La ética de Spinoza, pt. 9/14

Hoy vemos en su totalidad la tercera parte del libro, sobre la naturaleza y origen de los afectos.

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Guión

Hemos llegado a la mitad del libro, la tercera parte, cuyo tema es el origen y la naturaleza de los afectos, o lo que más comúnmente llamamos las emociones. En el prefacio dice: “La mayor parte de los que han escrito acerca de los afectos y la conducta humana, parecen tratar no de cosas naturales que siguen las leyes ordinarias de la naturaleza, sino de cosas que están fuera de ésta. Más aún: parece que conciben al hombre, dentro de la naturaleza, como un imperio dentro de otro imperio. Pues creen que el hombre perturba, más bien que sigue, el orden de la naturaleza, que tiene una absoluta potencia sobre sus acciones, y que sólo es determinado por sí mismo”. Al mencionar Spinoza “los afectos y la conducta humana” seguramente dirás – ya por fin con eso llegamos a un tema propiamente ético. Efectivamente. De ahora en adelante vamos a ver la experiencia humana común y corriente reflejada con mucho detalle en el argumento de Spinoza.
Cito estas primeras palabras del prefacio porque ahí menciona por primera vez una idea que habíamos comentado en un vídeo anterior. Me refiero a eso que dice de concebir al hombre como un imperio dentro de otro imperio. Dice que muchos han escrito sobre el ser humano y cómo debe vivir como si no constituyera parte del resto de la naturaleza, como si ocupara un espacio distinto en el que leyes como la relación causa y efecto que afecta a todo lo demás, no se aplica al ser humano. Una de las innovaciones del pensamiento de Spinoza es que no trata al ser humano así sino como si fuera cualquier otro ente que se encuentra en el mundo natural. Y aquí tenemos una explicación de por qué ocupó las primeras dos partes de La ética hablando de cosas metafísicas y epistemológicas bastante abstractas que aparentemente no tienen nada que ver con cuestiones éticas. Lo hizo porque si el ser humano es parte del único imperio que es la naturaleza, tenemos que entender este último para poder entender al ser humano. Euclides nos mostró cómo el mundo que nos rodea puede entenderse en términos de de la geometría. Para Spinoza, las emociones humanas, aparentemente tan efímeras, también pueden entenderse así. No son exentas del imperio en el que se da todo lo demás.
Todos sabemos que Platón echó de su república ideal los poetas y artistas ya que provocaban fuertes emociones con sus obras, las cuales amenazaban el mando de la razón. En general, la filosofía hasta la época de Spinoza y también después ha privilegiado la razón y ha despreciado los afectos. Sin duda, Spinoza es racionalista, pero precisamente por eso quiere comprender las emociones. No le interesa condenarlas sino utilizarlas de forma provechosa para vivir bien. Los afectos son como cualquier otra cosa en el mundo que puede ejercer una fuerza sobre nosotros, que puede afectarnos – no es por nada que se llaman afectos ya que el poder que ejercen sobre nosotros nos afectan a tal grado que constituyen la base de nuestra condición de esclavitud. Pero la reacción no debería ser condenarlas y excluirlas, sino entenderlas. Comunidades que talaban árboles para sembrar cultivos sufrían la erosión de la tierra y deslaves. Ahora entendemos que los árboles anclan la tierra al subsuelo y que sus ramas y hojas protegen el suelo de los elementos. En vez de condenar la erosión y los deslaves, huyéndose de ellos, usan su conocimiento para hacer sus cultivos de forma más provechosa y sostenible. Si consideráramos los afectos de la misma manera, podríamos vivir mucho mejor. Eso es precisamente lo que pretende Spinoza,
Bien, vamos a leer cómo define afecto; es la definición 3. Dice: “Por afectos entiendo las afecciones del cuerpo, por las cuales aumenta o disminuye, es favorecida o perjudicada, la potencia de obrar de ese mismo cuerpo, y entiendo, al mismo tiempo, las ideas de esas afecciones. Así pues, si podemos ser causa adecuada de alguna de esas afecciones, entonces entiendo por «afecto» una acción; en los otros casos, una pasión”.
