La Séptima Carta de Platón

Hoy una reflexión sobre los límites de la expresión filosófica basándonos en la Séptima Carta de Platón.

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Guión

Lao-Tse, el famoso filósofo chino autor del Tao Te Ching dijo algo que siempre me ha parecido muy sabio – bueno, dijo muchas cosas sabias – pero me refiero en particular a lo siguiente. Dice: “El que sabe no habla, el que habla no sabe”. Pues, si pretendo ser sabio, está claro que debería callarme, ¿no? Sin embargo, sigo hablando. ¿Significa eso que no soy sabio? ¿Puede la sabiduría decirse o comunicarse? ¿Puede enseñarse? Si no, pues qué estamos haciendo aquí?
A lo mejor eso no sea más que misticismo oriental; mejor quedarnos con la tradición occidental. Sin embargo, ahí en su inicio encontramos la misma idea. En el cuarto capítulo de la Física Aristóteles hace mención de las “enseñanzas no escritas” de Platón, lo que en griego llama “ágrapha dógmata”. Sin duda, hay una enseñanza platónica que podríamos llamar exotérica, a saber, todos los diálogos y, al parecer, si hemos de creerle a Aristóteles, una enseñanza esotérica, que obviamente no está escrita en ninguna parte. De hecho, hay un grupo de académicos que ha sido llamado la Escuela de Tübingen que están tratando de reconstruir los fundamentos de estas doctrinas esotéricas. Si realmente hubo o no una enseñanza secreta no escrita, pues no sé. Lo que sí sé es que Platón guardó una opinión muy parecida a la de Lao-Tse con respecto al saber, al menos al saber más excelso e importante. Lo sé porque trata el tema en lo que se llama la Séptima Carta. Históricamente, hay 13 cartas que se han atribuido a Platón. Hay debate sobre la autenticidad de ellas, pero de las 13, la séptima es la que más acuerdo hay sobre su autenticidad, aunque sin duda hay gente que dice que no es de la mano de Platón, pero no vamos a entrar en ese debate. Es una carta muy larga que se ocupa en mayor parte de cuestiones políticas muy prácticas, consejos que Platón da a un grupo de personas tratando de efectuar cambios políticos en la ciudad de Siracusa. En medio de estos consejos prácticos Platón inserta una reflexión filosófica donde explica los límites de lo que podemos expresar filosóficamente. Esto es lo que me interesa tratar, pero no está nada desligado del contexto político de la carta así que veamos ese contexto primero.
Sócrates murió en el año 399 a.C., condenado a muerte por un tribunal de sus compatriotas atenienses. De joven, su amigo y alumno Platón se ilusionaba con la idea de dedicarse a la política, pero viendo de cerca el lado sucio de la política, luego la catástrofe que fue el reino de los Treinta Tiranos, y luego la restauración de la democracia que, sin embargo, mató a su querido maestro, pues su desilusión fue completa. Cerca de los 40 años de edad, empezó una serie de viajes: primero a Megara (cerca de Atenas), y también a Egipto, a Cirene (en lo que ahora es Libia), al sur de Italia, y a la ciudad de Siracusa en la costa oriental de Sicilia. Cuando pensamos en Grecia Antigua pensamos más que nada en Atenas pero no hay que olvidar que fue una gran potencia en el Mediterráneo. A lo largo de las tierras que lo comprenden había colonias de gente que hablaba griego, y así fue el caso de Siracusa.
Platón hizo un total de tres viajes a Siracusa, llegando por primera vez en aproximadamente 387. Fue invitado por su alumno Dion, quien era cuñado de Dionisio I, el gobernante o, como le decían, el tirano de Siracusa. No está claro cómo Dion llegó a ser alumno de Platón, pero era uno de sus mejores. Platón dice en la carta que “asimiló [mis enseñanzas] con tanto interés y entusiasmo como ninguno de los jóvenes con los que tuve relación”. La esperanza de Dion era que en Siracusa Platón podría hacer realidad lo que unos años después soñaría en La república, que un rey se convirtiera en filósofo.
