Vigilar y castigar: el poder y la subjetividad en Michel Foucault, pt. 2/3

Hoy pasamos del arte de la representación a la tecnología disciplinaria e investigamos los medios por los que el sujeto psicológico moderno nace en el contexto carcelario.

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Guión

Estamos hablando del nacimiento de la prisión y con ella el nacimiento, según Foucault, de la subjetividad moderna. Pero aún no llegamos ahí. En el primer vídeo, hablamos del poder monárquico y las reformas al castigo que empezaron a hacerse en el siglo XVIII. A la base de estas reformas está la noción de un arte o tecnología de la representación en la que el castigo funciona como un signo. Ahora bien, los signos comunican información sobre algo que llamamos su objeto. Si el castigo es el signo, entonces su objeto es el crimen que castiga, y el público o receptor del signo no es únicamente el criminal sino la sociedad en general. Un ejemplo es Hester Pryne, protagonista de la Letra escarlata. La idea de todo esto es que el castigo sea como un libro que se lee, cuyo efecto es la reforma del alma; no se trata de extirpar una parte de la totalidad sino de su reintegración en ella.
Ahora bien, como un libro cerrado no puede leerse, un castigo que no está a la vista de la sociedad tampoco tendrá su efecto. Más adelante, con el nacimiento de la prisión, el castigo se llevará a cabo tras los muros de la cárcel, lejos de la vista pública. Pero de momento, para que el castigo tenga el efecto sanador que se le pretende, el criminal tiene que estar en contacto con la sociedad. Lejos de ser torturado o encerrado, la idea de los reformadores es que el criminal ande entre sus compatriotas llevando a cabo obras públicas, trabajando en caminos, plazas públicas y otros sitios de confluencia pública limpiando, reparando, haciendo lo que hiciera falta, con tal de ser visible y de portar la representación de sus crímenes. De esta manera, la sociedad se beneficiaba de su labor pero también de la moraleja que comunicaba. Con un solo golpe se daba la reforma de almas y la moralización de la sociedad.
Podemos resumir la diferencia entre el poder monárquico y las nuevas ideas de los reformadores de tres maneras:

El castigo del soberano era localizado y activado de forma discontinua.
Se procuraba que el castigo, en tanto signo, se circulara de la manera más amplia y continua posible.

El poder del soberano se aplicaba directamente al cuerpo del criminal.
Una técnica de manipulación de signos se aplicaba a la mente.

Durante la tortura, el criminal confesó su crimen.
El sujeto jurídico proclamaba su lección moral mediante los signos que circulaba a lo ancho y largo de la sociedad.

