Un vehículo para la operación del alma

Hoy revisamos un fascinante escrito de Heinrich von Kleist – “Sobre el teatro de marionetas” – lo cual nos enseña los límites de la consciencia, la gracia de la gravedad, y a lo mejor una pista para pensar de forma artesanal.

Donativos con tarjeta de crédito: https://ko-fi.com/lafondafilosofica
Donativos depósito bancario: Banorte; CLABE 072840008940049751; Darin Michael McNabb

Guión

Hace poco leí un cuento del escritor alemán Heinrich von Kleist que me resultó muy llamativo, muy sugerente, la verdad no puedo dejar de pensar en él y pues pensé que sería interesante compartirlo con ustedes. Se trata de un escrito que se llama Sobre el teatro de marionetas donde el narrador y un personaje que se llama el Sr. C conversan. El Sr. C es el bailarín principal de la opera de la ciudad y el narrador cuenta que en varias ocasiones le ha visto en un teatro de marionetas ahí por la plaza del mercado. El narrador considera ese teatro como una forma de diversión para el populacho, por lo que le extraña encontrar ahí a alguien tan refinado y sofisticado como el Sr. C. A lo largo de la conversación, el bailarín trata de hacerle ver al narrador que su opinión es errónea, que los movimientos de las marionetas están llenos de gracia y que de ellas los bailarines podrían aprender mucho.
El narrador está de acuerdo; las marionetas se mueven con una insólita gracia, pero no entiende cómo. Dice: “Inquirí el mecanismo de esas figuras, y cómo resultaba posible gobernar cada uno de sus miembros y de sus articulaciones, según las exigencias del ritmo de los movimientos o de la danza, sin tener que manejar miríadas de hilos. [El Sr. C] respondió que yo no debía figurarme que el titiritero, en los distintos momentos de la danza, accionase cada miembro en particular y tirase de él. Cada movimiento, dijo, tenía su centro de gravedad; bastaba con gobernar éste, en el interior de la figura; los miembros, que no eran sino péndulos, por sí mismos seguían el movimiento de manera mecánica”.
Miríadas de hilos. Esa frase me hace pensar en el desarrollo actual de la robótica, la súper detallada programación, miríadas de líneas de código, necesaria para mover con elegante precisión los brazos o piernas de los robot. Algo que los seres humanos hacen con facilidad le cuesta mucho al robot. Pero aquí nos cuenta el Sr. C que mejor incluso que los humanos son las marionetas. La gracia con la que el titiritero las mueve no requiere de múltiples hilos sino que es una función del centro de gravedad de la marioneta. Dice que al moverse ese centro en una línea recta los miembros o apéndices de la marioneta se mueven en curvas. Entonces, en cierto sentido es más o menos sencillo lo que hace el titiritero, sin embargo no es tampoco meramente mecánico lo que hace. El movimiento de la marioneta no es como la música que sale de un organillo al simplemente girar la manivela. Con respecto a la línea recta en que se mueve el centro de gravedad el Sr. C dice: “Esta línea, desde otro punto de vista, es algo harto misterioso. Pues no se trata sino del recorrido del alma del bailarín; [el narrador comenta que el Sr. C] dudaba que pudiese hallarse [esa línea] salvo si el titiritero se situaba en el mismo centro de gravedad de la marioneta, esto es, dicho con otras palabras, si bailaba”.
Hay mucho que es muy interesante aquí. Para ponerlo en relieve, veamos algo que dice Descartes en su Discurso sobre método. Dice que la industria humana es capaz, con pocas piezas, de crear muchos y variados autómata y otras máquinas capaces de moverse, los cuales, sin embargo, no se comparan con la máquina que es el cuerpo animal, la cual, dice Descartes, “habiendo sido construida por las manos de Dios, está incomparablemente mejor ordenada y es capaz de realizar movimientos más admirables que ninguna de las que pueden ser inventadas por los hombres”. En su escrito, Kleist claramente invierte esta valoración de lo natural sobre lo artificial. Las marionetas, que son cuerpos artificiales, logran moverse con una gracia que resulta muy difícil para el cuerpo natural, al menos el cuerpo humano. Dentro de poco veremos que eso se debe a la auto-conciencia del ser humano. Cuando Descartes hace su famoso dualismo ontológico entre mente y materia, la mente a que se refiere es esa auto-conciencia del ser humano. Pero en el texto de Kleist, el Sr. C no atribuye una mente a la marioneta sino un alma. Kleist utiliza el término alemán’ Seele’ que significa alma, a diferencia de ‘Geist’ que, en este contexto significaría mente. La marioneta tiene un alma no en el sentido cristiano de esa cosa que va al cielo después de la muerte, sino en un sentido casi animista, que la materia tiene su propio principio de movimiento que no depende de una mente distinta. Ese principio es la gravedad. Dice el Sr. C: “Siendo así que el titiritero, en nuestro caso, mediante el hilo o el alambre, no tendría absolutamente ningún otro punto a su disposición sino [el centro de gravedad]: entonces los restantes miembros serían lo que deben ser, puros péndulos muertos, y obedecerían meramente a la ley de la gravedad; ‘un atributo envidiable, que buscaríamos en vano en la mayoría de nuestros bailarines”.