El rey en cuestión, el tirano Dionisio, no era un alumno tan entusiasta y atento como Dion. Si has visto la serie Juego de Tronos, tendrás una idea del libertinaje y hedonismo que prevalecían en Siracusa y especialmente en el corte de Dionisio. Dionisio estaba acostumbrado a la gente siendo sumisa y aduladora en su presencia. Platón no era así. Le decía que la buena vida no se trataba de todo este lujo, de orgías y vino, sino de justicia y templanza, que los que siguen una vida de puro placer sensual eran esclavos a sus pasiones. Aunque no lo dijera directamente, la implicación es que Dionisio era un esclavo, cosa que no le cayó del todo bien al tirano. Es más, Platón le enseñó lo contrario, que un hombre, aun cuando fuera esclavo, podría ser feliz siempre y cuando era un hombre justo y tuviera un alma bien ordenado. Tras unos cuantos meses de esto Dionisio se hartó y puso la enseñanza de Platón a la prueba ¡al venderlo como esclavo! Afortunadamente, amigos de Platón lograron recatarlo, y así terminó su primer viaje a Siracusa – una catástrofe total.
Platón volvió a Atenas donde lanzó su Academia. Durante los próximos 20 años escribió muchos de sus famoso diálogos. Luego, en 367, murió Dionisio y tomó su lugar su hijo, también llamado Dionisio. Dion, el alumno y amigo de Platón, seguía en el corte y trabajaba de cerca con el nuevo tirano viendo que, donde su padre era viejo, con opiniones y hábitos muy arraigados, Dionisio II era joven y más abierto; había mostrado interés en nuevas ideas. Así que, Dion escribió a Platón y lo invitó nuevamente a Siracusa esperando que esta vez tendrían más suerte.
Pues Platón fue recibido con mucha pompa y entusiasmo y al principio Dionisio fue un alumno atento, pero con el tiempo dos cosas empezaron a deteriorar las expectativas. La primera, y era de esperarse, es que toda la atención que Dionisio prestaba a Platón y Dion provocó celos en los demás del corte. Empezaron los chismes y también acusaciones no tan veladas de que Platón estaba usando sus enseñanzas para distraer o incluso hechizar a Dionisio para que Dion y su familia pudieran tomar control de Siracusa. Y no eran únicamente los del corte que sentían celos. El propio Dionisio empezó a sentirse celoso de Dion. Era claro que Platón estimaba mucho el talento filosófico de Dion, opinión que no había mostrado hacia la persona del tirano. Dionisio terminó exiliando a Dion y despidiendo a Platón.
Platón volvió a Atenas, a su academia, donde Dion luego lo acompañó. En los próximos años, Dion viajaba mucho a lo largo de Grecia recibiendo diversos reconocimientos y honores públicos, lo cual sin duda ha de haberle irritado mucho a Dionisio, ¿pues qué tirano no quiere ser el centro de atención? Dionisio tomó posesión de propiedades de Dion en Siracusa privándole así de ingresos, y le escribió a Platón invitándole de nuevo a Siracusa para continuar con los estudios, insinuando que si no regresara las cosas irían mal para Dion. Así que, en el año 361, seis años después de su último viaje, Platón volvió a Siracusa.
Resulta que Dionisio había escrito un libro hablando de las más profundas verdades de la filosofía. Platón no le dijo directamente que era basura, pero en su carta explica por qué no es posible escribir semejante libro. Es eso lo que me interesa analizar más adelante. Más bien, Platón le puso una prueba. Si te acuerdas de La república, Platón describe con mucho detalle la larga y difícil educación de los guardianes para alcanzar el nivel necesario para gobernar bien a un Estado. Si uno escucha todo eso y responde positivamente, aceptando con gusto y dedicación las condiciones, pues pasa la prueba. Al parecer, Dionisio no la pasó, pero no le importaba. Quería que Platón se quedara en Siracusa, quizá como un adorno de su corte, por el prestigio que su presencia pudiera prestarle. Durante un tiempo estuvo preso en Siracusa pero eventualmente unos amigos lograron liberarlo y volvió a Atenas. Jamás volvería a Siracusa.