Esta ideas lograron implementarse en alguna medida en Francia y Alemania. Estamos hablando de más o menos la época de la Revolución francesa. Pero no duró mucho tiempo, ya que pronto empezó a llamar la atención experimentos que los holandeses, los ingleses y los cuáqueros en los EEUU estaban llevando a cabo con lo que se llamaría la prisión.
Una diferencia muy clara con respecto al modelo de los reformadores es que el criminal no circula en la sociedad sino que está encerrado tras los muros de la prisión, pero sí comparte con ese modelo la importancia del trabajo. El trabajo de los presos sostendría en buena parte los gastos de la prisión. Sin embargo, la gran innovación de la prisión no es ni el aislamiento del criminal ni el trabajo que hace. No busca aniquilarlo, ni que sirva cómo medio para representaciones con valor moral. Más bien, de lo que se trata es la modificación de conducta, tanto del cuerpo cómo del alma, mediante la aplicación precisa de técnicas de conocimiento y poder. Ya no se trata de la venganza, ni de la lección moral, sino de la producción de lo que Foucault llama “cuerpos dóciles”. Cómo el castigo monárquico, la atención vuelve a prestarse al cuerpo del criminal, pero con la finalidad no de aplastarlo y desmembrarlo, sino de entrenarlo, ejercerlo y supervisarlo. El medio a través del cual este entrenamiento se lleva a cabo es lo que Foucault describe como una vigilancia continua y total. Donde los reformadores hablaban de un arte o tecnología de la representación para la reforma del alma, el arte de la prisión era una tecnología disciplinaria para la modificación de la conducta. Es importante entender que la prisión, para Foucault, sirve simplemente de lente, ya que el mismo fenómeno podría analizarse en otras instituciones como el hospital o la la escuela, la fabrica o el ejército. Foucault está interesado no en una institución en particular, sino en lo que sucede en ella, en los procedimientos que llama disciplinarios.
Está muy claro cómo funciona el poder destructivo del monarca. El poder que Foucault describe cómo positivo y que puede verse en el funcionamiento de las prisiones es su mayor aporte teórico en este libro. ¿Cómo funciona ese poder?
Estamos ya en la tercera parte del libro sobre la disciplina. Su primera sección se llama “Los cuerpos dóciles”. La finalidad de la tecnología disciplinaria, dice Foucault, es la creación de cuerpos dóciles, los cuales pueden ser sometidos, utilizados, transformados y perfeccionados. ¿De qué manera? Veamos.
En primera instancia, el poder se aplica al cuerpo no como una simple totalidad sino cómo un compuesto de partes, las cuales tienen que ser separadas y tratadas individualmente. Cada unidad, el brazo por ejemplo, está sometida a un entrenamiento muy preciso, la meta del cual es control y eficiencia en su operación así como en la operación de la totalidad de la que es parte. Vemos un perfecto ejemplo de esto en los desfiles militares. Vemos los soldados pasar en filas cómo si fueran máquinas, como si el conjunto de todos fuera una sola máquina. Y eso es el punto – la cuestión de escala. Para que cientos o miles de soldados funcionen de manera unida, el cuerpo de cada uno tiene que funcionar así, y para eso cada parte, partes pequeñas como manos y piernas, tienen que funcionar de una forma precisa. El control de grandes poblaciones tiene su base no en un poder espectacular y destructivo, sino en un poder muy pequeño, un micropoder, ejercido sobre las diversas partes del cuerpo.
En segundo lugar, la dimensión representativa o significativa del castigo que tanto resaltaban los reformadores, pierde por completo su importancia en el contexto carcelario. En la prisión, el criminal no es un sujeto para ser escuchado ni un signo para ser leído, sino un objeto para ser moldeado. Volviendo a nuestro ejemplo del ejercito y los soldados, antiguamente un soldado se consideraba bueno en función de su valor. Para los ejércitos modernos, este criterio ya no tenía sentido. Lo que importaba no era el coraje del alma, sino el funcionamiento del cuerpo, su organización formal en términos de la reacción disciplinada de sus partes constituyentes – brazo, pierna, ojo, mano. Si primero se trata de dividir el cuerpo de acuerdo con sus partes, aquí se trata de eliminar de esas partes todo aspecto significativo, lo cual permite formalizar las operaciones que relacionan estas partes, para luego aplicar estas operaciones a una escala mayor, como la del ejército. Cómo habíamos comentado, la disciplina no es una cosa, no es una institución, sino un procedimiento: reducir a partes, entrenar de forma mecánica, formalizar operaciones y relaciones, y aplicar a escala mayor. Esto lo vemos en el ejército, pero también en las fábricas. Este procedimiento lo implementó Henry Ford en la cadena de montaje en sus fábricas. Así logró no sólo mayor eficiencia en el proceso de producción sino también en la estandarización de su producto. Aunque, el producto más llamativo no son los coches que producía, sino la nueva clase de seres humanos que trabajaban en sus fábricas.