Ahora, los bailarines humanos tienen cuerpos que se someten forzosamente a la fuerza de la gravedad, entonces ¿qué es lo que los distingue de la marioneta? El Sr. C responde que la ventaja que llevan sobre los humanos es “una ventaja negativa, a saber, que nunca mostraría afectación. Pues la afectación aparece cuando el alma (vis motrix) se localiza en algún otro punto que el centro de gravedad del movimiento”. La marioneta al igual que los perros y cualquier animal no muestra afectación porque no es auto-consciente. Los animales son simplemente conscientes y actúan de manera natural, con gracia, mientras que los seres humanos son auto-conscientes, es decir, están conscientes del mundo externo como los animales pero también de sí mismos como seres conscientes y, crucialmente, conscientes de la conciencia de otros que lo miran. Es ahí donde entra la afectación, que la RAE define como una falta de sencillez y naturalidad. Es una conducta diseñada para mostrar un sentimiento exagerado o artificial con la intención de suscitar en otra conciencia cierta reacción de beneficio para uno. Sin embargo, al observador la actuación aparece como una perturbación, una repentina rigidez que visibiliza la inseguridad y vanidad del que actúa así.
Bueno, el chiste para el Sr. C es que esta cualidad del ser humano es un defecto porque desplaza el alma o lo que llama la vis motrix o fuerza de movimiento – desplaza el alma de su lugar natural, el centro de gravedad, a otro sitio en el cuerpo. Da como ejemplo unos conocidos bailarines que, en algún momento dramático, su alma aparece en la parte inferior de la espalda o en el codo. Suena extraño o exagerado esto, pero está diciendo algo muy obvio. El cuerpo humano, como el de la marioneta, es físico y susceptible a la gravedad. Si los miembros del bailarín – la cabeza, los brazos, o la cadera – se mueven de tal manera como para desplazar su centro de gravedad del centro del cuerpo a uno de los miembros, entonces el bailarín va a caer o va a verse extraño. ¿Qué es lo que causa el desplazamiento? La auto-consciencia, estar consciente de repente de cómo uno aparece a otros, en ese momento de intromisión el centro de gravedad se desplaza al codo digamos,, así poniendo en relieve la artificialidad del movimiento. El Sr. C dice que “Semejantes torpezas son inevitables desde que comimos del Árbol del Conocimiento. El paraíso está cerrado con siete llaves y el ángel detrás de nosotros; tenemos que dar la vuelta al mundo para ver si por la parte de atrás, en algún lugar, ha vuelto a abrirse”. El ser humano, por su conocimiento, fue expulsado del Jardín de Eden, perdiendo así la inocencia y la naturalidad y por tanto la gracia. El Sr. C sigue diciendo: “Sólo un dios podía competir con la materia en este terreno; y precisamente en este punto se engranaban los dos extremos del mundo anular”. Suena muy extraño comparar Dios con la materia bruta, pero nada extraño si lo vemos en términos de la metáfora del anillo, el mundo como anular. Si Dios tiene un conocimiento infinito y perfecto, lo más lejos de esa condición sería la materia bruta, pero resulta que sobre el anillo del mundo ese punto se encuentra justo a lado de Dios, sólo al otro extremo. Lo que se encuentra entre estos dos extremos es el ser humano con su auto-consciencia o lo que podríamos llamar su ego. Lo que la materia (en la forma de la marioneta) y Dios tienen en común es que carecen de semejante ego y por tanto disfrutan de la gracia que profiere la naturalidad.
El Sr. C termina diciendo al narrador que ya está en posesión de todo lo que necesita para entender su argumento sobre la marioneta. “Vemos que en la medida en que en el mundo orgánico se debilita y oscurece la reflexión, hace su aparición la gracia cada vez más radiante y soberana. Pero así como la intersección de dos líneas a un lado de un punto, tras pasar por el infinito, se presenta de nuevo súbitamente al otro lado; de modo análogo se presenta de nuevo la gracia cuando el conocimiento ha pasado por el infinito; de manera que se manifiesta con la máxima pureza al mismo tiempo en la estructura corporal humana que carece de toda conciencia y en la que posee una conciencia infinita, esto es, en el títere y en el dios”. El narrador le pregunta: si hay que volver a comer del Árbol del Conocimiento para recobrar el estado de inocencia, y responde el Sr. C que sí, que ése es el último capítulo de la historia del mundo.