A primera vista, suena un poco extraño que defina afecto como una afección del cuerpo, algo que le pasa al cuerpo, ya que un afecto, como el amor o la envidia, no es algo físico, no es un cuerpo, sino algo de orden mental. Como siempre con Spinoza hay que tener muy en cuenta que mente y cuerpo no son dos cosas distintas sino una y la misma vista bajo diferentes aspectos, y también que nuestra mente no es más que la idea de nuestro cuerpo. Es por eso que dice que los afectos son las afecciones del cuerpo y también las ideas de esas afecciones. Todo lo que le pasa al cuerpo está reflejado en la mente y, de acuerdo con su doctrina del paralelismo, “el orden y conexión de las ideas es el mismo que el orden y conexión de las cosas”. Ya hemos hablado de todo eso, pero no está demás recordarnos, especialmente en esta discusión sobre los afectos. De hecho, ése es el tema de la proposición 2. Ahí nos recuerda que no hay relación causal entre ideas y cuerpos, sino que las ideas son causadas por otras ideas y los cuerpos por otros cuerpos.
Bien, volvamos a eso de las afecciones del cuerpo. En el transcurso del día tu cuerpo interactúa con muchos otros cuerpos y es afectado o cambiado por esas interacciones. Te levantas en la mañana y en la ducha tu cuerpo interactúa con el agua que le cae encima, con la comida que ingieres en el desayuno, con el frío caminando a la estación del metro, con los cuerpos de otras personas que van contigo en el metro, y así sucesivamente. Todas estas interacciones afectan al cuerpo, lo cambian, aunque sea ligeramente, y hacen una de dos cosas: o aumentan su capacidad de actuar o la disminuyen. Por ejemplo, la comida que ingieres en el desayuno aumenta su capacidad de actuar ya que le da energía para moverse o sostenerse. Y todo los cuerpos que te empujan en el metro la disminuyen ya que no puede respirar bien, entre otras cosas.
Esto es lo que dice en la primera parte de la definición, pero la segunda parte es la más importante. Dice: “Así pues, si podemos ser causa adecuada de alguna de esas afecciones, entonces entiendo por «afecto» una acción; en los otros casos, una pasión”.
Las afecciones o los cambios que se dan en el cuerpo tienen causas. Para Spinoza, hay dos causas: externas e internas. En los ejemplos que di, las causas son externas, son otros cuerpos – el agua en la ducha, la gente en el metro, etc. Cuando la causa es otro cuerpo distinto al tuyo, entonces la afección o afecto Spinoza lo llama una pasión. Pasión no en el sentido de estar apasionado o hacer algo con gran gusto, sino pasión en el sentido de sufrir. Los afectos son pasiones cuando un cosa externa actúa sobre nosotros con respecto a la cual somos pasivos. Sufrimos pasivamente la afección.
El otro tipo de afectos es lo que Spinoza llama acciones. Cuando nosotros mismos somos la causa de los cambios o afecciones de nuestro cuerpo, es decir, cuando el cambio o afecto procede únicamente de nuestra propia naturaleza, y no de la naturaleza de ninguna otra cosa, entonces el afecto es una acción. En la cita, dice que la causa de semejante afecto, o sea, nosotros, es una causa adecuada, por lo que, aunque no lo dice aquí, la causa de los afectos que son pasiones sería una causa inadecuada. El siguiente ejemplo ilustra muy bien la diferencia entre estas dos causas y los afectos que producen. Un cigarro y la nicotina que contiene es un cuerpo externo que afecta al cuerpo del fumador. Siendo un cuerpo externo, la afección que produce en el cuerpo del fumador es una pasión. Lo que siente se debe al cigarro actuando sobre su cuerpo, es decir, es pasivo con respecto al efecto del cigarro. Y desde su punto de vista el afecto producido aumenta la potencia de su cuerpo a actuar – le tranquiliza, y le ayuda concentrarse en sus actividades, entre otras cosas. Sin embargo, aunque