Otro aspecto importante para la creación de cuerpos dóciles es el uso del espacio y el tiempo. Para que el poder actúe de manera disciplinaria, los cuerpos no pueden estar donde sea, sino encerrados dentro de un lugar específico – la prisión, el hospital, la escuela, etc. Y dentro de ese espacio, ubicados en algún punto de una red, sea ese punto un pupitre, una celda, un pabellón o, en el caso de los aeropuertos, una fila. En los vuelos que tomé en febrero y marzo de este año durante el brote del coronavirus, llegaba a un aeropuerto y los nacionales iban en una fila, los extranjeros en otro, y además había gente revisando la temperatura con esos aparatos que ponían en la frente de uno, sacando algunos para formar otra fila, y aparte había perros de la policía revisando las maletas con su olfato. El aeropuerto es un encierre que toma una masa potencialmente peligrosa que baja de un avión y con su organización estructural la individualiza en términos de nacionalidades, mercancías, y enfermedades. La organización espacial del aeropuerto tiene cómo resultado dos posibilidades – o bien uno logra entrar o salir del país, o no. En otras instituciones, como las escuelas y las fábricas, la organización se presta a mayores posibilidades de control mediante la distinción de diferentes niveles o valores. Al menos antiguamente, el lugar donde los alumnos se sentaban en la distribución reticulada de los pupitres indicaban su nivel en la clase, su logro académico, que también se reflejaba en sus calificaciones. Por cierto, las calificaciones vienen de la práctica en las fábricas de calificar los productos que salían de la cadena de montaje en cuanto a su calidad. En fin, lo que una compleja organización del espacio permite, para Foucault, es la distinción de rango. Dice: “La disciplina, arte del rango y técnica para la transformación de las combinaciones. Individualiza los cuerpos por una localización que no los implanta, pero los distribuye y los hace circular en un sistema de relaciones”.
Junto con la organización del espacio es aquella del tiempo, un horario que rige actividades a lo largo del día de manera continua. Cómo vimos, uno de los defectos del poder monárquico era que se aplicaba de manera discontinua, esporádica, lo cual permitía conducta no controlada. Un poder constantemente aplicado logrará un control mucho más eficiente. Dice Foucault: “Se define una especie de esquema anatomo-cronológico del comportamiento. El acto queda descompuesto en sus elementos; la posición del cuerpo, de los miembros, de las articulaciones se halla definida; a cada movimiento le están asignadas una dirección, una amplitud, una duración; su orden de sucesión está prescrito. El tiempo penetra el cuerpo, y con él todos los controles minuciosos del poder”.
Bien, los cuerpos, reducidos a sus partes y sometidos a una organización espacio temporal, ya están en condiciones de ser entrenados. Dice Foucault: “El éxito del poder disciplinario se debe sin duda al uso de instrumentos simples: la inspección jerárquica, la sanción normalizadora y su combinación en un procedimiento que le es específico: el examen”.
La observación jerárquica tiene que ver con estructuras arquitectónicas que permiten mayor y mejor observación por parte de una autoridad a los que ocupan una institución. En muchas situaciones, esto se trata de una parte del espacio de trabajo que esté elevada, permitiendo que el jefe or gerente supervise a los demás. Siendo observados, los trabajadores, o alumnos en el caso de la escuela, se portan bien y hacen lo que tienen que hacer. Muchas veces, las ventanas de las oficinas del gerente, en una tienda por ejemplo, son polarizadas, de modo que los trabajadores no saben si el jefe lo esta observando o no. Esto es un legado del famoso panóptico propuesto por Jeremy Bentham. En este modelo para una prisión perfectamente eficiente, las celdas están construidas para formar un cilindro de 4 ó 5 pisos de altura y con una torre central en medio. Los lados de cada celda que dan al interior y el exterior son transparentes, bueno, hechos con barras verticales, y los muros entre cada celda opacos, de manera que los presos no pueden ver a su vecino pero sí a la torre central que contiene guardianes mirándolos, vigilándolos. El detalle es que, con ventanas polarizadas, los presos no saben si le están observando o no, por lo que tiene que suponer que sí lo están viendo, y por eso portarse bien constantemente. Lo importante aquí es que el preso mismo empieza a ser cómplice en el control de su conducta debido no a lo que realmente está sucediendo en su entorno, sino a una creencia suya. Su creencia, en efecto, lo mantiene sojuzgado. Esto es el panopticismo.
