo sensible, no tiene sentido, o al menos envuelve a la conciencia en contradicciones que tiene que ir superando hasta llegar al absurdo que es el mundo invertido. Hegel dice que tenemos que deshacernos de la idea de fijar las diferencias de la experiencia en un elemento distinto a esas diferencias, sea en Ideas, leyes o en cualquier cosa más allá de este mundo. Dice Hegel: “Hay que pensar el cambio puro”. Fíjate que décadas antes de Nietzsche, tenemos aquí a Hegel matando a Dios, al menos como un fundamento trascendente.
¿Cómo pensar el cambio puro, ese juego de diferencias y contradicciones que la conciencia trató de pensar desde el tranquilo reino de las leyes? ¿Qué diría Kant? Pues diría que el mundo que podemos conocer es aquel que se conforma a las exigencias del entendimiento, de sus conceptos categóricos, el mundo fenoménico. La razón, dice Kant, puede ir más allá y pensar el mundo en sí mismo, pero no conocerlo. ¿Por qué? Porque al tratar de averiguar la naturaleza de los cosa-en-sí-misma, conclusiones contradictorias pueden derivarse de forma válida. Esto lo discute en la famosa sección de las antinomias en La crítica de la razón pura. Por ejemplo, sin el limitante de la experiencia fenoménica, se podría concluir que el mundo tiene un comienzo en el tiempo y que está limitado espacialmente, y también que no tiene comienzo en el tiempo y que es ilimitado en el espacio. Para Kant, las antinomias son ilusiones y sirven como lección para delimitar la cognición al mundo de la experiencia.
Para Hegel, el mundo de la experiencia es todo lo que hay, es la cosa-en-sí-misma, por lo que la lección que dan las antinomias no es que lo contradictorio sea una ilusión peligrosa, sino que las contradicciones que la conciencia encuentra en la experiencia se deben a los conceptos que usa y las distinciones que hace. Hace rato dije que con la postulación del mundo suprasensible el idealismo llega al escenario, pero sólo a medias. Es idealista porque postula como absoluto algo del orden mental como las ideas platónicas o las leyes. Sin embargo, llega a medias porque la conciencia lo concibe como algo distinto de su actividad, distinto del pensamiento mismo. Y es por eso que tenemos esa metáfora del juego de fuerzas o los fenómenos cambiantes como una cortina o vela que oculta el mundo real allá atrás. Lo que Hegel dice en el último párrafo del capítulo tres es que si la conciencia echa un vistazo detrás de esa cortina, no va a ver o experimentar más que sí mismo.
Con esto, como veremos en el próximo vídeo, tenemos la emergencia dialéctica de la auto-conciencia. Cuestiones netamente epistemológicas van a dejarse atrás para centrarse en este sí mismo de la auto-conciencia. Un análisis fenomenológico de éste va a revelar no un sujeto formal kantiano, sino un ser biológico y social tratando de sobrevivir en el mundo que le rodea. El yo que conoce no es un pensador desinteresado y abstracto, sino un ser animado por pulsiones e intereses, por una fuerza distinta a las newtonianas, a saber, el deseo.

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10 Comments

  1. Paris A. Román Gutiérrez · 11/04/2018 Responder

    Excelente explicación Darin, ideas para reflexionar con toda calma.

    Gracias,

    Saludos,

    Paris

  2. Antonio Garrido Hernández · 12/04/2018 Responder

    Muy bien Darin. Excelente clase. Así que el agudo de Hegel se ha merendado (estamos en la Fonda) a la cosa en sí del bueno de Kant. Y al final del pasillo en el que buscamos al otro, estamos nosotros. Siempre me he preguntado retóricamente qué habrían pensado estos dos grandes de la revolución de Einstein o de la física cuántica. Debe haber una explicación a que la filosofía ahora haya abandonado el campo a la ciencia y sus resultados, sin más reacción que la queja por los males de la tecnología. Del mismo modo que la ciencia absorbe sin problemas la muerte (la negatividad) de sus hijas (leyes) más queridas, a la filosofía moderna no debería faltarle el coraje de abordar la interpretación de las últimas constataciones científicas a pesar de los riesgos. En el libro de Franca D’agostini “Analíticos y Continentales” tal parece que se opta por una interpretación localizada en cada especialidad científica sin concesión al ansia de unidad de la conciencia.

  3. Antonio Garrido Hernández · 12/04/2018 Responder

    Por cierto, la cortina roja de la carátula del Vídeo se parece a la muy inquietante de Twin Peaks 🙂

  4. Pedro Rodríguez Rodríguez · 13/04/2018 Responder

    Hola, Darin.

    Mi nombre es Pedro Rodríguez, y estoy suscrito a la Fonda Filosófica. Muchas gracias por expresar tus comprensiones, interpretaciones, en especial sobre Heidegger y Peirce. ¡Excelente! Me quito el sombrero. Por esto, quiero comprar tu libro sobre Peirce.

    mis datos son:
    Pedro Rodríguez Rodríguez
    rrodriguezpedro@gmail.com
    Carrer Ardales 2 (segundo) 1 (primera)
    Blanes, 17300
    España

    ¿Qué necesito hacer?
    En espera de tu respuesta

    • Darin · 13/04/2018 Responder

      Hola Pedro. Gracias por su mensaje. Le cuento que aún no sale mi libro sobre Peirce – estoy desesperado! Espero que salga antes del verano. En todo caso haré un anuncio especial en la Fonda cuando sale y con información acerca de su precio y donde se puede comprar etc. Gracias por su interés 🙂

  5. gerardo · 23/04/2018 Responder

    nunca pensé en aprender tanto de filosofía en tan poco tiempo pero ha sido posible con tus clases tan claras y magistrales. La fonda es un tesoro invaluable y te agradezco por cada nueva clase que haces. Me gustaría mucho aprender sobre Edmund Husserl

    • Darin · 24/04/2018 Responder

      Me da gusto saber que te hayan gustado mis vídeos Gerardo. Sí, Husserl es un gran pendiente. Espero hacer algo pronto al respecto.

  6. Diego · 19/05/2018 Responder

    como siempre Gracias Darin,
    una preguntita,
    te interesaría entrarle ahora a Wittgenstein?

    saludos!!

    • Darin · 19/05/2018 Responder

      Son tantos los que faltan, incluyendo a Wittgenstein. Es sólo cuestión de tiempo. Ars longa, vita brevis!

  7. Mario · 31/10/2019 Responder

    Querido Darin : estoy tratando de atravesar el imponente mundo de Hegel. Por momentos me siento insignificante y por momentos logro hacer conexiones con las pocas conclusiones a las que he podido arribar después de una modesta mi vida de autodidacta. Una creencia que sigo manteniendo y que hasta ahora ha sobrevivido al huracán hegeliano, es esta : “conciencia es todo aquello de lo que me doy cuenta aquí y ahora”

    Me sumerjo de nuevo en este video. Y nos vemos en el próximo, si logro salir de este con vida

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