es placentero fumar, muchos fumadores quisieren dejarlo porque saben que es nocivo para la salud y también porque se sienten esclavos al tabaco; no están en control ellos, sino esa sustancia externa. Pues imagínate que esa misma persona piensa en todo eso y deja de fumar. Al llegar las ganas de fumar un cigarro, se pone a pensar en lo que el cigarro hace al cuerpo, en la dinámica del hábito y cómo lo esclaviza, y resiste la tentación. Al principio, su cuerpo es afectado de forma negativa; el síndrome de abstinencia disminuye la potencia de obrar de su cuerpo pero con el tiempo eso pasa y su actividad de no fumar aumenta la potencia de su cuerpo. El punto es que el afecto producido aquí tiene como su causa no un cuerpo exterior sino uno mismo, su razón, su conocimiento. En este sentido, el afecto no es una pasión sino una acción.
Si planteamos esto en términos de la relación causa – efecto, el efecto es el afecto, pues, la emoción que se siente. Y hemos visto que hay dos tipos de afecto: acciones y pasiones. Cuando actuamos somos activos pues, o como dice Spinoza somos una causa adecuada. Con eso quiere decir que el efecto puede entenderse totalmente en términos de la causa. En el segundo caso, somos pasivos, somos una causa inadecuada del afecto, con lo cual Spinoza quiere decir que para dar cuenta del afecto, de la emoción que sentimos, no basta nosotros mismos, sino que tenemos que incluir la naturaleza de un cuerpo ajeno al nuestro. Este último, como vimos la vez pasada, es la vía no del razonamiento sino de la imaginación. Nuestro conocimiento de la mente, de nuestro cuerpo y del mundo exterior es confuso y mutilado, dice Spinoza, en la medida en que “es determinado de un modo externo, a saber, según la fortuita presentación de las cosas” – tal como vimos en mi ejemplo de hace rato, de ducharnos, desayunar, caminar en el frío y subirse al metro. Todas esas cosas las sufrimos; afectan a nuestro cuerpo de manera inadecuada porque se siguen no a partir del orden lógico del razonamiento sino a partir del orden común de la naturaleza, de la manera fortuita en que las cosas se nos presentan. No controlamos ese orden sino que nos controla a nosotros. Como dice Spinoza al final de la tercera parte en la proposición 59: “Es evidente que nosotros somos movidos de muchas maneras por las causas exteriores, y que, semejantes a las olas del mar agitadas por vientos contrarios, somos tirados de un lado al otro, ignorantes de nuestro destino y del futuro acontecer”.
Bueno, nos estamos adelantando un poco. Vamos a pasar ahora a la proposición 6, la cual introduce uno de los conceptos más importantes del pensamiento de Spinoza, el de conatus. Dice: “Cada cosa se esfuerza, cuanto está a su alcance, por perseverar en su ser”. Esta idea de esfuerzo (o conatus en latín) la vemos tratada en la proposición 2 en un contexto que nos puede ayudar a entender su naturaleza. Ahí, Spinoza está reiterando sus argumentos contra el libre albedrío. Dice que los cuerpos no producen ideas en la mente, y que la mente no determina al cuerpo a moverse. Si no se da esta relación causal entre los atributos, entonces cuando uno pasa por un carrito de tacos en la calle, ¿qué es lo que hace que se siente a comerse unos? Será porque uno tiene hambre ¿no? ¿Pero de dónde viene esa sensación? ¿Son los tacos ahí a la vista la causa del hambre, son lo que determinan a la mente a que decida que quiere unos tacos y maniobra el cuerpo par sentarse ahí? En el escolio de la proposición 2 Spinoza dice: “las decisiones de la mente no son otra cosa que los apetitos mismos, y varían según la diversa disposición del cuerpo”. Con eso de apetito, Spinoza se refiere a un impulso o deseo básico del cuerpo por la vida, de mantenerse vivo o, como dice, de perseverarse en su ser.