Darse cuenta de lo que está pasando aquí es darse cuenta de la verdad de eso que vimos en el último vídeo: “sobre las flojas fibras del cerebro se asienta la base inquebrantable de los Imperios más sólidos”. No se trata de la CIA implantando un chip en el cerebro de uno, sino de uno mismo adoptando ciertas creencias por cuenta propia. En el lenguaje de Foucault, se trata de internalizar normas, con lo cual el grado de control expande exponencialmente. Recordemos que la palabra “vigilar” está en el propio título del libro, indicando que para Foucault es la nueva forma de castigar. Sin embargo, cómo vimos con el panóptico, su función no es meramente negativa. Además de impedir infracciones, posibilita la creación de un alma, de la subjetividad moderna.
Entonces, en el entrenamiento de los cuerpos dóciles tenemos primero la inspección jerárquica con base en lo cual puede funcionar lo que Foucault llama la sanción normalizadora. Esto consiste en juzgar, evaluar y clasificar personas, creando así distinciones y de esta manera individualizando los que se observan. A la base del juicio es una distinción entre lo normal y lo anormal. Las calificaciones de los alumnos, premios para empleados (como el “empleado del mes”), los diferentes medallas y colores de los uniformes militares, todo esto constituye una manera de establecer una norma deseable y, mediante la distinción en diferente niveles entre los alumnos o empleados, el motivo para alcanzar esa norma. Lo poderoso de la norma es que no es algo simplemente impuesto, sino un valor que la gente llega a interiorizar ellos mismos. Foucault lo caracteriza de forma sucinta al decir que es: “La penalidad perfecta que atraviesa todos los puntos, y controla todos los instantes de las instituciones disciplinarias, compara, diferencia, jerarquiza, homogeneiza, excluye. En una palabra, normaliza”.
Cómo final, el examen es lo que facilita la adopción de normas ya que introduce los temas de verdad y conocimiento en el mecanismo del control. El examen médico, por ejemplo, analiza los valores y medidas para varias dimensiones del cuerpo humano y su funcionamiento, comparándolos con los valores “normales” para una población dada. Lo mismo con el examen psicológico. Las normas médicas o psicológicas se toman como la verdad de nosotros mismos, algo al que aspiramos en la brecha o gama entre lo anormal y lo normal. Por ejemplo, una persona con gusto sexual por miembros de su propio sexo adopta la heterosexualidad cómo norma y de esta manera controla su propia conducta.
En la sociedad disciplinaria moderna, hay jueces de la normalidad en todas partes, el trabajador social, el maestro, el médico, el psicólogo. Evalúan y diagnostican cada individuo de acuerdo con un conjunto de normas que no sólo controlan la conducta de esos individuos, sino que de antemano los crea cómo especies o casos de la propia conducta que se pretende controlar, o sea, el delincuente, el homosexual, el enfermo, etc.
Esto es lo que Foucault quiere decir cuando habla del poder disciplinario como positivo, creando almas o sujetos. El sujeto en que pensamos cuando pensamos en el castigo y la justicia es el sujeto jurídico. En ese caso, hay un sistema de leyes claramente definidas cuya violación trae como consecuencia cierto castigo que consiste en ser confinado durante X tiempo. El sujeto jurídico paga con la privación de su libertad durante un tiempo, al final del cual vuelve a la sociedad. Contrastado con esto es el sujeto carcelario que hemos estado describiendo en este vídeo. O mejor que carcelario, porque así pensamos que se trata sólo de presos en una prisión, podríamos llamarlo sujeto psicológico. ¿Cuál es la diferencia? El sujeto que, bajo el esquema jurídico, es culpable de una ofensa, se transforma, bajo el esquema carcelario, en un delincuente, un tipo de persona, caracterizado por tener cualidades anormales. El poder disciplinario hace mucho más que confinar o privar. Las prácticas de observación, juicio y examen, usando nociones epistémicas de normalidad y anormalidad, moldean la conducta y producen nuestros propios yoes, el sujeto psicológico moderno.
En la antigüedad, Sócrates dijo que el cuerpo era la prisión del alma, que la vida no era más que el proceso de morir, el alma liberándose del cuerpo en el momento de la muerte. Foucault invierte esta idea. Dice: “El alma, efecto e instrumento de una anatomía política; el alma, prisión del cuerpo”. Por alma, quiere decir ese sujeto carcelario que hemos venido analizando, un sujeto cuyas propias creencias sobre sí mismo y el mundo, creencias producidas en la intersección de la observación, la normalización y el examen, tienen efectos muy concretos en cuanto al control de su cuerpo y su experiencia de vida.
En el próximo vídeo, veremos algo de la biopolítica de Foucault que se basa sobre estas consideraciones, lo que dice Gilles Deleuze sobre la sociedad y el control, y cómo estos dos autores nos pueden ayudar a comprender las posibilidades de vigilancia y control en el entorno digital de nuestro mundo actual.