Curioso cómo termina la conversación. Si el conocimiento fue lo que causó el problema, ¿por qué volver a comer del Árbol del Conocimiento? ¿No volvería peor el problema? Pues nuestro conocimiento es finito y limitado, lo cual se debe a cierto conocimiento en particular, el conocimiento de nosotros mismos, nuestra auto-consciencia. Si pudiéramos dejar de centrarnos en el ego, podríamos llevar el conocimiento más allá de su condición limitada para acercarnos a la de Dios. En este sentido pienso en Spinoza, en el tercer género de conocimiento que trata al final de La ética que no es otro que el amor intelectual de Dios. También me viene a la mente las enseñanzas del taoísmo. El conocimiento práctico que uno tiene del Tao, es decir, el camino natural que siguen las cosas del mundo, puede ser el conocimiento indicado para volver a la gracia de la espontaneidad. En todo caso, el paraíso no es el alma yendo al cielo sino el ego debilitándose hasta perderse la oposición de mente y materia, sujeto y objeto.
Para actividades físicas como bailar, Kleist seguramente tiene razón – entre más tratemos de controlar nuestra actividad de forma consciente, menos gracia tiene. Sin embargo, hay otro tema donde el disminución de la consciencia y el control que nos proporciona parece mucho más problemático. Me refiero a la propia libertad humana. Pero ahí veremos que Kleist también tiene razón.
En términos generales, manejamos en Occidente una concepción de la libertad como negativa, es decir, como la ausencia de impedimentos a nuestra acción. En una sociedad regida por el mercado, esa concepción se manifiesta en términos de opciones de elección. Lo que elegimos lo elegimos no de forma aleatoria, dejando caer lo que caiga, sino que evaluamos las opciones de forma consciente y racional. En resumidas cuentas, somos más libres cuanto más opciones tenemos. Por ejemplo, es mejor tener 20 periódicos o canales de noticieros que sólo uno. En la tienda es mejor tener, no sé, 20 variedades de mermelada de donde escoger que sólo tres. Eso nos parece de sentido común, pero conduce a una paradoja que ha sido muy estudiada, lo que los investigadores llaman la paradoja de la elección. Si una tienda pone una mesa de muestra y ponen 20 variedades de mermelada, le gente viene, prueba una variedad, luego otra y otra y las más de las veces se confunden, se rinden y se van sin comprar. Pero si ponen sólo 4 ó 5 la tasa de compra sube. En este caso, limitar la libertad al limitar las opciones resulta más satisfactorio para el consumidor y obviamente para el negocio porque se suben las ventas.
Aquí te va otro ejemplo. Antiguamente, los padres arreglaban los matrimonios de los jóvenes. Estos simplemente tenían que aceptar la decisión de sus papás. ¿Quién quisiera casarse bajo esas condiciones? Hoy en día son muy populares los sitios en internet para buscar pareja. Hay muchísimas opciones, pero es muy difícil escoger y llegar a una decisión porque uno piensa “Pues me gusta esta persona, parece interesante, pero a lo mejor el amor de mi vida se encuentre en la siguiente página”. Hay estudios que muestran mayor satisfacción a la larga en los matrimonios arreglados donde no hubo libertad de elección comparado con matrimonios donde hubo total libertad. Ahora, el punto no es que todos se casen a la antigua sino que alguna limitación a nuestra libertad de controlar todo aspecto del proceso conduce estadísticamente a mejores resultados.
Todo esto me hace pensar en esa maravillosa imagen de la paloma en Kant. Cansada de la gravedad y la fricción del viento y queriendo volar más rápido, Kant nos dice que la paloma vuela al espacio para que pueda volar con total libertad, pero ahí, donde no hay gravedad ni fricción, no puede volar, así que sacrifica su libertad y vuelve a la atmósfera. El mismo tema lo trata Milan Kundera en su famosa novela La insoportable levedad del ser. Ahí dice: “Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será. Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes. Entonces, ¿qué hemos de elegir? ¿El peso o la levedad?” Uno de los personajes, Sabina, opta por la levedad. Dice el narrador: “Decimos que sobre la persona cae el peso de los acontecimientos. La persona soporta esa carga o no la soporta, cae bajo su peso, gana o pierde. ¿Pero qué le sucedió a Sabina? Nada. Había abandonado a un hombre porque quería abandonarlo. ¿La persiguió él? ¿Se vengó? No. Su drama no era el drama del peso, sino el de la levedad. Lo que había caído sobre Sabina no era una carga, sino la insoportable levedad del ser”.