Volvamos un momento a la definición de afecto. Ahí decía que los afectos aumentan o disminuyen la potencia de obrar del cuerpo. Cada cuerpo, cada cosa singular, es un modo de la infinita substancia, Dios, y la potencia o impulso o conatus que tiene de obrar no es más que una expresión finita de la infinita poder con la que Dios existe y actúa. En uno de los primeros vídeos, habíamos dicho que Dios es la pura actividad de expresarse a través de todos sus atributos, un proceso constante de auto-actualización, parecido a la constante actividad metabólica del cuerpo humano, la cual lo mantiene vivo. Dios simplemente es eso, por lo que nosotros, como modos de Dios, expresiones finitas de esa actividad, somos lo mismo, sólo que a una escala mucho menor. Nuestra esencia, como dice en la proposición 7, es simplemente el conatus de cada cosa, el esfuerzo que hace para perseverar en su ser, el impulso de continuar siendo.
La definición de afecto que vimos dice que es algo que aumenta o disminuye la potencia de obrar del cuerpo. Nos sentamos a comer los tacos porque estamos determinados a ello por nuestra esencia, por el conatus de seguir vivos. Nietzsche llamaba este fenómeno la voluntad de vida o, más ampliamente, la voluntad de poder, el impulso o voluntad de perseverar en el ser de la forma más plena posible. Y si no comemos los tacos, no es por una decisión arbitraria, sino por el conatus, porque posiblemente hemos aprendido últimamente que comer demasiado carne perjudica al cuerpo, disminuye su potencia. Todo lo que hacemos está regido por este principio, por el impulso de aumentar las potencias de la vida y de resistir todo aquello que lo puede disminuir o destruir. Aunque, por mucho que resistamos, ese esfuerzo tiene sus límites; llega tarde o temprano la muerte, la disolución de las relaciones particulares que constituyen nuestro cuerpo.
Bien, a veces el esfuerzo se satisface y así crece la potencia del cuerpo, y a veces no y decrece. Esto no es otra cosa que la dinámica de los afectos en la que el cuerpo pasa a mayores o menores niveles de potencia. Sabemos que todo lo que sucede en el cuerpo tiene su reflejo en las ideas de la mente, así que, en la proposición 9, Spinoza dice que la mente está consciente de su esfuerzo, y en el escolio traduce esta consciencia a términos que nos son muy familiares. Dice: “Este esfuerzo, cuando se refiere a la mente sola, se llama voluntad, pero cuando se refiere a la vez a la mente y al cuerpo, se llama apetito”. Además, dice que “entre «apetito» y «deseo» no hay diferencia alguna, si no es la de que el «deseo» se refiere generalmente a los hombres, en cuanto que son conscientes de su apetito”. Entonces, desear una hamburguesa no es otra cosa que estar consciente del apetito o conatus que busca aumentar su potencia.
Spinoza cierra la proposición 9 con un comentario sorprendente sobre los conceptos del bien y del mal. Estamos leyendo un libro que se llama La ética, y ha planteado nuestra esencia como el conatus, un esforzarse. En un contexto ético tradicional, si uno se esfuerza, parece obvio que uno se esfuerza para alcanzar el bien y evitar el mal. El bien es lo que norma o rige nuestra conducta, nuestro esfuerzo, es decir, juzgamos éste en términos de aquél. Sin embargo, esto no es lo que nos cuenta Spinoza. “No queremos, apetecemos ni deseamos algo porque lo juzguemos bueno –dice – sino que, al contrario, juzgamos que algo es bueno porque lo queremos, apetecemos y deseamos”. El criterio para la conducta no es objetivo sino subjetivo, de modo que es bueno o malo aquello que me beneficia o me perjudica a mí. Y si lo que te beneficia o te perjudica a ti es distinto, entonces habrá un bien y un mal distintos. Con esto, los juicios de valor dejan su pretensión de objetividad y universalidad y se vuelven egoístas y relativistas. Si es así, ¿qué pasa con las reglas que posibilitan la convivencia humana? Con esto ¿no llegaríamos pronto a la ley de la jungla, la ley del más fuerte? Y además, sabemos que Spinoza critica los rabinos y curas de su época y cómo su concepción supersticiosa de Dios y la religión mantiene a la gente en un estado de miedo y esclavitud. Pero si esa forma de vida aumenta su potencia de obrar, entonces ¿con base en qué puede Spinoza quejarse de ellos? Cada quien con su conatus ¿no? Bueno, en la medida en que el esfuerzo de uno de perseverar en su ser se base en ideas inadecuadas, en los afectos que son pasiones, es decir, en cómo uno es afectado por cosas externas, habrá este relativismo. Pero en la medida en que se base en ideas adecuadas, las que provienen de la razón, veremos algo distinto. Pero veremos eso más de cerca en la cuarta parte del libro.