Unos años después, Dion volvió a Siracusa con una fuerza armada y logró quitarle control a Dionisio. Durante unos 4 años Dion era el nuevo tirano de Siracusa, pero luego uno de sus asociados lo mató. Ante el caos en el que devino la ciudad, los amigos de Dion le escribieron a Platón solicitando su consejo. Obviamente estaba muy enojados y querían vengarse de los traidores, pero tampoco querían poner en peligro la posibilidad de lograr las metas políticas de Dion. La respuesta de Platón es la famosa séptima carta en la que relata todo lo que hemos discutido hasta ahora. Para darles su consejo pudo haber escrito una carta mucho más corta sin tanto detalle sobre sus tres viajes. Se extendió, creo, porque la carta es mucho más que una respuesta a una pregunta; como La apología, el diálogo que escribió en defensa de Sócrates, la Séptima Carta es la apología de Platón mismo, de sus ideas y de su intento de realizarlas en el mundo real. Tan potentes e influyentes fueron sus ideas que 2,300 años después de su muerte, Karl Popper, en su libro La sociedad abierta y sus enemigos, tachó de totalitario el pensamiento de Platón, para él Platón era un enemigo de una sociedad libre y abierta. En su propia época hubo muchos que consideraban su pensamiento, especialmente lo que planteó en La república, como una justificación para un gobierno tiránico. Así que en esta carta Platón se encuentra con la necesidad de justificarse y de distinguir su teoría, su concepción de la buena vida, de las actitudes y actos de los tiranos efectivos, como Dionisio.
Bien, antes de ver la naturaleza de su apología, de su defensa, convendría hablar un poco de la palabra “tirano”. Para nosotros, “tirano” o “tiránico” son peyorativos, se refieren a una persona que ejerce poder de una forma cruel, opresiva o caprichosa. En Grecia Antigua, no tenía necesariamente esa connotación. Se refería a alguien cuya posición de poder no la heredó (como es el caso de un rey), sino por otro medio, como un general que tiene éxito en el campo de batalla y es aclamado líder máximo, o tirano. Sería más parecido o lo que nosotros llamaríamos mandatario o soberano. Un filósofo que llegara a ser mandatario sería un tirano en este sentido, o a la inversa, un soberano como Dionisio que llegara a ser filósofo. La preocupación de Platón en su carta, lo que quiere esclarecer, es que Dionisio, por mucho que pretendiera y que jactara de serlo, no era filósofo.
Como comentamos, en algún momento antes del tercer y último viaje de Platón a Siracusa, Dionisio había escrito un libro en el que trató los temas más profundos de la filosofía. Sea que haya basado su escrito en las enseñanzas que recibió de Platón, de algún otro, o que haya descubierto por cuenta propia, para Platón, como dice en la carta, “es imposible que haya comprendido nada de la materia. Desde luego, no hay ni habrá nunca una obra mía que trate de estos temas; no se pueden, en efecto, precisar como se hace con otras ciencias”. Cuando Platón escribió estas palabras, ya había escrito la mayor parte de sus diálogos, ninguno de los cuales, de acuerdo con lo que dice aquí, comunica conocimiento filosófico en el sentido más profundo de la palabra. Platón no dice que semejante conocimiento es imposible, sino sólo que no puede exponerse de forma lingüística, o sea, que no podemos llegar a ello mediante el pensamiento discursivo.
En La república, expresa esta idea en la analogía de la línea dividida. La línea representa toda la realidad, pero puede dividirse entre aquella parte que es sensible y aquella que es inteligible, y estas dos partes pueden a su vez dividirse de modo que tengamos 4 zonas de la realidad. Los objetos que corresponden a la parte más baja son sombras e ilusiones, y la facultad mental que les corresponde es la imaginación. Subiendo la línea, tenemos en la segunda sección los objetos empíricos de la experiencia común. La percepción y la creencia son los estados cognitivos que les corresponden. Pasando al lado inteligible, tenemos en la tercera sección hipótesis y los objetos ideales de las matemáticas. El ejercicio mental que capta esos objetos es, en griego, dianoia, o el razonamiento discursivo. Semejantes cosas pueden tratarse y comunicarse mediante el lenguaje, sea oral o escrito. Sin embargo, hay un último aspecto de la realidad cuyo objetos no pueden captarse de esa forma. Son las ideas y se captan mediante la noesis, la cual no es discursiva sino intuitiva.