A lo largo de la novela Sabina ejerce total control sobre su vida, su libertad es máxima, sin embargo termina la novela sola, imaginando estar en una relación estable. El costo de su libertad es muy alto, de hecho, es insoportable. Hace falta pesadez, que la vida tenga un centro de gravedad.
Volviendo al texto de Kleist, hemos hablado mucho de la marioneta y las condiciones de su gracia, pero no mucho del titiritero. Si el mensaje del texto es que el ser humano puede aprender de la marioneta, que debería aspirar a ser como ella, pues ¿quién o qué será nuestro titiritero? Para la gran mayoría de nosotros, el ego cartesiano es nuestro titiritero, manipulando una miríada de hilos para controlar cada movimiento de ese cuerpo con el que se encuentra unido. El chiste es reducir esos hilos a sólo uno conectado a nuestro centro de gravedad, posibilitando así gracia y espontaneidad en el movimiento. ¿Cómo lograr eso?
Pues me enteré de este escrito de Kleist por una entrevista que vi al escritor inglés John Berger. En algún momento de la conversación Berger menciona la libertad que siente andando en motocicleta. El entrevistador asume que se trata de la gran velocidad pero Berger dice que no. Bueno, la velocidad, dice, es necesaria pero sólo en la medida en que reduzca el lapso entre decisión y consecuencia. A alta velocidad, estás absorbiendo todo el entorno, todo lo que está pasando y tienes que tomar decisiones rápidas. A alta velocidad, hay muy poco lapso entre tomar una decisión, como girar el manubrio ligeramente a la derecha, y experimentar su consecuencia. La instantánea coincidencia de decisión y consecuencia sería algo así como divino, como la manera en que Dios piensa en algo y se da. En la vida humana, esa coincidencia nunca se da, sino que lo aproximamos de forma asintótica. Un mayor lapso de tiempo entre decisión y consecuencia da espacio para la intromisión de la conciencia y el control. Hace rato asociamos ese control con la libertad pero en este contexto John Berger dice que así la sensación de libertad disminuye, al menos en su experiencia.
Es en este momento que el entrevistador dice que lo que Berger ha contado suena a lo que dice Kleist sobre las marionetas y la gracia. A lo mejor, dice, la motocicleta se haya convertido en un vehículo para la operación del alma. Como si John Berger hubiera sustituido su mente con su miríada de hilos por esa especie de marioneta, la motocicleta, la cual es ese único hilo conectado a su centro de gravedad. Pensando en esa imagen, no puedo evitar comparar el velocímetro con el mundo anular que comentamos antes. Al subirse la velocidad y disminuirse la reflexión controladora, es como si uno se acercara a ese punto donde está la marioneta, el punto de nula consciencia o, lo que es justo al lado en el anillo, infinita consciencia.
En el texto, el Sr. C pregunta al narrador: “¿Ha oído usted algo sobre esas piernas mecánicas elaboradas por artesanos ingleses para mutilados que han perdido las suyas?” El narrador responde que no. “Ah, qué lástima, pues si le digo que esos mutilados bailan con ellas, casi temo que no me va a creer. ¿Qué digo, bailan? Claro que el repertorio de sus movimientos es limitado; pero los que están a su alcance los ejecutan con tal sosiego, ligereza y gracia, que pasman a cualquier ingenio propenso a cavilaciones”.
Quizá la marioneta sea una extensión del cuerpo como la prótesis del amputado o la moto de John Berger. Necesitamos semejante cosa, algún tipo de prótesis, para domesticar o limitar nuestra faustiana consciencia. Aspiramos a la gracia de la marioneta y lo podemos alcanzar en la medida en que nos distraemos, liberando el alma del agarre de la consciencia para que pueda expresarse y elevarse por encima de lo humano demasiado humano. Lo hace al proyectarse en algo inanimado, como el titiritero con la marioneta. Así, curiosamente, la marioneta se convierte en nuestro titiritero.
Como había comentado, con fenómenos como el baile o deportes o andando en moto, es decir, con actividades de movimiento físico, está claro cómo la auto-consciencia puede obstruir e impedir el movimiento, haciendo que uno carezca de gracia. Pero la pregunta con la que me quedo al final de esta reflexión es si puede aplicarse todo esto a la actividad intelectual. ¿Tendrá el pensamiento un centro de gravedad? ¿Qué significaría pensar con gracias, y qué vínculo tendría con la verdad? No lo sé, pero con esta pregunta tengo un grano más para el molino de una filosofía artesanal.