Pasemos ya a su discusión de los afectos particulares. La proposición 11 dice que lo que aumenta o disminuye la potencia de obrar del cuerpo aumenta o disminuye la potencia de pensar de la mente. Además del deseo, que recuerda es simplemente la conciencia del impulso o conatus de perseverarse en el ser, hay dos afectos básicos – la alegría y la tristeza. Dice: “Vemos, pues, que la mente puede padecer grandes cambios, y pasar, ya a una mayor, ya a una menor perfección, y estas pasiones nos explican los afectos de la alegría y la tristeza. De aquí en adelante, entenderé por alegría: una pasión por la que la mente pasa a una mayor perfección. Por tristeza, en cambio, una pasión por la cual la mente pasa a una menor perfección”. La alegría y la tristeza son los dos afectos básicos porque indican las dos posibilidades de la afección del cuerpo, o bien un aumento en nuestra potencia vital (alegría) o una disminución (tristeza). El conatus, ese esfuerzo que define nuestra esencia, no busca simplemente mantener nuestro ser, es decir, no es simplemente la supervivencia, sino busca la vitalidad, una vida floreciente. No estar, sino bienestar. En nuestro esfuerzo de alcanzar ese estado, los afectos miden por así decirlo el intento, son una indicación de cómo vamos. Y es importante entender que en todo momento el cuerpo se encuentra en algún estado de potencia. No es que carezca de ella y que de repente la interacción con un cuerpo externo le trasmitiera un afecto, alguna carga de potencia, como cuando tocamos un contacto eléctrico y nos da un fuerte toque y así de repente sentimos algo. No. El cuerpo siempre está en un estado de potencia. Cuando un cuerpo externo afecta al nuestro, el afecto que crea es un cambio en nuestro cuerpo, un cambio en su potencia, de modo que los afectos o emociones que sentimos son variaciones de esa potencia, son la transición a una potencia mayor o menor. Al pasar a mayor potencia o vitalidad, sentimos la pasión o emoción de alegría, y al pasar a un estado menor, sentimos la pasión de tristeza.
Así que, el deseo, la alegría, y la tristeza son los afectos básicos. Andamos en la vida deseando cosas que, al afectarnos, causan alegría o tristeza, o alguna de muchas otras emociones que se derivan de éstas. En el resto de la tercera parte, Spinoza analiza una amplia gama de emociones, como el amor y el odio, la esperanza y el miedo, la envidia y el orgullo.
En la proposición 12, Spinoza dice que la mente se esfuerza en imaginar cosas que aumentan la potencia de obrar del cuerpo, y en la 13 dice que si imagina algo que disminuye su potencia, se esfuerza por acordarse de otras cosas que excluyen la existencia de ese algo. En el escolio de este último dice: “En virtud de esto entendemos claramente qué es el amor y qué es el odio. El amor no es sino la alegría, acompañada por la idea de una causa exterior, y el odio no es sino la tristeza, acompañada por la idea de una causa exterior”. El amor es el afecto básico de la alegría con la adición de la idea de la cosa que causa esa alegría, sea una barra de chocolate o una persona. Lo importante aquí, como con todas las emociones o pasiones que analiza de aquí en adelante, es el papel de la imaginación, esa forma de saber que procede no de la razón sino de nuestro contacto con cuerpos externos. Las afecciones de nuestro cuerpo que son el resultado de esos encuentros se reflejan en las ideas de la mente, ideas que son confusas o inadecuadas. Lo que quiero señalar aquí es que cuando Spinoza habla de la imaginación en la producción de los afectos como el amor o el odio, está hablando en mayor parte de la memoria, de recordar y reproducir afecciones anteriores del cuerpo. O sea, está hablando de la capacidad de la mente de imaginar un objeto como si estuviera presente. Entonces, si la cita que tienes mañana con el dentista te pone triste, puedes acordarte de tu amor y eso elimina la tristeza, reemplazándola con la alegría. O sea, la imagen de éste reemplaza la imagen de aquél.