Si Dionisio realmente hubiera entendido las enseñanzas de Platón, jamás habría escrito un libro que pretendiera exponerlas. Sin embargo, si es así, ¿qué pretendía Platón al enseñarle cosas a Dionisio? Es más ¿qué pretendía al escribir los diálogos? Si la filosofía en su acepción más profunda no puede comunicarse, ¿puede entonces enseñarse? Bueno, para buscar una respuesta, volvamos a la su carta. Dice: “Si yo hubiera creído que podían expresarse satisfactoriamente con destino al vulgo por escrito u oralmente, ¿qué otra tarea más hermosa habría podido llevar a cabo en mi vida que manifestar por escrito lo que es un supremo servicio a la humanidad y sacar a la luz en beneficio de todos la naturaleza de las cosas? Ahora bien, yo no creo que la discusión filosófica sobre estos temas sea, como se dice, un bien para los hombres, salvo para unos pocos que están capacitados para descubrir la verdad por sí mismos con unas pequeñas indicaciones. En cuanto a los demás, a unos les cubriría de un injusto desprecio, lo que es totalmente inadecuado, y a otros de una vana y necia suficiencia, convencidos de la sublimidad de las enseñanzas recibidas”.
De estas palabras muchos han sacado la interpretación de que Platón tenía dos enseñanzas distintas, una enseñanza exotérica, para las masas, el vulgo, y otra esotérica para unos cuantos iniciados, como los miembros de la Academia. ¿Por qué escribió para las masas si ahí no se comunicaba filosofía? Quizá como una pantalla de humo que ocultara las enseñanzas de verdad, enseñanzas que, como vimos en la cita, lejos de hacer bien para los hombres, provocarían desprecio o soberbia. Sea como sea, el comentario de Aristóteles sobre las doctrinas no escritas de Platón apoya esta interpretación, y ha llevado a algunos a buscar o tratar de descifrar esa doctrina secreta de Platón, como comentamos sobre el caso de la Escuela de Tübingen.
Esta interpretación esotérica de Platón no me convence, al menos no del todo, y eso por razones que comenta en la propia carta. Dice Platón: “Hay, en efecto, un argumento serio que se opone a quien se atreve a escribir cualquier cosa sobre estas materias”. El argumento que procede a contar plantea que hay cinco aspectos o elementos involucrados en la plena comprensión de cualquier objeto. Dice: “Hay en todos los seres tres elementos necesarios para que se produzca el conocimiento; el cuarto es el conocimiento mismo, y hay que colocar en quinto lugar el objeto en sí, cognoscible y real. El primer elemento es el nombre, el segundo es la definición, el tercero, la imagen, el cuarto, el conocimiento”.
Para ilustrar lo que quiere decir, Platón da como ejemplo de un objeto el de “círculo”. Como vimos, el primer elemento por el que conocemos un objeto es el nombre. ¿Es el nombre “círculo” suficiente para conocer el objeto al que se refiere? Si ahora fuera la primera vez que oyeras ese nombre, está claro que sería insuficiente. Imagínate que te dijera el nombre “arrebol”. ¿Sabrías a qué me refiero? Lo más probable es que no. Si te muestro estas imágenes verás un par de ejemplos de arrebol y te darás cuenta que tiene que ver con el color rojo, especialmente el de las nubes iluminadas por los rayos del sol. Ahora, muy rápidamente hemos tocado los primeros tres elementos en la lista de Platón. Volvamos al ejemplo de Platón para tratarlos con calma.
El nombre “círculo” es una palabra arbitraria que pudo haber sido cualquier otra, un signo que no guarda ninguna relación esencial con aquello al que se refiere, por lo que no es suficiente para tener conocimiento de lo que es el círculo. Saltemos de momento la cuestión de la definición para ver lo de la imagen. Dice Platón: “En tercer lugar, la imagen que se dibuja y se borra, se torna en círculo y se destruye, pero ninguna de estas cosas le ocurre al círculo mismo al que se refieren todas las representaciones, pues es distinto a todas ellas”. Aquí en la pantalla puedo dibujar círculos de varios tamaños y colores pero el objeto que estamos tratando de conocer, el círculo como tal, no corresponde a ninguna de estas imágenes. Y también los puedo borrar, sin embargo el círculo como objeto de conocimiento no desaparece. Además, cualquier círculo empírico, sea un dibujo sobre papel o uno hecho de madera en un taller, si examinamos su circunferencia veremos irregularidades, por pequeñas que sean, lo cual hace que no sea perfecta y realmente circular.