Descargar guión en PDF

Audio
Descargar audio aquí

Música de la intro: La canción se llama “Ambience Musettienne” del album Simply Musette de Alexa Sage.

Música de la outro:  ZAPATEADITO OAXAQUEÑO II . Arodi Martinez S.  https://www.youtube.com/watch?v=qIcnUTBSOfw

15 Comments

  1. Patricia · 20/02/2024 Responder

    Gracias Darin. Hoy, por motivos personales me ha venido como anillo al dedo escuchar este video…

    Me viene a la cabeza el poema de Rilke que transcribo:

    Con qué seguridad la ley de la gravedad,
    fuerte como una corriente oceánica,
    se acomoda en la cosa más pequeña
    y la lleva hacia el corazón del mundo.
    Cada cosa
    cada piedra, cada baya, cada niño,
    se sostiene en su sitio.
    solo nosotros, en nuestra arrogancia,
    empujamos más allá
    buscando una libertad vacía.Si nos rindiéramos
    a la inteligencia de la tierra
    podríamos elevarnos, enraizados, como árboles.Pero en su lugar, nos enredamos
    en nudos que nos creamos
    y luchamos, solos y confundidos.Entonces, como niños, empezamos de nuevo,
    aprendiendo de las cosas mismas,
    porque ellas están en el corazón del Todo;
    y nunca se han separado de él.Esto es lo que las cosas nos pueden enseñar:
    a caer,
    a confiar pacientemente en nuestro peso.
    Hasta un pájaro tiene que hacerlo
    antes de poder volar.Rilke