Con este ejemplo, vemos cómo Spinoza combina el afecto básico de la alegría con la imaginación, es decir, con la idea de la causa de esa alegría, para dar cuenta de un nuevo afecto – el amor. La misma dinámica puede iterarse con el amor para producir otro afecto. Por ejemplo, si los padres de la persona que amas le prohiben verte, entonces sientes tristeza, y si esa tristeza es acompañada por la idea de la causa externa de esa situación, o sea, los padres, entonces uno siente odio. La emoción del odio puede convertirse en indignación si alguna causa exterior le han provocado alguna injuria a tu amor, digamos le han robado. Y hay incluso otra posibilidad; si esa causa externa ha robado no alguna pertenencia de tu amor sino que ha robado su propio amor, es decir, hizo que esa persona amara más a esa causa externa que a ti, entonces tu odio se convierte en celos. El gran catálogo de afectos que Spinoza analiza en esta tercera parte del libro encuentran su explicación con la misma dinámica, combinando algún afecto con la idea de una causa externa.
La forma en que cuerpos externos afectan al nuestro es la base para nuestra experiencia del mundo, pero una buena parte de nuestra vida afectiva, de las emociones que sentimos, es producto de nuestra propia mente. Es decir, el afecto que algo provoca en nosotros no se produce de forma mecánica de acuerdo con la naturaleza de esa cosa, sino de acuerdo con nuestra experiencia previa, con las asociaciones y semejanzas que esa nueva cosa tiene con nuestros recuerdos. Dice Spinoza en la proposición 15 que cualquiera cosa puede ser, por accidente, causa de alegría, tristeza o deseo. Cuando de niño me enfermaba de gripe, mi madre hacía una pomada casera con mostaza y me la untaba en el pecho. Como niño, no sabía médicamente si la pomada tenía efecto. Lo que si recuerdo es que me hacía sentir muy bien el toque de mi madre, sentir su amor como madre. Así, he asociado el olor a mostaza con su amor de modo que el oler mostaza hoy en día provoca en mí el mismo afecto, por asociación, que mi madre provocaba con su toque. Y a veces algo nuevo que se parece a algo que en nuestra experiencia ha causado cierto afecto. Por su semejanza esa cosa nueva producirá el mismo afecto.
Lo que determina nuestra vida afectiva no es sólo nuestra propia experiencia sino también la experiencia de otros o, más bien, la imagen o idea que tenemos de lo que otros sienten. Todos hemos estado en una situación donde alguien está riéndose sobremanera y su risa es contagiosa, nosotros mismos empezamos a reír sin saber por qué. O al ver otra persona llorar, especialmente si es una persona amada, eso nos hace llorar. Con esto Spinoza anticipa el fenómeno de lo que hoy en día se llama las neuronas espejo. Su explicación no es neurológica, sino afectiva, basada en las noción del conatus y el deseo. Como dice en la proposición 21, la alegría que una persona amada provoca en nostros se intensifica si creemos o imaginamos que esa persona también siente alegría. ¿Por qué? Porque la alegría que siente esa persona, siendo un afecto, no es otra cosa que la transición a mayor existencia, a mayor perfección o plenitud en su ser. Cómo dice Spinoza: “La imagen de la alegría de la cosa amada favorece en el amante ese esfuerzo de su mente, esto es, afecta al amante de alegría, y tanto mayor cuanto mayor haya sido ese afecto en la cosa amada”. Y si imaginamos que siente tristeza, nuestra alegría se disminuye. Y