Para Platón, ninguna representación o modelo es suficiente para el conocimiento, pero no lo es porque queda corto. ¿Corto con respecto a qué? Con respecto a la definición. Dice Platón: “En segundo lugar viene la definición, compuesta de nombres y predicados: “aquello cuyos extremos distan por todas partes por igual del centro” sería la definición de lo que se llama ‘redondo’, ‘circunferencia’, ‘círculo’”. ¿Es esta definición suficiente para tener conocimiento del círculo? Muchos científicos hoy en día diría que sí, pero Platón no. En la medida en que la definición no sea más que múltiples nombres, diversas palabras, tendrá el mismo problema que identificamos con conocer un objeto por su nombre. Además, para el mismo objeto puede haber diferentes definiciones con diferentes nombres. Por ejemplo, en el Libro I de Los Elementos, Euclides define círculo como sigue: “es una figura plana comprendida por una sola línea (llamada circunferencia) de tal modo que todas las rectas dibujadas que caen sobre ella desde un punto de los que están dentro de la figura son iguales entre sí”.
Ahora bien, si cada uno de estos elementos se considera por separado, ninguno es suficiente para dar cuenta del conocimiento que tenemos del objeto. Pero si se consideran en conjunto, sí. Recordemos que Platón empezó su análisis diciendo “Hay en todos los seres tres elementos necesarios para que se produzca el conocimiento”. En la experiencia relacionamos ciertos nombres con ciertas cosas en el mundo. Hacemos abstracciones, desarrollamos definiciones, y aun cuando erramos y el lenguaje nos puede despistar, es suficiente para producir conocimiento, lo que Platón llama opinión verdadera. Dice: “Lo cuarto es el conocimiento, la inteligencia, la opinión verdadera relativa a estos objetos: todo ello debe considerarse como una sola cosa, que no está ni en las voces ni en las figuras de los cuerpos, sino en las almas, por lo que es evidente que es algo distinto tanto en la naturaleza del círculo en sí como de los tres elementos anteriormente citados”.
Tengamos claro que lo que Platón está tratando de explicar es el conocimiento que tenemos de un objeto; su pregunta es ¿cuáles son los componentes o elementos de ese conocimiento? Lo extraño es que uno de los elementos, el cuarto, es el conocimiento mismo. ¿Cómo puede el conocimiento ser un elemento en la producción del conocimiento? Estrictamente hablando, no es un elemento sino el momento de conocer, la culminación de la presencia e interacción de los otros cuatro elementos. ¿Cuáles son esos elementos? Ya hemos hablado de los primeros tres – nombres, definiciones, e imágenes. El cuarto, o lo que Platón llama el quinto, lo mencionó al final de la última cita. Dijo que el conocimiento es “distinto tanto en la naturaleza del círculo en sí como de los tres elementos anteriormente citados”. El círculo en sí es el último elemento y no es otro que la famosa Idea platónica.
No son muchos los filósofos hoy en día que creen en las Ideas de Platón. Dirían que las Ideas sobran, que al tener la definición de algo, tenemos conocimiento de ese algo. Platón respondería “Ok, la definición es una expresión lingüística, compuesta de palabras. ¿A qué se refieren las palabras, cuál es su objeto?” El sentido común dice que las palabras hacen referencia a cosas en el mundo pero ya vimos que nuestro conocimiento no puede ser de ninguna cosa particular ya que el conocimiento no desvanece cuando el objeto deja de ser, como un círculo dibujado y luego borrado. Entonces, las palabras de la definición no pueden hacer referencia a imágenes o modelos o cosas en el mundo, pero tampoco pueden referirse a sí mismas. O sea, lo que conocemos al conocer el círculo no es la simple palabra ‘círculo’ ni tampoco el conjunto de palabras que constituyen una definición. Si así fuera, sería como el maestro en ese cuento budista o taoísta que señala la luna con su dedo. El dedo es como la palabra que hace referencia. Si el alumno del maestro se quedara viendo el dedo en vez de la luna, sería como decir que lo que conocemos al conocer el círculo no es más que la palabra o palabras que lo indican.