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16 Comments

  1. Mo · 12/04/2020 Responder

    Excelente!

  2. Javier · 12/04/2020 Responder

    ¡Enhorabuena de nuevo profesor!

    Ahora, en estos momentos difíciles, como en tantos periodos de nuestro pasado como seres humanos en esta tierra, no se interrumpe el pensamiento y la discusión filosófica

  3. Agustín · 12/04/2020 Responder

    Ánimo para todos lo amantes de la Filosofía y del pensamiento libre. Seguiremos, como siempre combatiendo los totalitarismos del signo que sean. Gracias Darin por tu trabajo y dedicación. Adelante.

  4. Paulo Cesar Gualotuña · 12/04/2020 Responder

    Fantástico Darin!
    Motivado por sus videos de Foucault y de Gilles Delouze leí Vigilar y Castigar, El origen de la Locura, Mil Mesetas y el Antiedipo, luego ya no podía ver igual al mundo… Un cordial saludo Darin, lo vi y lo escuche en la presentación de su libro en Quito, el cual ya es parte de mi pequeña colección de filosofía.
    La microfisica del poder, llegarán medios de control inimaginados escribían estos autores hace más de 30 o 50 años; gracias Maestro por su ayuda para que las lecturas de esos pensadores sean entendibles

    • Darin · 12/04/2020 Responder

      Hola Paulo. Qué lindo recuerdo tengo de esa experiencia en Quito, parece ya un mundo muy lejos!

  5. Carlos · 12/04/2020 Responder

    No entiendo mucho en qué momento algo se vuelve propicio para vigilar y castigar. Parecería que existen momentos fenomenológicos en que algo deviene como castigable. Por ejemplo, el emperador Adriano en la actualidad luciría como un pedófilo empedernido si hemos de creerle a la biografía de Margarita Yourcenar. Idem, ahora los sacerdotes devinieron en pedófilos y casi que pasan por tener el mismo reconocimiento que Adriano en su época, aunque socialmente ya la pedofilia sea un crimen. Lo que quiero decir es que a la sociedad pueden pasarle desapercibidos algunos crímenes y el discurso de Foucault no nos sirviera para desenmascararlos. Sea del caso: algunos jefes de estado pueden estar siendo criminales masivos en serie sin que la sociedad movilice un músculo para detenerlos, o se haga muy difícil hacerlo por cierto ropaje que inaugura entre nosotros la política moderna. Que tal que Bolsonaro tuviera las manos metidas en la provocación de incendios en la Amazonía para favorecer a su cauda de terratenientes latifundistas: un crimen pónganlo dónde lo pongan. Para nosotros las política tal y como se practica no da origen a pensarse como fuente de crímenes, pero es visible que lo está siendo. Y lo mismo ocurre con algunos discursos como los del neoliberalismo.

  6. Ferran Destemple · 12/04/2020 Responder

    He estado viendo tus videos de Deleuze y Nietzsche y me ha venido a la cabeza una cuestión:
    es posible equiparar o relacionar la primera síntesis del Antiedipo (la síntesis productiva) con la fuerza dionísíaca, donde solo imperaría un deseo primigenio y quizá “una voluntad de poder”. Y la segunda síntesis (la antiproductiva) con la fuerza apolínea que restringirían el flujo “salvaje y magmático” y canalizar los deseos.
    Y ahora llevando esto al extremo: Si fuera así, si existiera una correlación o analogía entre estas dos síntesis y el binomio dionisos-apolo, el verdadero yo sería trágico????

    Gracias por tu trabajo y difundir el conocimiento. Saludos desde Barcelona.

  7. Jaime Alberto Pulido · 12/04/2020 Responder

    Qué revelador! Gracias Darin por la estructura, rigor y claridad de tu disertación. Valioso audiovisual por su aporte pedagógico.
    Esperamos ansiosamente el de biopolítica.
    Un abrazo desde Colombia

  8. Joan Lluis Rabassó · 13/04/2020 Responder

    Darin, excelente vídeo muchas gracias.