aquí podemos hacer incluso otra iteración de la dinámica que vimos antes. Si nuestra alegría es acompañada de la idea de una causa de la alegría en nuestro amado, entonces amamos esa causa, o odiamos esa causa si provoca tristeza en nuestro amado. Y es al revés para personas que odiamos. Si imaginamos que esa persona siente alegría, eso provoca en nosotros tristeza, específicamente, la envidia. Envidiamos la fortuna de los que odiamos. Y si esa persona siente tristeza, eso nos da alegría, específicamente esa curiosa emoción que los alemanes llaman Shadenfreude, que consiste en tomar placer en la desgracia de otros.
Al final de la tercera parte hay un largo apéndice donde Spinoza define de forma sucinta todos los afectos que analiza en el texto, 48 en total. Sin embargo, en la proposición 56, afirma algo que extiende ese número casi al infinito. Dice: “Hay tantas clases de alegría, tristeza y deseo y, consiguientemente, hay tantas clases de cada afecto compuesto de ellos . . . como clases de objetos que nos afectan”. Por ejemplo, todos los enamorados sienten alegría acompañada de una idea de la causa de esa alegría. Ésa es la definición, como ya discutimos. Sin embargo, el contexto experiencial de cada quien, sus recuerdos, las asociaciones que ha hecho entre diferentes objetos y los variados contextos en los que un cuerpo afecta al suyo hace que el afecto que surge sea, en su particularidad, distinto del mismo tipo de afecto que experimenta otra persona. Hay un novelista británico, Jeffrey Eugenides, que en su libro Middlesex dice algo que expresa muy esto. A ver si logro traducirlo bien. Dice: “En mi experiencia, las emociones no pueden designarse con una sola palabra. No creo que “la tristeza”, “la alegría”, o “el remordimiento”. Quizá la mejor prueba de que el lenguaje sea patriarcal es que simplifica demasiado el sentimiento. Me gustaría tener a mi disposición complicadas emociones híbridas, largas construcciones como “la felicidad que asiste al desastre”, o “la decepción de dormir con la fantasía de uno”. Me gustaría mostrar cómo “las insinuaciones de la mortalidad que provocan gente vieja” se vincula con “el odio por los espejos que empieza a partir de los 30 años de edad”. Me gustaría tener una palabra para “la tristeza inspirada por restaurantes que van en declive” así como para “la emoción de pasar la noche en una habitación con minibar”. Nunca he tenido las palabras correctas para describir mi vida – y ahora las necesito más que nunca”.
En fin, podríamos seguirle viendo cómo Spinoza trata cada uno de los afectos, pero ya me he extendido mucho, y en todo caso creo que ya hemos tratado bien la dinámica básica.
Es difícil leer esta parte de La ética y no pensar en nuestra actualidad, en la polarización social que las redes sociales han potenciado, los afectos negativos que desatan, y la manera en que la propia estructura de las redes con la capacidad de etiquetar y repostear facilita mucho la dinámica que hemos considerado aquí. Como resultado, tenemos grupos y facciones que gritan a otros grupos acusándoles de no comprender la realidad, de ser manipulados, o ser tercos, o un sinnúmero de cosas. Si Spinoza estuviera con nosotros, diría que sí, en efecto, hay mucha incomprensión de la realidad, la cual se debe a que nos dejamos llevar por las pasiones, de la misma manera que las olas del mar son tiradas de un lado al otros por los vientos. Estas pasiones son afecciones del cuerpo producidas por cosas externas acompañadas de las ideas que la mente tiene de esas afecciones, ideas que se hilan de forma muy particular que depende de la historia y la experiencia de cada quien. En los términos de Spinoza, son ideas inadecuadas, y por tanto son confusas y nos conducen fácilmente al error. Creo que sería buena idea tener en cuenta nuestra experiencia en las redes al pasar a la cuarta parte de La ética donde Spinoza analiza concretamente cómo los afectos, es decir las pasiones, conducen a nuestra servidumbre.