Bueno, estaríamos de acuerdo con Platón. El lenguaje no es aquí simplemente auto-referencial. Entonces, posiblemente el objeto de nuestro conocimiento, la referencia de la definición, sería un concepto en la mente. Sin embargo, si el conocimiento del círculo dependiera de que alguien efectivamente pensara en semejante concepto, el conocimiento sería contingente. Si nadie pensara el concepto de círculo, si los seres humanos dejaran de existir, dejaría también de existir la naturaleza de ‘círculo’. Para Platón, no. Para evitar este problema, es necesario postular un quinto elemento – el círculo en sí independiente de las contingencias del mundo empírico.
Bueno, los argumentos de Platón sobre las Ideas es mucho más extenso y no lo vamos a tratar aquí. Lo interesante para nosotros es cómo todo esto nos ayuda a entender lo que dice Platón sobre la escritura, que él nunca ha escrito sobre temas de la filosofía, precisamente los temas que Dionisio pretendió tratar en su libro. Volvamos a la cita completa. Dice Platón: “Desde luego, no hay ni habrá nunca una obra mía que trate de estos temas; no se pueden, en efecto, precisar como se hace con otras ciencias; sino que después de una larga convivencia con el problema y después de haber intimado con él, de repente, como la luz que salta de la chispa, surge la verdad en el alma y crece ya espontáneamente”. Otras ciencias pueden precisarse o comunicarse lingüísticamente porque las verdades que tratan son empíricas. Verdades filosóficas o metafísicas, en cambio, no. No obstante, eso no quiere decir que la escritura no valga, que los diálogos de Platón por ejemplo sean una distracción para ocultar una enseñanza esotérica.
En La república, Sócrates y sus interlocutores buscan la justicia y Sócrates dice que si comparan la naturaleza de la ciudad que construyen con la del hombre, que a lo mejor esa comparación genere una chispa de la justicia que saldrá a la vista. Sea el tema el círculo, o cosas como la justicia o la belleza, tiene que tratarse forzosamente con los elementos que hemos discutido, o sea, mediante nombres, definiciones, imágenes y el conocimiento parcial y provisional que estos generan. Juntamos estos elementos, comparando uno con el otro con la esperanza de que salga una chispa. No hay nada garantizado aquí. La filosofía, a diferencia de la ciencia, no procede de forma progresiva y acumulativa. Es decir, no vamos paso por paso armando el conocimiento filosófico, como un albañil, ladrillo por ladrillo, construye una casa. Más bien, como dice Platón, “después de una larga convivencia con el problema y después de haber intimado con él, de repente, como la luz que salta de la chispa, surge la verdad en el alma y crece ya espontáneamente”. Todos los elementos o componentes del conocimiento, desde la palabra hasta la Idea, son necesarios, pero lo que resulta de la combinación de esos elementos, la chispa, no puede reducirse a ninguna de las partes componentes. La chispa es lo que no puede tratarse, formalizarse o comunicarse con la escritura.
Se me ocurrió hacer un vídeo sobre este tema por unos comentarios que hice en mi último vídeo de Anotando Ando. Ahí cité la idea tanto de Arendt como de Adorno que el pensar filosófico no deja ningún producto que puede exponerse y comunicarse. Si es así, entonces ¿de qué se tratan todos los artículos y libros que se publican en filosofía, incluso los que escribieron Arendt y Adorno? Pensaba que la reflexión de Platón en la Séptima Carta sería una manera interesante de abordarlo. Las palabras, imágenes, y representaciones que constituyen los libros de filosofía que leemos son necesarias, pero verlas como el producto final y acabado del pensamiento, como hizo Dionisio, es un error. No son más que el dedo que señala. Quizá una mejor metáfora sería la siguiente. A diferencia del científico, que avanza el conocimiento haciendo pequeños experimentos en un laboratorio, el filósofo se encuentra más bien en el campo de noche, acompañado de unos cuantos amigos, frotando dos palos entre sí con la esperanza de que tarde o temprano saldrá una pequeña chispa que iluminará un poco la oscuridad que les rodea.