    • Mario Balzarini · 20/02/2024 Responder

      Hola Darin! Hace un par de días ví la película “Los días perfectos” de Win Wnders. Es una película sin argumento (en el sentido occidental de lo que es un argumento), donde van transcurriendo, paso a paso, las rutinas diarias de un “limpiador de baños” en la ciudad de Tokio. Éste hombre ha encontrado la felicidad en la aceptación de esas rutinas que constituyen su vida. El personaje es “una misma cosa con todo lo que hace” y todo indica que la “autoconciencia” que se necesita para auto-observarse ha desaparecido en él y que se constituye, de este modo, en un ser totalmente libre. Quizás el pensamiento de este hombre (tomando la pregunta conque cierras tu video) carezca de “centro de gravedad.

      Abrazo, me encantó el video!

      • Darin · 20/02/2024 Responder

        Hola Mario. Me enteré hace un par de semanas de esa película y tengo muchas ganas de verla. Tiene que ver con el tema de este vídeo y también con el tema de la filosofía de Nishida. Gracias 🙂

        • Mario Balzarini · 20/02/2024 Responder

          Veo muchos puntos de conexión con lo que vos nos estás enseñando pero estoy seguro de que hay muchos más de los que yo puedo ver.

          Abrazo fuerte maestro!!

    • Mario Balzarini · 20/02/2024 Responder

      “Tenemos que confiar en nuestro peso, en la inteligencia de la tierra”
      Gracias por traer a Rilke, Patricia, un gusto escucharte. Abrazo fuerte!

      PD: te recomiento la película “Los días perfectos” de Win Wenders

    • Darin · 20/02/2024 Responder

      Qué lindo poema, lo desconocía! Cómo se llama? Muchas gracias Patricia 🙂

  2. Patricia · 21/02/2024 Responder

    Pues no estoy segura Darin, pero creo que se llama precisamente la ley de la gravedad. Es muy hermoso 🙂

    • José · 28/02/2024 Responder

      Creo que el título del poema de Rilke es: “La seguridad de la ley de la gravedad ”
      Es precioso. Gracias, Patricia.

      • José · 28/02/2024 Responder

        Tiene razón, Juan Carlos. El texto “tailoreado” se encuentra en Instagram. El título que he puesto lo he encontrado en una guía de lecturas de “Mindfullness”

  3. Eduardo Coli · 21/02/2024 Responder

    …cualquier concepto
    permite
    como el ala de un avión
    volar …

    …flotar
    allí
    donde las cosas
    caen …

    sostenernos suspendidos
    sobre el vacío
    consternados por el pasaje
    la caída libre
    de los acontecimientos
    que se suceden
    ante nuestros ojos

    vemos precipitarse
    el acontecer de los días y las noches
    la deformación y transformación
    que experimentan los cuerpos
    al caer
    acontecer por delante
    ante nuestra observación
    auto elevación
    autoconservación
    a flote