    Tengo una pregunta. Si Sócrates decía que el cuerpo es la prisión del alma y Foucault defendía lo contrario, que el alma es la prisión del cuerpo, entonces ya sea por una razón u otra el sujeto es prisionero de si mismo siempre. Puede ser entonces que la única forma de liberar al sujeto sea doble: o bien privándole de su subjetividad y matándose a modo de ejemplo por un acto de sacrificio, como hizo Sócrates o Jesús continuando la dominación de otro modo o bien proporcionándole el poder absoluto que lo libere que es la verdad.

    En el primer caso se puede llegar a destruir la humanidad como vimos en las cruzadas o la la II Guerra Mundial y en el segundo el sujeto desparece para convertirse en, a partir de subjetividades liberadas, en un ente común multisubjetivo capaz de adquirir un cuerpo, una alma y un espíritu por encima de la subjetividad individual humana anterior como un nuevo ecosistema que surge como reacción al sobrexceso de poder ejercido.

    El individuo pasa de cobaya no a un depredador sino a un ser capaz de reconectar con otros seres y crear otro nuevo. Sería la tercera transformación del espíritu (el Niño) que propone Nietzsche en Así hablo Zaratrustra. No es el superhombre, es el übermensch, una nueva humanidad con el espíritu renacido de un niño. Ya se que Nietzsche pensaba en hombres individuales sujetos y que habló de 200 años, pero con la pandemia actual quizás el camino del sujeto no sea otro que el de reducirse a la mínima expresión, pero al mismo tiempo el de asociarse y conectarse con otros sujetos para desarrollar funciones orgánicas y no mecánicas propias de la industrialización (y su neoliberalismo) que den lugar a formas orgánicas específicas que desarrollen funciones biopolíticas imbrincados en el ecosistema en el que vivimos haciendo desaparecer todas las dicotomías y subjetiviades que llevamos heredadas en nuestra historia. Pues, en definitiva todos somos un único ser y estamos todos relacionados entre nosotros.

    Si asumimos esa verdad que nos ha de liberar tendremos otro ser humano y otro mundo será posible. Para elle en vez de vigilar, castigar, premiar, redimir, ejemplarizar, competir, ganar , perder. etc. hay que realizar otra cosa. Jugar, que es lo que hacen los niños. No tiene una finalidad en si mismo, ni ningún objetivo. Su finalidad esta en sí misma, jugar y sus resultados son varios: diversión, pasatiempo, aprendizaje, ejercitación, socialización, etc y sobre todo permite la creación de nuevos lenguajes como sugería Wittgenstein. Si queremos una nueva realidad necesitamos nuevos lenguajes y solo los crearemos si jugamos todos entre todos a aquellos que cada vez nos hagan disfrutar más. No en el sentido del placer, sino en el sentido de que nos permitan realizar un ser y existir de la mejor manera que la condición de cada uno de nosotros tiene y necesita en cada momento. Y si alguno le interesa aprender otro y cambiar que exista alguien para podérselo enseñar.

    Es un proceso que una vez iniciado no tiene fin y esa es su belleza y su fortaleza, ya que aquello que nunca acaba de nacer nunca puede morir, pues la condición de posibilidad que la hizo aparecer, el nacer, como nunca finaliza su despliegue, nunca va a terminar y al no poder terminar nunca, tampoco puede desaparecer dicha condición de posibilidad y, por tanto, no puede morir. Eso sería algo sempiterno como diría Raimon Panikkar empieza finito, pero llega al infinito. No es la eternidad que ya sería algo divino y en el campo de la Teología ¿Qué opinas?

  9. MARGALIDA BAUZA ENSEÑAT · 13/04/2020 Responder

    Gracias profesor Darín por ofrecernos esta posibilidad de aproximación a la filosofía de una manera simple pero rigurosa.

    Del texto de hoy entiendo que “el hábito sí hace al monje” contrariamente a lo que reza el refrán que es “el hábito no hace al monje”.

  10. Carlos Cujcuj · 13/04/2020 Responder

    gracias por esta nueva entrega de Foucault. como siempre un gran privilegio escucharte.

    deseamos con ansias, las próximas.

    mi deseo es que estén bien en estos días de la pandemia.

    cuidense!!

    saludos desde Guatemala ciudad.

  11. Miguel Roa · 18/04/2020 Responder

    Grácias por tu estupendo programa Darín

  12. Ricardo Figueredo · 21/04/2020 Responder

    Gracias.

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