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Música de la intro: La canción se llama “Ambience Musettienne” del album Simply Musette de Alexa Sage.

Música de la outro:  ZAPATEADITO OAXAQUEÑO II . Arodi Martinez S.  https://www.youtube.com/watch?v=qIcnUTBSOfw

10 Comments

  1. Mario · 10/02/2022 Responder

    “Todos sabemos que Platón echó de su república ideal los poetas y artistas ya que provocaban fuertes emociones con sus obras, las cuales amenazaban el mando de la razón” / YO NO LO SABÍA DARIN, Y ES ALGO MUUUY INTERESANTE! / NOTA: En la Fonda los aprendizajes vienen de todas partes y cuando menos te lo esperabas jaja!! / Gracias Maestro!

    • Darin · 11/02/2022 Responder

      Qué bien Mario!

    • Alminar · 13/02/2022 Responder

      Creo recordar algo diferente. Homero, Hesíodo y lo mitógrafos clásicos fueron vetados en la República porque presentaban a los dioses como origen del mal, consideraban a la muerte algo de temer y sus protagonistas expresaban quejas y lamentos. Por un lado, Platón se fue volviendo cada vez más pío y, aunque no llega a prescribir la pena de muerte a quienes no crean en Dios (cosa que hace en las Leyes), sí que considera que los dioses deben ser tenidos por buenos y productores del bien. Y, por otro, el temor a morir y los lamentos no encaja en su ideario de lo que debe ser un guerrero. El concepto platónico del guerrero se acerca a un oficial de las SS. Me temo que el papel de la razón no pinta nada ahí.

      • Mario · 15/02/2022 Responder

        Es interesante lo que cuentas Alminar. Pero se me ocurre que los dioses griegos al estar tan antropomorfizados vivían las pasiones humanas casi como las vivimos nosotros. Más que “malos” podríamos decir “humanos” ja! Pero creo estar de acuerdo con Platón al querer concebir a los dioses como expresión de amor y bondad. “Sin Dios” dijo Dostoievski “todo está permitido”, es decir, Dios como fundamento de la ética. Te mando un abrazo

        • Alminar · 22/02/2022 Responder

          Es lo contrario, Mario. Los griegos arcaicos no creían en el antropomorfismo de los dioses, sino en el teomorfismo del ser humano. Es decir, en cada ser humano se manifiesta la energía divina. Mientras sucede, tienes vida. Cuando la retiran, envejeces, enfermas y mueres. Algunas personas, en algún momento de la vida, encarnan, además, un rasgo divino. Una joven atractiva hasta decir basta lo es durante un corto espacio de tiempo, porque se manifiesta en ella Afrodita. Einstein cobró durante un momento de su vida el talento de Hefesto. Después le sacó rédito, pero él jamás volvió a tener ese grado de inspirada competencia. Por eso el término “belleza” en griego no es “kallos” (que se aplica a lo que es de buena calidad, como un martillo que no se rompa), sino horaios (es decir, estar en la hora, en el momento). Para un griego arcaico, Stalin manifestó un rasgo de Ares. A Platón, algo así, le terminó por ofender. Pero la razón no pinta nada en este contexto. Un cordial saludo.

  2. Emilio Flores · 16/02/2022 Responder

    Hola Darín, gracias por este importante y valioso trabajo que sigues en rigor de la ética de Spinoza, la claridad de los conceptos y términos que los acompañan y representan, constituyen elementos para la construcción de un lenguaje racional. gracias y cordiales saludos

  3. Herbert · 16/02/2022 Responder

    Hola, gracias por tus programas tan instructivos, nos facilitas el entendimiento de muchos autores. Haber si puedes proporcionarnos libros sobre investigaciones de Baruch Spinoza en español para profundizar más sobre este tema de la ética y de sus otras obras. Gracias y éxitos siempre!

  4. Mario · 27/02/2022 Responder

    Cuánta información tienes sobre los griegos, Alminar. De verdad te felicito por tu notable erudicción. No sé cuánta de esa información erudita has logrado convertir en conocimiento, eso no lo sé. Pero te cuento que me desconcierta un poco los de “griegos arcaicos” ya que para mi siempre fueron “los griegos” y tengo una imagen personal bastante completa de esa cultura maravillosamente humanista que tanto deslumbró a Hegel y a los idealistas alemanes. Y que de arcaica (en mi imagen) no tiene nada. Te mando un abrazo

  5. Leopoldo · 09/10/2023 Responder

    Estimado profesor Darin: Todo el video, como todos los que he visto hasta ahora; fabulosos, mil gracias por ayudar al entendimiento de los pensamientos complejos de todos los filósofos.
    el final de este video en especial me ha gustado tanto como, sobre todo, por el sorbo de vino que bebió, me identificó plenamente con mi todavà placer de esos mini instantes de pasiones alegres del brindar con una vino y si es en un ambiente filosófico; la perfección mundana y efímera… el equilibrio entre lo dionisiaco y lo apolíneo, simplemente. Gracias por compartir. Felicitaciones por tan excelente trabajo, me siento honrado de empezar a conocerle, y pienso seguir hasta el límite de mi extensión vital. Abrazos cordiales
    Leopoldo.

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