    …y en el entramado
    de la corriente
    de un río
    que cae…

    el concepto
    la palabra
    como una llave
    una roca
    nos abre una puerta

    una contradicción
    un hoyo
    un agujero

    que nos permite
    escapar
    mentalmente
    espiritualmente
    a la gravedad

    a esto se le llama
    la libertad del alma
    la del espíritu
    que observa cómo caen
    cómo se incendian
    maduran y florecen
    como aparecen
    y desaparecen
    todas las rosas
    todas las cosas

    en tanto un concepto
    un palabra
    nos puede
    condenar
    atar
    encadenar
    salvar
    mentalmente
    de perdernos
    en el vacío
    y la nada

    que sobrevolamos
    mientras vemos precipitarse
    todo lo que tienen realidad
    suficiente peso, como lo real

    el concepto la palabra
    a una forma de imagen
    de esclavitud
    de levedad
    al que el espíritu se aferra
    de uñas y dientes
    flota
    planea en el vacío
    escapa a la gravedad

    de aquí el peligro
    el cuidado
    por el concepto
    la imagen
    la palabra
    que esta no se dañe
    no se destruya
    no se degrade
    no se desmorone
    y desaparezca en el aire
    sobra la nada
    precipitándose
    en el vacío

    la palabra
    el concepto
    nos contiene
    nos atrapa
    encierra
    nos condena y subsume
    en la flotabilidad
    arbitraria
    contingente
    artificial
    de su mundo

  4. Juan Carlos · 22/02/2024 Responder

    Hola Darín,
    El poema que comenta Patricia es una versión muy libre de un poema incluido en el libro de las horas (más específico del libro de la peregrinación) de Rainer María Rilke. No tienen títulos pues es un continuo. Dejo acá la versión traducida por Lumen


    Cuando por la ventana una cosa cae 
    (incluso la más mínima)
    ¡cómo se precipita la ley de la gravedad, 
    tal un viento marino, en su violencia, 
    en cada bola, en cada baya, 
    y las lleva hacia el núcleo de la tierra!

    A cada cosa la vigila 
    una bondad dispuesta al vuelo, 
    igual que a cada piedra y cada flor 
    y a cada niño chico, por la noche. 
    Sólo nosotros, por orgullo, 
    de algunas conexiones extraemos 
    un espacio de libertad, vacío, 
    en lugar de, entregados a inteligentes leyes, 
    enderezarnos como un árbol.
    En lugar de alinearse, dócil y silencioso, 
    en las vías más amplias, 
    uno va a vincularse de diversas maneras; 
    y quien de todo círculo se excluye está ahora indeciblemente solo.

    Debe aprender entonces de las cosas, 
    y volver a empezar igual que un niño, 
    porque ellas, tan queridas para Dios, 
    nunca se han alejado de él. 
    Tiene que ser capaz otra vez de caer, 
    descansar con paciencia sobre la gravedad,
    el que osó anticipar 
    el vuelo de los pájaros.

    (Porque tampoco vuelan ya los ángeles. 
    Los Serafines son como pesados pájaros, 
    en torno de El sentados, meditando; 
    como ruinas de pájaros, pingüinos, 
    al perecer, parecen…)


    El libro de la horas
    Libro segundo. El libro de la peregrinación. (1901) 
    Lumen (pág 137)

    Saludos

  5. Víctor · 05/03/2024 Responder

    El éxtasis y la epifanía, dos estados psicológicos que podrían ser anulares en el luminoso sentido que apunta el maestro Darin. La epifanía se experimenta como una revelación súbita que emerge tras una atención focalizada en un objeto, el éxtasis emerge pasivamente cuando la atención nos abandona y quedamos a merced de un universo casi onírico. Ni el empeño en atender (y entender) ni el abandono de cualquier focalización garantizan una cosa o la otra, Recuerdo cuando (por mi cuenta) me empeñé en comprender el teorema de la incompletitud de la aritmética de Kurt Gödel y cuando escuché a Sir Colin Davis interpretando la sinfonía Resurrección de Gustav Mahler. El camino al Estado de Gracia fue totalmente diferente, pero en ambos casos alcancé el estado efímero de Beatitud. Los extremos se tocan. Piso disculpas al maestro por mi osadía iconoclasta y agradecida a sus proteicas reflexiones.

  6. Ema · 26/03/2024 Responder

    Usted piensa con gracia, no permita que su conciencia le diga lo contrario! Gran abrazo!!
    Muchas gracias ☺️

Dejar comentario