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Música de la intro: La canción se llama “Ambience Musettienne” del album Simply Musette de Alexa Sage.

Música de la outro:  ZAPATEADITO OAXAQUEÑO II . Arodi Martinez S.  https://www.youtube.com/watch?v=qIcnUTBSOfw

10 Comments

  1. José · 11/12/2023 Responder

    Gracias, Darín. He hecho un ejercicio con ChatGPT sobre el tema de la séptima carta de Platón. Primero me ha adevertido que no está claro su autoría y tras insistirle que hiciera una descripción de su contenido ha producido este texto
    La “Séptima Carta” de Platón es considerada por algunos estudiosos como la más auténtica de las cartas atribuidas al filósofo, aunque la autenticidad de todas las cartas platónicas sigue siendo un tema de debate. En la “Séptima Carta”, Platón se dirige a Dionisio II de Siracusa, hijo del tirano Dionisio I. A continuación, se extiende más sobre el contenido de esta carta:

    Crítica a la Política en Siracusa: Platón comienza expresando su desencanto con la situación política en Siracusa y su frustración por la falta de éxito en la implementación de sus ideas políticas en la ciudad. Critica la falta de disposición de Dionisio II para seguir sus consejos filosóficos y políticos.

    Desconfianza en las Cartas Escritas: Platón menciona que tiene reticencia a expresar sus verdaderos pensamientos por escrito, ya que considera que la escritura no puede comunicar la filosofía de manera efectiva. Insiste en que la verdadera filosofía debe ser transmitida de maestro a discípulo mediante la interacción directa.

    Filosofía como Experiencia Personal: Platón enfatiza la naturaleza vivencial y práctica de la filosofía. Señala que la filosofía no es simplemente un conjunto de ideas abstractas, sino una experiencia transformadora que afecta la vida y la conducta de una persona.

    Reflexiones sobre el Gobierno Ideal: A pesar de las dificultades en Siracusa, Platón no renuncia a sus ideales políticos. Continúa reflexionando sobre las características de un gobierno ideal y destaca la importancia de tener filósofos reyes para guiar sabiamente a la sociedad.

    Amonestación a Dionisio II: Platón termina la carta amonestando a Dionisio II por su actitud y le advierte sobre las consecuencias de ignorar los principios filosóficos. Le insta a buscar la sabiduría y a rodearse de personas virtuosas y competentes.

    La “Séptima Carta” ofrece una visión única de las ideas de Platón sobre política, filosofía y gobierno, y arroja luz sobre sus intentos de aplicar sus teorías en un contexto político real.

    Luego he intentado que se refiriera a Dion y a Dionisio II y ha entrado en bucle de “alucinación”, empeorando notablemente la respuesta.

    A mi me resulta curioso, parece muy acomodaticias sus respuestas a la demanda, perdiendo gran parte de la discriminación de lo que trata la cartta. Me ha llamado la atención que captura bien el pensamiento que reflejas en tu presentación.

    Tómalo como un juego, espero que no te moleste mi atrevimiento.
    Salud. José

    • Darin · 11/12/2023 Responder

      Muy pronto la Fonda será obsoleto 🥸

      • Mario Balzarini · 11/12/2023 Responder

        ¿Obsoleta? No no! / La Fonda es el resultado de tu extraordinaria capacidad de pensar con libertad, Darin / Nunca existirá una máquina (por sofisticada que sea) capaz de CREAR algo. Podrá, a lo sumo, imitar tu estilo usando las amtemáticas estadísticas. Pero nunca podrá crear algo como tú lo haces. Te mando un fuerte abrazo

      • Nora · 19/12/2023 Responder

        Mo se porque no lo argumrnta.
        Para mi La fonda es un generoso acercamiento a quienes diferentes motivaciones nos atrae dar espacio a un pensamiento menos convencional. Es muy agradable escuchar las reflexiones de Darin

    • Mario Balzarini · 21/12/2023 Responder

      Hola José ¿cómo estás? Si te interesa saber cual es el mecanismo que usa el chatGPT para escribir, te los explico en dos palabras / A ver, si tu le propones al chat que complete la oración “mi mamá me …”, seguramente te responderá “mi mamá me … ama” / ¿y sabes porqué? / Pues porque la palabra “ama” es la estadísticamente más probable para completar en español la frase “mi mamá me..” / y si sigues así, agregando paso a paso y una tras otra la palabra que másprobablemente sigue a la anterior, esta máquina (estúpidamente maravillosa) es capaz de reconstruir las cartas de Platon y todo lo que se te ocurra / Solamente tienes que tomarte el trabajo previo de alimentarlo con millones de documentos donde su algoritmo rastreará la palabra (en este caso la palabra “ama”) que estadísticamente aparece más veces completando la frase que le has propuesto /¿sencillo no?

      Si alimentáramos un ChatGPT con todos los documentos y ensayos que ha producido Darin a lo largo de su vida, en principio podríamos hacer que el Chat respondiera muchas preguntas como el mismo Darin las repondería …jaja!

      Saludos

  2. Sago · 11/12/2023 Responder

    Muy didáctico el proceso de exposición y gracias por compartir tus hallazgos filosóficos: a modo de quien frota dos palos secos para que brote una chispa de saber.

  3. Alminar · 11/12/2023 Responder

    Me he sentido obligado a recordar a una bella filóloga, Penélope, una calentorra de cuidado (no lo digo en tono moralista, sino, por el contrario, recordando la faceta más apoteósica de su personalidad maravillosa), una diosa que pasó predicando la filología un trimestre por nuestras vidas. “Cuán presto se va el placer; cómo después de acordado da dolor, etc…” Gracias, Jorge. Cuando volvió el catedrático de su baja, me sentí como una pierna amputada. No fui el único. Lástima que nadie tuviera piedad suficiente para echar una tostadora en la bañera del citado catedrático, que era bastante pesado (aunque no tanto como Adorno, esa vaca en brazos). Nos quedamos con la duda de si la sublime Penélope, la diosa, usaba cuatro calcetines y tampoco pudimos preguntarle cómo la llamaban sus familiares de pequeña, porque “Pene” parecía poco apropiado. A lo que iba: gracias a ella, la diosa, leímos un libro de Ludwig Edelstein (“Plato’s Seventh Letter”) que mostraba que la Carta VII era tan auténtica como una Virgen María fumando porros. Después he descubierto que esa lectura era de lo más aburrida, pero en aquella época vaya ganas le puse y que fascinante me pareció. Claro que si la diosa nos hubiera mandado escalar el Kilimanjaro sospecho que hasta Roberto, el de la silla de ruedas, habría llegado a la cima. Por otro lado, tengo que subrayar la pujanza del contexto, pues como andaba leyendo lo tuyo, pero también recordando a ella, a la diosa, lo de frotar “dos palos entre sí con la esperanza de que tarde o temprano saldrá una pequeña chispa que iluminará un poco la oscuridad que les rodea” me ha sonado mucho menos a Platón que a Sasha Grey 😉
    Un cordial saludo, amable Darin.

  4. María Monares Salazar · 12/12/2023 Responder

    Excelente lo de Darin y la séptima carta.

    Con cariño abrazo al filósofo y estudioso Darin Mcnab.

    El adjetivo mata, le pasó al tipo que gustaba de su profesora.

  5. Maria del C. · 20/12/2023 Responder

    Interesante, por lo menos la leí toda.

  6. Alminar · 21/12/2023 Responder

    Esta mañana, en la facultad de filosofía de Vallecas, un perro ha sentido pavor al darse cuenta de que pertenece a un fenomenólogo. El animal se encontraba oliendo a un par de estudiantes que entraron en el despacho, cuando apercibió de cómo se ganaba la vida su dueño. “Ya me parecía raro que me llamara Platón” alegó el chucho y añadió aún en estado de shock: “Comencé a sospechar porque hablaban mucho del can y no había en el despacho otro que no fuera yo. Ahí me cosqué de que se referían a Kant”. Platón, ha tratado de escaparse entonces, pero el fenomenólogo lo sujetaba con una correa y no ha podido hacer mutis por el foro. Tampoco pudo morderle, porque tiene una muela cariada y se hace daño.
    El perro teme que su familia, una estirpe de perros callejeros saqueadores de cubos de basura, lo rechacen al enterarse de a qué clase de amo está siendo fiel. “Si al menos mi dueño fuera un marxista revolucionario, ellos lo entenderían” comentó “pero este carapolla tiene un irritante bigote heideggeriano y un facha no es alguien a quien mi familia pueda aceptar”.
    A Platón nunca le ha gustado la autoridad. Jamás ha perseguido a un gato y eso que su dueño lo instaba a hacerlo. “Me caen bien los gatos. Mejor que los perros, porque no hay gatos policía”, sentenció. “Tengo alma de gato. Preferiría ser el perro de un médico, porque así tendría la oportunidad de cambiar de especie. Con un filósofo no tienes la menor oportunidad” dijo refiriéndose a su amo. Preguntado cómo es que ha vivido engañado tanto tiempo adujo: “Yo pensaba que los filósofos vestían el himatión como Sócrates. Como mínimo me esperaba que fueran con una batamanta o al menos con un poncho. Me he sentido muy mal dejándome engañar por estos petimetres que van todos embutidos en traje con corbata, como su fueran a trabajar a un banco”.
    El animal confiesa que su amo solía dejarlo en el despacho cuando se iba a dar clases, lo cual le despistó. “Pude haber aprovechado muchas oportunidades para mearle la mesa o la estantería o vomitarle en la alfombra. Un gato no habría dejado pasar la oportunidad”, lamenta.
    Inmerso en una fuerte crisis de identidad, Platón tiene miedo de qué opinará su familia y, traumatizado, lleva todo el día sin oler un culo. “En cuanto me lleve al veterinario y me extraiga la pieza cariada, si no consigo escaparme morderé la pantorrilla del Dasein este de los cojones” ha afirmado con una expresión indefectiblemente gatuna en su rostro.

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